La celebración o el cuestionamiento de la Hispanidad revela las diferentes posiciones y actitudes que adoptan los individuos, los pueblos y sus gobiernos ante el descubrimiento, la conquista y la pacificación de América. Si vale la comparación, es como con los aniversarios familiares: de acuerdo a qué hacemos con ellos es que nos definimos.
Vale lo dicho a la luz de algunos recordatorios del Descubrimiento de América que, sin cuestionarlo, antes bien valorándolo, sin embargo no cuentan toda la historia, por lo que, al fin de cuentas, su memoria resulta no sólo incompleta sin, además, una respuesta insuficiente a la contestación revolucionaria –en tiempos más recientes, indigenista– del acontecimiento histórico.
Se relaciona el Descubrimiento de América con "una nueva era de progreso y civilización en el Nuevo Mundo", con "las bases de la Modernidad en América" que marca "una influencia cultural, lingüística y económica" que moldeó la historia y la identidad. Se asocia "la llegada de Colón" con "un cambio de paradigma global". La empresa colombina se vincula con la búsqueda "de nuevas oportunidades para el desarrollo y la civilización".
A veces se peca no por lo que se dice sino por lo que se omite. Si hay algo que distingue y caracteriza a Castilla de otras potencias europeas a fines del siglo XV y comienzos del XVI son los motivos de su política de estado. El Descubrimiento, conquista y pacificación de América se destaca por la finalidad evangelizadora de España. A tal punto esto es así, que el primero de los títulos legítimos que ella puede alegar es la donación de acuerdo a las famosas bulas alejandrinas que marcan, claramente, el fin misionero: "Os rogamos insistentemente en el Señor y afectuosamente os requerimos –afirma el Papa Alejandro VI–, por el sacro bautismo en que os obligasteis a los mandatos apostólicos… para que, decidiéndoos a proseguir por completo semejante emprendida empresa… queráis y debáis conducir los pueblos que viven en tales islas a recibir la profesión católica" (Bula Inter caetera, 3 de mayo de 1493).
Las versiones secularistas del Descubrimiento de América, es cierto, tienen una explicación. Ya se trate de las que se inspiran en el leitmotiv revolucionario o de las que se inspiran en la primacía de lo económico en la vida social, ellas tienen en común el rechazo de la religión general y, en particular, del Catolicismo como regulador de la vida social. Se trata de una actitud común del liberalismo y del marxismo. Por eso es que se acalla el principal de los fines de la presencia de España en América: la evangelización de los naturales o, si se prefiere, de los indios. Basta repasar las Leyes de Indias para advertir cómo el Evangelio inspiró las disposiciones a fin de configurar, en el "Nuevo Mundo", una cristiandad o civilización cristiana, esencialmente la misma que la edificada en España a la vez que con las características propias de acuerdo a la índole de los pueblos y de la geografía.
Lo que no vale, en cualesquiera de los casos, es la deformación del pasado. A los hechos se los toma o se los deja, por supuesto que se los interpreta, pero no se los deforma.
Recordar la obra de España en América de manera integral, en la actualidad, implica un deber redoblado. Vivimos en un mundo secular, laicista, cuando no directamente anticristiano. Todavía más que en tiempos de cristiandad, nos toca empeñarnos en la evangelización de los hombres y de las naciones. Por esto, celebrar la Hispanidad sin fisuras es una excelente ocasión para renovar nuestro propósito de que Cristo reine en las sociedades para la salvación del mundo.