El ex-presidente del Gobierno, don Leopoldo Calvo-Sotelo, fallecido, como se sabe, este sábado último, debía de ser, necesariamente, un hombre de convicciones cristianas sólidas, a juzgar por el hecho de tener un familia más que numerosa -ocho hijos- y unida, y ser un político serio, consecuente y fiel a sus lealtades: el servicio a España y a la Corona. Todos los medios han resaltado que se hizo cargo del gobierno en unos momentos y circunstancias difíciles, como se han ocupado de resaltar hasta el cansancio, las crónicas, editoriales y artículos de circunstancias publicados estos días. Las gentes de mi gremio se han detenido, sobre todo, en el golpe folklórico de Tejero, que a pesar de su aparatosidad, sólo produjo un susto morrocotudo, y tal vez la descomposición intestinal de más de un diputado. Bien, todo cierto, pero eso no es todo, ni mucho menos, pues se olvidan, acaso por ignorancia o más bien por desmemoria aguda, que cumplió dos encargos harto complicados, más peligrosos de lidiar que los "oleas" de Colmenar Viejo, que según los viejos taurinos, a los "oleas, ni los veas". El primero de estos encargos fue, como recordarán las personas de buena mamoria, la entrada de España en le OTAN. Nuestra nación no podía seguir durante más tiempo alejada y ajena a los organismos de defensa común occidental -como si no fuéramos de la familia-, de los que estábamos al margen desde su misma creación, hacía casi medio siglo.Y también recordarán, la escandelera que montaron los socialistas, organizando manifestaciones y mucho ruido callejero -su especialidad- con Felipe González, Alfonso Guerra y Javier Solana a la cabeza, con aquello de "OTAN, de entrada, NO". Luego, cuando llegaron al poder, como el hecho no tenía marcha atrás y no había forma de desdecirse de todas las sandeces que habían dicho, montaron aquel referendum rocambolesco, en el que no se sabía bien lo que se votaba, "no" o "sí", ya que al final resultaba, "no" pero "sí". Javier Solana, con el tiempo secretario general de la OTAN, por ser lo que es, "de entrada, no", pero de salida acabó borbandeando en Yugoslavia todo lo que se movía. Estos pacifistas de salón son así. Otro encarguito envenenado con el que tuvo que apechugar Calvo-Sotelo fue el facilitar el acceso al poder de los socialistas. Suárez no parecía muy dipuesto a bajarse del machito. Entonces se pusieron a intrigar los submarinos sociatas que había dentro de UCD, como Francisco Fernández Ordoñez y compañía, para moverla la silla al verdadero hacedor de la transición, al que hartaron y arrojó la toalla. De todos modos, el cambio se imponía. Por un lado era necesario para consolidar el juego democrático de la alternancia paciífica en el poder y, por otro, para cumplir, me temo, algún oscuro compromiso entre las altas instancias y el PSOE, según el cual, los nietos del republicanísimo y revolucionario Paulino Iglesias, aceptaban la Monarquía, y ésta permitía, incluso facilitaba, que aquellos tocaran presupuesto. Pero no cualquier carguito en alcaldías y autonomías en embrión, sino en los principales ministerios. Fracasado el golpe de Tejero, que, con toda probabilidad, hubiera dado lugar a un gobierno de "concentración nacional", con los socialistas, obviamente, dentro, Calvo-Sotelo se vio en la penosa tesitura de convocar elecciones generales cuando estaba convencido de que las iba a perder una UCD en descomposición. Allí ya sólo aguantaban, a pie firme, los demócratas-cristianos y no muchos más, con Landelino Lavilla a la cabeza, seguido de Íñigo Cavero, José Luis Álvarez, Guerra Zunzunegui, Marcelino Oreja, Eugenio Nasarre y compañía. Los "ucederos" que aún persistían, confiaban obtener unos cincuenta diputados, lo cual les hubiera permitido actuar de bisagra y moderar los impulsos socialistas, que a juzgar por la trompetería anti occidental que habían montado a propósito del asunto de la OTAN, no parecían muy tranquilizadores. Ciertamente, no "defraudaron" las espectativas. UCD, con sus guiños al PSOE, únicamente consiguió doce escaños, un verdadero desastre histórico, cosa enteramente normal cuando un partido se presenta ante el electorado como sacristán del contrario. Espero que lo tengan en cuenta los "peperos" de ahora. El caso fue que apenas tomado el poder, por supuesto de modo legítimo, se dedicaron a cometer numerosos desafueros, como el asalto, con nocturnidad y alevosía, a Rumasa. Pero esta es la segunda parte de la historia, que ya no vivne al caso. Calvo-Sotelo, como caballero español y cristiano, cumplió con su deber. Si los otros no hicieron honor a la confianza en ellos depositada, no fue culpa del hijo de Ribadeo, sino de los malos hábitos, consustanciales con su naturaleza, de quienes le sucedieron. Vicente Alejandro Guillamón