Uno de los obstáculos a la subsidiariedad, o sencillamente al espíritu de iniciativa, es el paternalismo de Estado, que podría ser un familiar cercano del estatismo. El fenómeno del paternalismo, sin embargo, no está limitado a la política, sino que invade la casi totalidad de los medios de comunicación y de información, porque se trata de una forma mentis típica de los totalitarismos.
Esto lo vemos empezando por lo más pequeño. Es muy frecuente, por ejemplo, cuando se accede a cualquier plataforma ’social’ en la red, ser acogido benévolamente por una frase de este tipo: «Querido usuario, eres tan importante para nosotros como lo son los recuerdos que compartes con nosotros. Hemos pensado que te gustaría ver de nuevo este post de hace tres años». Lentamente, a diario, el usuario es llevado de la mano, como un niño, y reeducado para aceptar a un evanescente Gran Hermano que piensa y decide en su lugar qué decir y hacer en público. En este sentido, el paternalismo siempre está acompañado por el infantilismo. Son actitudes difundas también en el comercio y en la publicidad.
El término “paternalismo” (del inglés “paternal”, “paterno”) surge en el periodismo político a partir del siglo XVIII para indicar la actitud de las monarquías absolutas, en las que los soberanos concentraban toda tarea administrativa y política. El paternalismo mundial contemporáneo es más ideológico. En China, el presidente Xi Jinping ha puesto en marcha una masiva campaña de adoctrinamiento de masas en el «social-comunismo con características chinas». Cierre de iglesias, campaña de denigración de las religiones, estaciones y lugares públicos tapizados con citas de Xi Jinping, el cargo de presidente convertido en cargo vitalicio, culto a la personalidad, manipulación de los libros de texto escolares... los chinos están tan acostumbrados a la nueva revolución cultural, que ya no se dan ni cuenta.
El eslogan paternalista ha sustituido a la formación paterna
En Italia no hay citas maoístas en las pancartas, pero aún causa estragos -desde 1971- la Pubblicità Progresso [fundación que, desde 1971, realiza campañas publicitarias distribuidas gratuitamente]. Basta echar una ojeada al sitio web y se descubren varias llamadas paternalistas. En el último lustro, de 2012 a 2017, Pubblicità Progresso ha propuesto: “Donación de órganos y tejidos” (educación al altruismo), “Apuesto por ti – Primera fase de la campaña en favor de la igualdad de género, centrada en la discriminación de género” (educación al feminismo), “Apuesto por ti – Segunda fase”, “Lo consigo – Sostenibilidad, sobriedad, solidaridad” (educación al ecologismo), “Equipo Lo Consigo [Ci Riesco Squad] – Combatir los comportamientos incorrectos” (educación a los buenos modales).
La forma literaria preferida para el éxito de las campañas Pubblicità Progresso es el eslogan y, lo mismo que se hace con los niños, utiliza estribillos o rimas infantiles: “Basta poco para hacer crecer tu futuro, un gesto tras otro”, “Ser mujer sigue siendo un oficio complicado. Démosle el justo valor”, “La primera forma de discriminación es negar que exista”. No hay espacio para la formación, sólo para la información, es decir, para transmitir un mensaje publicitario masticado, de manera martilleante, para que quede impreso en la memoria y persuada. Todo lo que las cadenas de televisión generalistas o la radio transmiten tiene el mismo esquema. Programas de debate y entrevistas, mesas redondas, publicidad comercial: eslóganes breves, repetidos para ser memorizados, si es posible gritados, para subrayar el énfasis de este o ese comunicador. Es superfluo observar que el mundo de la política utiliza los mismos medios: frases planificadas por los vértices y repetidas como papagayos por los portavoces.
Hay una relación analógica entre Estado y familia natural
Sin embargo, el Estado (o la Nación) sigue siendo, en cierta medida, Padre. Esto está claro en nuestra civilización: en la Roma antigua se confería el título honorífico de Pater Patriae; la nación es llamada también “patria” puesto que es “tierra patria” (el término está presente en la Constitución italiana en los artículos 52 y 59); normalmente el apellido pasa del padre a los hijos; hay una patria potestad. El Padre está presente hasta tal punto que, para reformar la sociedad, el Mayo del 68 tuvo que eliminarlo.
