El paso por el parlamento británico de un proyecto de ley sobre la fertilización humana y embriología (Human Fertilisation and Embryology Bill) vuelve a poner de actualidad la problemática en torno a los embriones y a su estatuto ontológico, ético y jurídico. Es decir, el problema de siempre, el viejo problema del reconocimiento, o no, del carácter personal del embrión humano desde el instante de la fecundación. Fundamentalmente, y por lo que respecta al estatuto del embrión (ya que al respecto de la fecundación también aporta preocupantes novedades como los bebés medicamento), aborda dos cuestiones: el plazo de semanas desde la fecundación para el aborto legal y la posibilidad de la creación de embriones híbridos. Del primer tema ya me he ocupado en otro artículo: manejan una definición de vida antigua que la moderna biofilosofía no sostiene. Por eso me quiero ocupar del asunto de los embriones híbridos. El debate suscitado por esta cuestión en la sociedad inglesa ha sido llamativo. La demanda de los católicos ha provocado que los tres partidos con representación parlamentaria hayan tenido que dar libertad de voto a sus parlamentarios para que los católicos voten en conciencia, y que la ley se votase no unitariamente sino por secciones. La propia Conferencia episcopal de Inglaterra y Gales realizó un encuentro con científicos, que retransmitió BBC 4, para iluminar la situación. No obstante, sobre este tema de los embriones híbridos, el resultado de la votación fue 336 a favor 176 en contra. La cuestión científica y jurídica En términos biomédicos, la problemática, es la siguiente: La ley permite que a ovocitos de animales desnucleados (es decir, que se les extrae el núcleo, donde reside la mayoría de la carga genética) se les inserte el material genético del núcleo de una célula humana. Teniendo en cuenta la existencia de más material genético en la célula del que existe en el núcleo (ADN mitocondrial) el resultado es una mezcla humano-animal, ya que este ADN mitocondrial del ovocito animal no se sustituye cuando se inserta el nuevo núcleo procedente de una célula humana. Es conocida la importancia de este ADN-mitocondrial como responsable de algunas enfermedades: miopatía mitocondrial con encefalopatía, acidosis láctica y episodios similares al ictus; epilepsia mioclónica, fibras rojas deshilachadas; neuropatía, ataxia, retinitis pigmentaria; neuropatía hereditaria de Leber. En fin, que no se trata de un elemento accesorio en las células humanas, aunque se nos diga que sólo representa el 0.1 % de la carga genética total. El objetivo de esta hibridación es la investigación sobre las células madre embrionarias obtenidas ya que, según contempla la ley, el embrión hibridado se destruirá antes de los 14 días. (No sé sabe que pasaría si se implantase en un útero y se dejase desarrollar, yo supongo que este intento brutal ya vendrá). El propio primer ministro afirmó a la prensa británica que le parece lícito este modo de obtención de células madre ya que puede ayudar a la investigación y que él se encuentra personalmente afectado porque su hijo padece fibrosis quística. En términos jurídicos la problemática es la siguiente: El Consejo de Europa en su Recomendación 1046 pedía que no se fusionaran gametos humanos con de otro animal. No obstante, en España, ya desde la ley 35/1988 de Técnicas de Reproducción asistida se reconoce la legalidad del llamado test del hámster, que se utiliza para la evaluación de la capacidad de fertilización de los espermatozoides humanos. Consiste en la fecundación de ovocitos de hámster con espermatozoides humanos. El resultado no es exactamente el mismo de lo aprobado por la ley británica ya que el híbrido resultante posee el 50% de carga genética animal y el 50 % de carga genética humana. Es cierto que lo que propone la ley británica no es exactamente lo mismo que el Consejo de Europa pedía que no se aprobase y que el Gobierno de España, saltándose la Recomendación, legalizó. Pero no es forzar demasiado el espíritu de la Recomendación pensar que lo propuesto en el Reino Unido no corresponde con lo deseado