Cuando hace dos años la
Conferencia Episcopal publicó el documento
“Teología y secularización en España”, los obispos españoles dieron las claves para entender las razones por las que la secularización interna en la Iglesia es un hecho indiscutible. Ciertamente no dejaba de ser curioso que los que señalaban la enfermedad de la Iglesia fueran aquellos que tenían, y tienen, la responsabilidad de haber evitado que la misma enfermara. Además, el documento señalaba el mal pero no daba la receta para curarlo. Es como si vas al médico y te dice: “Mire, su enfermedad se ha agravado porque no le di la medicación adecuada". Tú le respondes: “¿Y qué voy a hacer ahora?", ante lo cual el galeno te replica: “De momento sólo le digo que está muy enfermo". Lo normal, en un caso así, es pensar que estamos ante un irresponsable al que le han dado la licenciatura de medicina en una tómbola. Hoy, la
Comisión Episcopal de Apostolado Seglar hace público otro documento titulado
“Laicos cristianos: sal y luz del mundo” que, para no variar, es muy bueno. Si la Iglesia Católica en España tuviera que ser juzgada por la calidad de los documentos que produce su Conferencia Episcopal, la nota sería de sobresaliente. Pero los fieles no viven de documentos que en su inmensa mayoría ni siquiera leen. Los fieles no viven de las buenas intenciones de sus obispos. De la misma manera que los enfermos no viven del diagnóstico de su enfermedades sino de la medicinas para curarlas, los fieles católicos necesitan acciones concretas de sus pastores y no meras descripciones de los males que les aquejan. Nuevamente los obispos españoles reconocen que algo han hecho mal. En el texto de
“Laicos cristianos: sal y luz del mundo", afirman que “desde la Iglesia tal vez no hemos prestado la suficiente atención y dedicación a la formación de los adultos bautizados". Yo cambiaría el “tal vez” por un “obviamente", pero algo es algo. Los obispos afirman que deberían de hacer caso a lo que
Juan Pablo II les dijo hace unos años: “la formación de los fieles laicos se ha de colocar entre las prioridades de la diócesis y se ha de incluir en los programas de acción pastoral, de modo que todos los esfuerzos de la comunidad (sacerdotes, religiosos y laicos) concurran a este fin". La pregunta que podemos hacerles es: ¿por qué no hicieron caso en su momento al Papa?, ¿debemos creernos que lo harán ahora? Va siendo hora de que pasemos de las palabras a los hechos, de los documentos a las acciones pastorales concretas. Los fieles tenemos el derecho a ser pastoreados adecuadamente y no sólo por buenas intenciones. Eso sí, a la vez que tenemos ese derecho, tenemos la obligación de hacer lo que está en nuestras manos para formarnos en las cosas de la fe. No hace falta que venga el obispo a nuestra casa para pedirnos que leamos la Biblia, el Catecismo o su compendio y los muchos libros de sana espiritualidad que tenemos a nuestra disposición. De poco valdrá que nuestros pastores hagan lo que es su deber si nosotros seguimos apoltronados horas y horas delante de la televisión o sentados en la terraza de verano tomando una de gambas a la plancha. Si apreciamos el don de la fe que se nos ha dado gratuitamente, debemos de cultivarlo para que no dé un fruto raquítico. Ya dijo San Pablo que debíamos ocuparnos con temor y temblor en nuestra salvación. Cuando lleguemos delante de Dios no le podremos decir “es que mis obispos no me pastorearon bien” porque al fin y al cabo el Señor es nuestro gran pastor, que siempre nos lleva a buenos pastos. Sobran excusas de unos y de otros. Falta determinación para llevar adelante nuestra vida cristiana para que de verdad podamos ser sal de la tierra, luz del mundo.
Luis Fernando Pérez Bustamante