En política, hay un tendencia a imponerse con declaraciones fuertes y ardientes, totalmente desvinculadas de una estructura teórica débil de fondo, que se manifiesta con palabras que, al final, son del todo inocuas. Lo que es necesario -escribe monseñor Giampaolo Crepaldi en uno de sus libros, p. 78– es que haya algo «de fundamento en la política», que se base en «finalidades que vayan más allá de la política». Los «principios no negociables», por ejemplo, tienen precisamente este «objetivo, prepolítico y metapolítico». Sería por lo tanto oportuno que hubiera una preparación propedéutica de contenidos, lo que no contrasta en absoluto con la consiguiente competitividad entre los partidos.
Más de setenta años después del nacimiento de la Democracia Cristiana, es oportuno entender que sólo un partido «fundado» con solidez (y no sólo inspirado) en la doctrina social de la Iglesia puede llamarse cristiano y tener una mínima posibilidad de influir cristianamente en el mundo. A menudo, la «inspiración» en Cristo ha sido sólo un pretexto para extender el dominio de la conciencia individual: Cristo sí, pero también el liberalismo; Cristo sí, pero también un camino en compañía del social-comunismo.
Mucho menos comprensivo era el tono con el que Giuseppe Toniolo fundaba la democracia en sentido cristiano: «El orden social, antes que estar fundado en el derecho, está fundado en el deber en todas sus aplicaciones y relaciones». Toniolo habla incluso de un «triple deber»: deber de «religión hacia Dios», «de justicia hacía uno mismo y su prójimo» y «de caridad». Es decir, que el orden social no está vagamente inspirado, sino que está «fundado» en el deber. ¿Dónde está, entonces, según Toniolo, «la esencia de la democracia»? Está en ese orden social que «se explica y actúa mediante la jerarquía de deberes» y que «está preestablecida por Dios en beneficio de todos».
Giuseppe Toniolo (1845-1918), beatificado en 2012, profesor universitario, padre de siete hijos, fue un destacado militante católico en la Italia de su tiempo.
No toda democracia es legítima, no cada bien común tiene que ser alcanzado, si no se prevé también la perfección sobrenatural. La democracia cristiana (no el partido), o está fundada o no se sostiene. No es suficiente declarar que no se quiere hacer concesiones sobre temas relacionados con la vida y la familia, si no hay una fundamento claramente basado en la doctrina. El proyecto de Toniolo y de otros exponentes del naciente movimiento católico era bastante ambicioso, porque preveía el restablecimiento de toda la sociedad, fracturada a causa de la cuestión social. A la amplitud del proyecto se unía la claridad y la solidez del programa. Hubo, entre otras cosas, un claro distanciamiento de la «falsa democracia liberal», de matriz jacobina, nacida después de la Revolución francesa.
Hoy, en la época del triunfo del anarquismo radical -llamado también socialismo anarcoide-, es prioritario desmarcarse netamente de las alusiones anticristianas a nivel del programa, que implican una presencia en la calle entusiasta y ferviente, pero sin contenidos fundacionales. Para este fin es importante la formación previa del católico que quiere dedicarse a la política. Toniolo es lapidario: el pueblo adquirirá importancia política sólo si es «apoyado, honrado, elevado, educado». Las buenas intenciones no son suficientes, sino que es necesaria, más bien, una formación a largo plazo, precisamente porque la apostasía anarco-individualista ha plantado sus profundas y duraderas raíces a largo plazo.
De «falsa democracia» trató San Pío X en su texto Notre charge apostolique. La falsa democracia se inspira en un «nuevo evangelio» -que no corresponde al Evangelio de Cristo- en el que encontramos una «exaltación de los sentimientos», la «bondad ciega», el «misticismo filosófico, mezclado con un componente ilustrado». La falsa democracia -observa el Papa-, divide al hombre en dos: «el individuo, que es católico», y «el hombre de acción, que es neutral». Se reconoce aquí la conocida praxis del “católico adulto”, que separa el ámbito secular del sobrenatural.
Lo que San Pío X enseña, sobre todo, es que una acción social sin doctrina es imposible: «En estos tiempos de anarquía social e intelectual, en los que cada uno cree ser doctor y legislador, no se construirá la ciudad de manera distinta a como Dios la construyó y no se edificará la sociedad si la Iglesia no pone los cimientos y dirige los trabajos; no, la civilización ya no se puede inventar, ni se puede construir la ciudad sobre las nubes».
Publicado en el Observatorio Internacional Cardenal Van Thuân sobre la Doctrina Social de la Iglesia.