La solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo es la fiesta que celebra la presencia real del Señor en el Sacramento. La Eucaristía es acción de gracias, memorial sacrificial de la Pascua de Cristo y sacramento de su presencia real: En el Santísimo Sacramento de la Eucaristía están “contenidos verdadera, real y substancialmente el Cuerpo y la Sangre junto con el alma y la divinidad de nuestro Señor Jesucristo, y, por consiguiente, Cristo entero”, enseña el Concilio de Trento. Las procesiones eucarísticas y la exposición del Santísimo surgen en la vida de la Iglesia como manifestaciones de la fe católica en esta presencia de Cristo. Hoy la Liturgia nos invita a creer y a adorar, y también a conocer mejor la riqueza de La Eucaristía. El maná, con el que Dios alimentó al pueblo en el desierto, es una prefiguración de la Eucaristía. El maná recuerda de modo permanente a Israel que su principal alimento ha de ser la Palabra de Dios. Esta Palabra se ha encarnado; ha tomado cuerpo y sangre en el seno purísimo de María. Jesucristo, el Señor, es esta Palabra. Una Palabra que se hace Pan de Vida para alimentarnos en nuestra peregrinación: “En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros” (Juan 6,53). Es el Pan que nos une, que nos congrega a todos en la Iglesia de Cristo: “nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo, porque comemos todos del mismo pan”, nos dice San Pablo. La Eucaristía hace la Iglesia. La incorporación a la Iglesia que tiene lugar por el Bautismo y la Confirmación se renueva, se fortifica y se hace más profunda al recibir la comunión. En su homilía de la fiesta del Corpus, que en el Vaticano han celebrado el jueves, el Papa sintetiza en tres verbos el sentido de esta solemnidad: reunirse, caminar, arrodillarse. Reunirse en la presencia del Señor, convocados por la fe, para convertirnos en un único cuerpo compartiendo el único Pan que es Cristo, y superando así todas nuestras diferencias. Caminar con el Señor, en la procesión del Corpus, yendo detrás de Aquel que es el Camino; superando, con la fuerza que nos da la comunión, las parálisis que dificultan nuestro andar como cristianos. Y el tercer verbo es arrodillarse, en adoración ante el Señor, para liberarnos de toda idolatría, para ser verdaderamente libres, para llenarnos de alegría.
Guillermo Juan Morado