Acabo de estar con un matrimonio en el que ella está embarazada de dos meses. En su teléfono móvil me enseñaron tres fotografías de una ecografía de su hijo. No es cuestión de opinión, ni de ideas religiosas o políticas, pero lo que se ve en las fotos es indiscutiblemente un ser humano.
Ahora bien, ¿desde cuando hay vida humana? Los avances de la Medicina van todos en la misma línea: la vida humana empieza en la concepción. La famosa frase de aquella pobre mujer que dijo hablando del feto: “hay vida, pero no humana”, no se sostiene, porque no hay un salto cualitativo en el ser humano después de la concepción. Recuerdo que en el Seminario un profesor se reía de esos seudodevotos que rezaban así: “Te doy gracias, Señor, porque me has hecho un ser humano y no una rata”. Nos decía: “en ese caso no serías tú, sino una rata, otro ser que no eres tú”. Pues hay algo que uno no puede ser: primero un ser no humano, y luego él mismo un ser humano. Es simplemente imposible.
En el Concilio Vaticano II la Iglesia nos recuerda: “La vida desde su concepción ha de ser salvaguardada con el máximo cuidado; el aborto y el infanticidio son crímenes abominables” (Gaudium et Spes nº 51).
Y ahora hablemos de los implicados en el aborto.
En primer lugar el triste y principal protagonista del aborto es el embrión o feto que va a ser asesinado. Reconozco que hay algo que escapa a mi comprensión: como muchos adversarios de la pena de muerte, idea que comparto, son sin embargo decididos partidarios del aborto, que no es otra cosa que ejecutar a un inocente. El aborto es una cruel, como se puede ver en tantos videos y fotos, y definitiva interrupción de una vida humana.
La segunda víctima del aborto es la madre. Para ella no se trata de ser madre o de no serlo, sino de ser madre de un hijo vivo o de un hijo muerto, y además asesinado por ella. Es una decisión dramática e irreparable, totalmente contraria al instinto materno y con graves consecuencias psicológicas, en particular el cuadro psicopatológico conocido como el “síndrome postaborto” (cuadro depresivo, sentimiento de culpa, pesadillas recurrentes, alteraciones de conducta, pérdida de autoestima, agresividad contra el médico y su compañero sentimental, propensión al suicidio etc.). Este síndrome lo experimentan en ocasiones quienes han colaborado en algún aborto. Cualquier sacerdote puede decir que, con frecuencia, los casos más duros con que nos tropezamos son los casos de aborto, donde además el paso del tiempo, al contrario de lo que sucede con muchos otros pecados, no disminuye, sino agrava el problema. Cierto compañero sacerdote me contó que alguien le increpó por oponerse al presunto derecho al aborto, ya que la mujer es dueña de su cuerpo y puede hacer con él lo que le dé la gana. Le respondió: “Vd. es muy dueña de pensar lo que quiera, pero a quien le toca tratar de ayudar a las mujeres destrozadas como consecuencia de sus ideas, es a nosotros. Vds. no tienen ni idea del daño que hacen”. La afirmación que a menudo se hace que se legisla para evitar que la mujer que aborta vaya a la cárcel prueba la ignorancia o mala fe de quien argumenta así. En toda la democracia, es decir desde muchos años antes de las leyes sobre el aborto, y ya empiezan a ser años, ni una sola mujer ha ido a la cárcel por abortar.
En tercer lugar está el padre. Puede adoptar distintas posturas ante este problema, pero lo que me llama la atención es el poco caso que la legislación le concede, hasta el punto que se puede prescindir olímpicamente de él, y de hecho hay cada vez más mujeres que ni siquiera le informan.
Luego están los médicos. Siempre he pensado que la vocación médica es la lucha a favor de la vida y cumplir el juramento hipocrático, del siglo V antes de Cristo y en el que se comprometen, entre otras cosas, a “tampoco daré un abortivo a ninguna mujer”. Cuando pienso en un médico que voluntariamente realiza abortos, me recuerda a los oficiales genocidas de las SS. Desde luego no me gustaría estar en su pellejo en la hora de la muerte, porque oírle a Cristo decir. “estaba indefenso y desvalido y me asesinaste”, tiene que ser tremendo. Por supuesto un sanitario tiene que hacer valer su derecho a la objeción de conciencia, un derecho humano fundamental.
Sobre los políticos Juan Pablo II nos dice que “la responsabilidad implica también a los legisladores que han promovido y aprobado leyes que amparan el aborto” (Encíclica Evangelium Vitae nº 59). La Exhortación Apostólica Sacramentum Caritatis de Febrero del 2007 de Benedicto XVI dice así: “Es importante notar lo que los Padres sinodales han denominado coherencia eucarística, a la cual está llamada objetivamente nuestra vida. En efecto, el culto agradable a Dios nunca es un acto meramente privado, sin consecuencias en nuestras relaciones sociales: al contrario exige el testimonio público de la propia fe. Obviamente, esto vale para todos los bautizados, pero tiene una importancia particular para quienes, por la posición social o política que ocupan, han de tomar decisiones sobre valores fundamentales, como el respeto y la defensa de la vida humana, desde su concepción hasta su fin natural, la familia fundada en el matrimonio entre hombre y mujer, la libertad de educación de los hijos y la promoción del bien común en todas sus formas. Estos valores no son negociables. Así pues, los políticos y los legisladores católicos, conscientes de su grave responsabilidad social, deben sentirse particularmente interpelados por su conciencia, rectamente formada, para presentar y apoyar leyes inspiradas en los valores fundados en la naturaleza humana. Esto tiene además una relación objetiva con la Eucaristía (cf. 1 Cor 11,27-29)” (nº 83). Es decir un político que favorezca o ampare el aborto no puede recibir la sagrada comunión.
En cuanto a los que se enriquecen con el infame negocio del aborto son los peores de todos.
Sobre la gente hay muchos que de buena fe y víctimas de las campañas proaborto lo defienden. Pero en cierta ocasión y por estar contra el aborto una activista me llamó de extrema derecha. Espontáneamente le contesté: “Vd. lo que es, es una asesina”. Con el paso del tiempo cada vez estoy más contento de esa respuesta. Ante el crimen no hay que andarse con medias tintas.
Pedro Trevijano