Este Gobierno tiene claras sus prioridades. Quiere más. ¿Más justicia, más trabajo, mayor bienestar? No parece que vayan por ahí los tiros. Las preferencias son otras. El Gobierno quiere abanderar la causa – caduca causa – del laicismo y enarbolar la bandera del aborto. Anuncian una revisión de la Ley de libertad religiosa que, habida cuenta del ideario que subyace a estas prisas, no augura nada bueno. Y quiere “mejoras” en la Ley del aborto. ¿Mejoras de qué tipo? Es fácil también adivinarlo: Blindar el ejercicio del aborto, tanto para las madres – y padres - que quieran deshacerse de sus hijos, como para los médicos que quieran seguir forrándose a base de perpetrar estas carnicerías. Ante todo, “seguridad jurídica”. Para todos, menos para el niño. Una ley que, en vez de proteger la vida, defienda a los que la atacan. Algo así como el mundo al revés. Lo más preocupante, con todo, no son las prioridades del Gobierno, sino la situación moral de una sociedad que ampara, que quiere, que respalda, con sus votos o con su silencio, este tipo de medidas. Una sociedad enferma, ciega ante los verdaderos derechos humanos, insensible al grito de los más indefensos de los indefensos. A los católicos, y a los demás ciudadanos de bien, nos toca combatir; despertar del sueño de la comodidad y comprometernos mucho más en todas las causas nobles. Una Iglesia “atacada” debe ser una Iglesia más unida, más confesante, más martirial. Una sociedad anestesiada necesita voces que se alcen para sacudir las conciencias; para evitar que el opio del egoísmo las atrofie del todo. A mí me parece que todo esto es una tarea que excede las fuerzas humanas. Sin duda, hay que rezar más, sin dejar de hacer lo que, honestamente, se debe hacer. Todo reto, incluso el más adverso, puede ser ocasión propicia de crecimiento, de coherencia, de responsabilidad. Veremos si todos estamos a la altura. ¡Dios lo quiera! Guillermo Juan Morado