Hemos de intentar no mirar nunca a los otros con ojos cansados. La mirada que se nos escapa cuando vemos que se repite, en nosotros o en el prójimo, algo negativo. No miremos a otros con ojos cansados. Pobres de nosotros, si Dios nos mirase con semejantes ojos, diciéndose: «Otra vez este hijo o esta hija no responde a mi amor». Dios nos contempla con ojos ilusionados, no cansados, porque ninguna actitud nuestra le hace cambiar en su plan de que seamos objeto de su amor, suceda lo que suceda en nosotros. Esta forma de esperanza tiene que ver, y mucho, con el prójimo. Y ello por dos razones. Si el otro adivina que no le creemos capaz de conversión, le quitaremos fuerza. Y otra razón importante: si oramos por él, pero no creemos que pueda cambiar esta persona, mi plegaria por él puede no ser suficiente. Pues Jesús dijo muy frecuentemente: «Que se haga como has creído», y yo ruego sin tener fe, sin confiar en la conversión ajena. Jean Daniélou dijo que la confianza es difícil porque pide una cierta desposesión de uno mismo. De cara a Dios, desposesión de pecados. De cara al prójimo, pedir perdón y perdonar. Ambas cosas nos hacen falta, porque nos desposeemos, perdonando o pidiendo perdón. Esta ayuda a los otros tiene que ver con un paso, no muy frecuente en las escaladas, llamado «paso de espalda». Poner la espalda es poner oración, amistad, para que otro ascendiera espiritualmente adonde parecía que no podía llegar. La Razón Ricardo Mª Carles, cardenal