Primero fue Irak, donde su antiquísima minoría cristiana (caldeos y asirios, principalmente) se encuentra al borde de la extinción tras años de ocupación militar, guerra civil, y la violencia indiscriminada desatada contra tal por los grupos terroristas islamistas (mediante secuestros y asesinatos, destrucción de lugares de culto y propiedades de cristianos, su expulsión por la fuerza de aldeas y ciudades, etc.). Una situación desencadenada, no lo olvidemos, por la inoportuna intervención yanqui y sus ocasionales aliados, quienes -acaso enmascarando crematísticos intereses petrolíferos de poderosas multinacionales- pretendieron imponer una democracia a lo “occidental” tras el derrocamiento y ejecución de Sadam Husein.
Después le tocó el turno a Siria, donde en el contexto de una cruel guerra civil, los yihadistas se han cebado particularmente con la población cristiana: secuestros y asesinatos de sacerdotes y obispos de diversas confesiones cristianas (incluso extranjeros), destrucción de iglesias y otros lugares de culto (algunos de ellos con casi dos milenios de antigüedad), expulsión de la población cristianas de aquellas áreas donde vivían inmemorialmente, violación de sus jóvenes… Y no ha sido impedimento para ello que algunos cristianos muy significativos se hayan integrado en el sector más moderado de la oposición al régimen baasista (laico, socialista en sus orígenes, nacionalista y panárabe) de Bashar al-Asad. Nos referimos a la denominada “Unión de los sirios cristianos por la democracia”, entre los que destacan jóvenes y viejos opositores al régimen, defensores de los derechos humanos, intelectuales y profesionales comprometidos, como Michel Kilo, el padre Spiridon Tannous, Ayman Abd al-Nour, Samir Sattouf, Bassam Bitar, Elias Warde, Michel Sattouf, Rouba Hanna, Isam Elias, Bassam Ma’luf y Bassam Khoury.
En Egipto, la mal llamada “primavera árabe”, además de un triunfo electoral incuestionable de los Hermanos Musulmanes, y el posterior golpe de estado militar (ante el que, hipócritamente, han coincidido progresistas y reaccionarios occidentales mirando “hacia otro lado”), ha encubierto asesinatos, matrimonios forzosos de jóvenes coptas, quema de iglesias, escuelas y conventos cristianos… En suma, la misma dinámica: los más débiles son los más golpeados.
Líbano se está salvando de la quema, de momento. Con un gobierno interino incapaz de estabilizar la situación política, medio país controlado por Hezbolá, un millón de refugiados sirios que pueden jugar en el futuro el papel de los palestinos en los años 70 del siglo pasado, con constantes estallidos de violencia sectaria entre chiís y sunitas en Trípoli, Sidón, Beirut, Baalbek, Ersal, etc.; los cristianos, divididos en numerosas confesiones pero, sobre todo, políticamente entre partidarios y detractores del “protector” baasista sirio, temen ser los siguientes en el destino de sus otros hermanos árabes.
Y Jordania, con una monarquía estable, pese a las movilizaciones de los Hermanos Musulmanes, se mantiene como un oasis… para el turismo y la vida de sus comunidades cristianas. Pero, ¿por cuánto tiempo?
En este contexto de sinrazón, violencia indiscriminada y de extrema crueldad, los políticos españoles, del signo que sea, han coincidido en una misma actitud: el silencio o, a lo más, vagas declaraciones en apoyo a la oposición moderada; siempre a rebufo de iniciativas yanquis y de la Unión Europea. ¿Y el principio de reciprocidad? ¿Y la defensa de las minorías étnicas, religiosas y las mujeres de esos países en guerra?
Los políticos españoles, tan sensibles –en teoría y en suelo propio- ante el multiculturalismo, la diversidad, el pluralismo, etc., viene ignorando la suerte de la minoría más castigada en estos conflicto interminables en los que se juega, más que nada, el predominio de una de las dos ramas del islam sobre la otra: sunitas y chiís. No se trata, entendemos, de defender a los cristianos “porque sí”. Lo que está en juego es la pluralidad, el respeto de los más elementales derechos humanos, la pervivencia de antiquísimas comunidades supervivientes de las masacres mogolas y la intolerancia islámica, el rol y futuro de la mujer árabe, el respeto cultural a las minorías étnicas, el derecho universal a la educación, la libertad religiosa, la estabilidad territorial…
Volviendo la mirada a Siria, para el padre Sidney Griffith, profesor de Los orígenes del pensamiento sirio y árabe-cristiano en la Universidad Católica de América, entrevistado por Mark Danner para “Huellas, revista internacional de Comunión y Liberación” el pasado 30 de septiembre de 2013 nos explica que: «Este país es su casa y ellos no son los únicos que sufren. Siria es la cuna de los orígenes del cristianismo, fue precisamente en esta región de la antigua Antioquía donde la fe cristiana creció y se desarrolló en su etapa griega y aramea. Además, los cristianos han convivido con los musulmanes desde el nacimiento del islam en Siria, en el siglo VII, por lo tanto, lo que es una situación trágica para los cristianos lo es también para las comunidades musulmanes tradicionales, puesto que construyeron juntos esta sociedad y que los cristianos son una parte integrante de la civilización islámica clásica. En este sentido, los movimientos militantes islámicos constituyen una amenaza también para la sociedad musulmana tradicional. Sin embargo, como portadores de Cristo, los cristianos tienen algo único que ofrecer con su sola presencia». Una “presencia” que está siendo extirpada ante la indiferencia generalizada de Occidente.
En contraste con nuestros políticos, el pasado 27 de septiembre se presentó en público la coordinadora francesa “Cristianos de Oriente en Peligro”.
La iniciativa, que partió de grupos de maronitas, coptos, melkitas, etc., residentes en Francia, así como de diversas organizaciones nacionales, cuenta ya con la adhesión de políticos de procedencia y militancias diversas: es el caso del consejero regional de Ile de France Patrik Karam, militante de la centrista UMP, y del presidente socialista de ese consejo regional, Jean-Paul Huchon. Y ya se están movilizando en los ámbitos de la opinión pública, interpelaciones al Gobierno, operaciones de socorro humanitario, iniciativas internacionales…
Es cierto que Francia, antigua potencia colonial del Líbano, siempre ha estado muy atenta a la suerte de los libaneses, pagando un gran tributo de sangre en esa misión. Pero en esta ocasión, esta iniciativa responde no tanto a un impulso nostálgico de la “Grandeur Francaise”, ni a una toma de partido, ni siquiera a otro amago de “hacer política”. Es la voluntad de esos franceses en el acompañamiento de los cristianos árabes y sus obispos, en su anhelo de supervivencia, por un Oriente diverso en el que el diálogo encuentre su lugar; única vía de resolución del conflicto actual. Puede parecer una utopía, dado el extremo enconamiento de las facciones armadas y las amenazas irracionales de bombardeos selectivos y otras posibles intervenciones externas. Pero únicamente el diálogo puede preservar unos mínimos de convivencia que exploren el retorno a la paz.
Si ya en su día con “Manif Pour Tous” nuestros vecinos franceses nos dieron un buen ejemplo de movilización social y coherencia política, “Les chrétiens d’Orient en danger” también nos marca otro camino. Pero, ¿seremos capaces de seguirlo?
Fernando José Vaquero Oroquieta