por el Consejo de Europa. Se repite la historia En términos bioéticos, la problemática es la del estatuto moral del embrión. Y por no abundar en conceptos filosóficos, más o menos complejos, voy a exponer mi opinión ilustrándola con un ejemplo histórico y real. Este tipo de experimentos recuerda al lamentable caso de Tuskegee (supongo que en la medicina nazi se realizaron brutalidades semejantes o en otros caso tras el telón de acero, pero sólo Estados Unidos ha sido tan sincero como para sacarlo a la luz y pedir perdón por ello públicamente). Situémonos en los años 30 del siglo XX en una localidad rural (Tuskegee) del Condado de Macon, en Alabama, el sur de Estados Unidos. La sífilis se había convertido en una epidemia mortal, principalmente entre la población negra. El Hospital para negros de Tuskegee decide, con fondos públicos, comenzar una investigación para conocer la naturaleza de la sífilis y sus posibles terapias. Ni que decir tiene la consideración que la población negra tenía en aquel lugar y en aquella época. Se escogieron unos cuatrocientos varones negros infectados de sífilis y otros doscientos, pobres y analfabetos pero no necesariamente afro americanos, no infectados que actuarían de lo que técnicamente se denomina grupo de control, para experimentar sobre ellos. A los seleccionados no se les informó de su enfermedad –se les dijo que tenían “mala sangre”– y, además, se les prometieron ventajas materiales si accedían a ser sujetos de experimentación: una comida caliente al día y 50 $ en caso de muerte para los gastos del funeral. Evidentemente la promesa era deslumbrante para la población pobre y negra de Alabama en los años 30. El experimento comenzó en 1932 cuando se les inyectaron varios medicamentos que contenían arsénico y bismuto. A los cuatro años del comienzo de la investigación, en 1936, ya se había comprobado que las complicaciones eran mucho más importantes en los infectados que en el grupo de control, lo que demostraba que la terapia no servía para nada, pero sin embrago se continuó el experimento. La crueldad de la investigación todavía no ha terminado. En la década de los 40, a partir del descubrimiento de la penicilina, se comprobó que ésta era el tratamiento más eficaz para la sífilis. Esto no sirvió de nada, el experimento de Tuskegee continuó en los términos en los que se diseñó. De tal modo que, los enfermos de sífilis siguieron con aquel tratamiento inútil y no se les dio la eficaz penicilina. El estudio terminó en 1972 con el siguiente saldo: sólo 74 de los enfermos continuaba con vida, 28 habían muerto por causa directa de la sífilis, 100 murieron a causa de complicaciones derivadas de la sífilis y además muchos de ellos contagiaron a sus mujeres y algunos niños nacieron con la enfermedad. En 1997, el entonces presidente, Bill Clinton pidió perdón a los 8 supervivientes del experimento. La inmoralidad del caso Tuskegee es evidente por varios motivos. Pero yo lo he traído a colación para establecer un paralelo con el estatuto del embrión que se percibe en el proyecto de ley británico. Al fin y al cabo, los afro americanos de Alabama del año 30 eran considerados “menos personas” que los blancos, con menos derechos, hasta el punto que sin su consentimiento se podía investigar sobre ellos para el bien de los demás. Los embriones, al principio de este siglo XXI son considerados menos personas y se puede experimentar sobre ellos. Todo sea por el avance de la ciencia. Volvemos a lo de siempre, el estatuto del embrión, que no es considerado como persona completa. A mucha gente le parece normal que no sea considerado así. También era normal que a los negros de Alabama no se les viese como personas y ahora aquello nos parece una atrocidad. Tras muchos años de lucha y muchos muertos, incluso el propio Martin Luther King, se les llegó a reconocer algo evidente, que son personas dotadas de dignidad. La misma lucha, pero desgraciadamente con muchos más muertos (todos los abortos y embriones destruidos para la investigación), nos está costando el reconocimiento del carácter personal del embrión humano.