La Alianza Evangélica Española (o por lo menos su ejecutiva actual) nos ha dado esta semana una muestra más de sus prejuicios anticatólicos. Mientras que la semana pasada era el editorial en Protestante Digital titulado “Que no volvamos atrás, por favor” –en el que
Pedro Tarquis manifestaba su anhelo de que los capellanes católicos no entraran por el hecho de serlo en los comités de ética de los hospitales de la Comunidad de Madrid–, este miércoles la AEE lanzaba un ataque de lo más virulento contra la campaña publicitaria de la Conferencia Episcopal Española para que los católicos se comprometan con el sostenimiento de su Iglesia a través de la declaración de la Renta. El término empleado para calificar esta campaña publicitaria era nada menos que el de “perversa”, y ello por cuatro razones: 1) porque en su lema –“Marca la X a favor de la Iglesia”– se apropiaba indebidamente del término “Iglesia”, excluyendo a las demás confesiones cristianas; 2) porque hacía del Estado un recaudador para una confesión religiosa (la federación evangélica FEREDE salió al paso diciendo que ellos también habían estado trabajando acerca de la posibilidad de tener una casilla propia en la declaración del IRPF, y se desvinculaba así de las críticas vertidas por la Alianza Evangélica contra la CEE ); 3) porque reduce las relaciones entre la Iglesia y el Estado meramente a un toma y daca económico, en vez de fomentar “un laicismo integrador y positivo (respeto mutuo, reconocimiento de funciones complementarias y no injerencia de la Iglesia en competencias políticas y del Estado en aspectos morales)” –¡como si fuera la Iglesia católica la mayor transgresora en este campo, a pesar del intento de
Zapatero de imponernos a todos su moral o su falta de ella desde la cuna!–; y 4) porque las confesiones deben autosostenerse y no fomentar “el uso del dinero público sin control alguno y para un mantenimiento del culto y las actividades religiosas” (¿dónde está el “dinero público” en este caso?). Para la actual Alianza Evangélica, el único problema que tiene España es la Iglesia católica –al menos no es igual de crítica con el Gobierno–, y su portavoz oficial considera un avance el que esta no participe por derecho propio en organismos como los comités de ética de los hospitales, a pesar de que haya muchos enfermos y facultativos católicos que estarían más tranquilos si así fuese. Y es que en España no están las cosas para decir, como decía el editorial de P+D: “Que no volvamos atrás, por favor”; sobre todo en cuanto a los temas éticos relacionados con la Medicina: aborto, eutanasia, utilización de células madre embrionarias, objeción de conciencia de los médicos… Pero a
Pedro Tarquis, director de Protestante Digital y médico internista, debe de parecerle que se ha avanzado mucho en los temas éticos y en las libertades bajo el Gobierno de
Rodríguez Zapatero y que no conviene volver atrás. Si no estuviera tan obsesionado con la Iglesia católica, quizás
Tarquis diría: “¡Que volvamos atrás, por favor!”; a cuando los valores y los principios éticos cristianos –o meramente los hipocráticos– imperaban en la sociedad y en la práctica de la Medicina, y cuando no se nos imponía ir en contra de lo que Dios manda en su Palabra. ¡Cualquier cosa, sin embargo, antes de que la Iglesia católica pueda asomar la cabeza, ya sea para bien o para mal! ¿No sería más lógico pedir la igualdad entre las confesiones también en este campo, para que hubiera una representación de la fe evangélica –y de la judía y la musulmana– en las deliberaciones de los comités de ética? Porque también a los enfermos, las enfermeras y los médicos evangélicos les afectará lo que aconsejen dichos comités. Pero no, hay que excluir del todo a la Iglesia católica de cualquier institución que sea, e incluso criticarla por hacer una campaña publicitaria para animar a sus fieles a que ayuden a su sostenimiento. Esto ya es obsesivo y raya en la estupidez. En cuanto al uso del término “Iglesia” refiriéndose solo a la Iglesia católica romana, ya se sabe que la Iglesia de Roma se ha considerado siempre la única Iglesia, y no es cuestión ahora de rasgarse las vestiduras. Como decía
Luís Fernando Pérez en Religión en Libertad: “La actitud de la AEE es tan ridícula como si la Iglesia Católica protestara porque la propia AEE se llamara a sí misma evangélica, dado que el catolicismo no cree que el protestantismo es realmente fiel a los evangelios”. Sobre todo, no deberíamos escandalizarnos porque nosotros mismos utilizamos indebidamente el término “Iglesia católica” para referirnos a ella, siendo así que nosotros también somos católicos (y a nuestro modo de ver los verdaderos “católicos”), pues sostenemos la fe apostólica (bíblica) y de la Iglesia primitiva, que incluye los credos de los Apóstoles, Niceno-constantinopolitano y de Calcedonia. Pero es que, en eso del uso de los términos, nadie está libre de culpa. Las críticas de los evangélicos a la Iglesia católica romana deben ir dirigidas, como se ha hecho siempre desde la Reforma del siglo XVI, a las cuestiones doctrinales: la mariolatría, la intercesión de los santos, el culto a las imágenes, el sacrificio de la misa, el Purgatorio, las indulgencias, la infalibilidad del Papa o el celibato obligatorio del clero. Esas críticas sí están justificadas a la luz de la Palabra de Dios; lo que no está justificado es el “prejuicio anticatólico” que no reconoce la aportación positiva de la ICR en este tiempo en España, abanderando la resistencia a los embates que se lanzan desde diversas instancias y desde el Gobierno contra los valores cristianos (y contra la fe cristiana en sí, aunque algunos no quieran reconocerlo) y defendiendo libertades preciosas que estamos a punto de perder: libertad para organizar nuestras familias según la Palabra de Dios en cuanto a los roles sexuales (Ley de igualdad y, ahora, Ministerio de Igualdad); libertad para enseñar a nuestros hijos según nuestras creencias y la sabiduría bíblica (Educación para la Ciudadanía, “Ley del cachete”); libertad de conciencia para objetar como padres o alumnos a EpC o, como médicos o enfermeros/as, a la práctica de abortos –y, próximamente, a la eutanasia– en los hospitales públicos; libertad para predicar el evangelio hablando abiertamente de pecados como la práctica de la homosexualidad, etc. No reconocer el papel positivo que está desempeñando la Iglesia católica en España es no ser ecuánimes; y no perdonarla por la persecución y la opresión de que fuimos objeto en el pasado, no es de cristianos; máxime cuanto que la Iglesia de Roma ya ha reconocido la perversión del cristianismo que supuso la Inquisición española y pedido oficialmente perdón por ella.
Juan Sánchez Araujo