Dicen que el consejo que se ha traído de Roma la Ejecutiva del episcopado es el de «jugar a la contra». O sea, ser moderados, no provocar al Gobierno y esperar a que sea él quien mueva ficha (léase, ampliación del aborto, aprobación de la eutanasia o modificación lesiva de la actual legislación que regula las relaciones Iglesia-Estado). Creo que es, en esencia, lo que ha hecho la Conferencia Episcopal en el trienio anterior -presidido por alguien supuestamente bien visto por los socialistas, como monseñor Blázquez- y es lo que va a seguir haciendo en este próximo trienio. De las tres grandes manifestaciones que se convocaron en los cuatro años del anterior gobierno de Zapatero, dos eran claras jugadas de «contra» -la de la familia y la de la educación-; la tercera, la convocada el 30 de diciembre, no hubiera tenido la resonancia que alcanzó si hubiera tenido lugar en otra fecha, no tan cercana a las elecciones. En todo caso, estoy de acuerdo con lo de «jugar a la contra» en lo que se refiere a movilizar a la gente en defensa de principios y libertades. La Iglesia no es un partido político, no es la «muy noble y leal oposición», ni debe aspirar a serlo. En cambio, creo que tenemos que pasar decididamente al ataque en lo que se refiere a la evangelización. A veces no nos quedará más remedio -por desgracia- que hablar en contra de algo, pero lo normal debería ser hablar a favor. A favor, ante todo, del propio Dios, de sus derechos, de su amor. A favor de la vida, de la familia, de la mujer, de los que sufren. Por cierto, en este campo tenemos mucho que ofrecer a un Gobierno que se enfrenta a una crisis económica de envergadura. La red parroquial de la Iglesia, con sus delegaciones de Cáritas, es ya un colchón amortiguador para tantas situaciones dramáticas. No en vano, espiritualidad y caridad han sido desde hace dos mil años nuestras especialidades. La RazónSantiago Martín