Diego Fusaro, filósofo marxista que está por encima de toda sospecha, sostiene que ni siquiera el social-comunismo había rechazado la figura del Padre, como en cambio quieren hacer ahora los modernos liberals. ¿Acaso no había en la Cuba de Guevara –escribe el filósofo– «un comunismo con base claramente patriótica»? El programa «patria o muerte», ¿no «era acaso el camino privilegiado del anti-imperialismo made in USA»? Por no hablar de la distinción que hacía Antonio Gramsci «entre nación y nacionalismo, patria y patriotismo», el cual «valoraba la nación sin ser nacionalista» y no creía en absoluto que «para evitar el machismo y el paternalismo había que eliminar la figura del hombre, del padre y, de manera más general, de la familia, etcétera».
Si, por consiguiente, el nacionalismo es una degeneración de la Nación, el paternalismo o el patriotismo son la degeneración del Padre. Y no es posible, además, eliminar la analogía entre los componentes individuales de la familia y los del Estado o la sociedad, puesto que la familia humana no puede no fundarse en la familia natural. En este sentido es fácil comprender expresiones similares a “soberano-padre”, “ciudadanos-hijos”, “rey y reina-padre y madre”. La Nación es llamada así por el término latino “natus”, participio pasado de “nasci” (“nacer”). La Nación es, por lo tanto, la «generación de hombres nacidos en una misma región», allí donde nacer presupone un padre y una madre. Se comprende también rápidamente que el significado etimológico de “economía” esté contenido en la palabra griega “oikos”, es decir, “casa”, la morada de la familia.
Dios es padre, no dueño
Con más razón, los ciudadanos del estado que son cristianos deberían intuir con más facilidad cuáles son las bases de la creación y, por lo tanto, de la vida social misma, bajo el señorío del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. En especial, desde el punto de vida de la doctrina social de la Iglesia, «Cristo revela a la autoridad humana, siempre tentada por el dominio, que su significado auténtico y pleno es de servicio», en el sentido que «Dios es Padre único y Cristo único maestro para todos los hombres, que son hermanos»: en este sentido, «la soberanía pertenece a Dios» [Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, n. 383].
El Señor, sin embargo, «no ha querido retener para Él solo el ejercicio de todos los poderes. Entrega a cada criatura las funciones que es capaz de ejercer, según las capacidades de su naturaleza» y «este modo de gobierno debe ser imitado en la vida social». Es, por consiguiente, según el plan del Padre que los gobernantes deben «comportarse como ministros de la providencia divina».
Mucho antes, León XIII había escrito que «el poder debe ser justo, no despótico, sino paterno, porque el poder justísimo que Dios tiene sobre los hombres está unido a su bondad de Padre» (Inmortale Dei). Y los ciudadanos, «convencidos estos de que los gobernantes tienen su autoridad recibida de Dios, se sentirán obligados en justicia a aceptar con docilidad los mandatos de los gobernantes y a prestarles obediencia y fidelidad, con un sentimiento parecido a la piedad que los hijos tienen con sus padres», según las palabras de San Pablo: «Todos habéis de estar sometidos a las autoridades superiores» (cf. Rom 13, 1). Al contrario, León XIII reacciona al paternalismo de Estado con susodicho principio de subsidiariedad: no es justo «que ni el individuo ni la familia sean absorbidos por el Estado», por lo que la acción paterna del Estado se debe limitar a garantizar a la familia y al ciudadano que deja «a cada uno la facultad de obrar con libertad hasta donde sea posible, sin daño del bien común y sin injuria de nadie» (Rerum Novarum, 28).
Después de todo, no es difícil comprender estos principios si tenemos en mente la dinámica de la familia, en la que el padre y la madre deben ejercer una potestad sobre los hijos, pero sin frenar sus aspiraciones o iniciativas legítimas y libres. O, cristianamente, sus vocaciones. Dios es Padre, no dueño.
Publicado en el Observatorio Internacional Cardenal Van Thuân sobre la Doctrina Social de la Iglesia.