En la presentación sevillana de su libro La fragilidad de la libertad, Francisco José Contreras llamó la atención sobre los modos de la ideología de lo políticamente correcto o del marxismo cultural. Tras remontarse a sus orígenes históricos y filosóficos, el catedrático de Filosofía del Derecho nos hizo ver los peligros del masivo etiquetado social a las personas que no pasan por el aro y que convierten en xenófobos, homófobos, misóginos, fachas, etc. Ese sufijo -fobo imputa al que piensa distinto dos cosas: un mensaje de odio y un diagnóstico de enfermedad mental. Resulta doblemente inquietante. Porque socava la libertad de expresión y porque ya sabemos que mandar al disidente al psiquiátrico es una práctica que usó mucho la izquierda con mando en plaza.
Mi temblor, sin embargo, ocultaba una risita por lo bajo. No podía ser una carcajada porque yo era el presentador y estaba subido a la mesa y, de verme mondado ante tan negros augurios, habría sido el público o el mismo Contreras quienes me hubiesen llevado al psiquiátrico.
Aquí, con ustedes, sí puedo reírme. Recordaba una historia recogida por Edward Gibbon en Decadencia y caída del Imperio Romano. Por lo visto, los esclavos andaban díscolos y levantiscos por las calles de Roma, creando graves problemas de orden público. En el Senado discutían la situación y un joven patricio pidió la palabra. Propuso uniformar o señalar o etiquetar a los esclavos de modo que se les pudiese identificar en todo momento. Sus compañeros se le echaron encima. ¡Era un disparate! Señalados, los esclavos verían cuántos eran y que eran más que los soldados.
Los líderes sociales no leen a Gibbon y, por tanto, están siguiendo al pie de la letra la idea del iluminado senador romano de Decadencia y caída. Si nos marcan a todos los que no comulgamos con sus ruedas de molino, terminaremos dándonos cuenta de que no estamos solos. Incluso de que somos más. Así ganó Trump. Hillary Clinton etiquetó como «deplorables» a todos los que no la iban a votar y luego pasó lo que pasó.
Los partidos de derechas que han estado huyendo de las etiquetas como almas que lleva el diablo han hecho el mayor favor posible a los etiquetadores. Ahora, éstos han entrado en un frenesí etiquetante y, por otro lado, cada vez más personas no tenemos problemas con que nos etiqueten como les parezca, mientras podamos pensar libremente y cada vez más y entre más amigos.
Publicado en Diario de Cádiz.