Se ha avanzado mucho en cuanto a presencia y participación del laicado, pero el problema sigue siendo su funcionalidad real (los laicos parece que siguen siendo más ejecutores que “sujetos” de las decisiones). Laicos y clérigos las más de las veces nos sentimos insatisfechos de los niveles de confianza y de las responsabilidades que se asumen y/o con qué autonomía se asumen (si se tiene o no formación para encargarles algo o para que ellos lo acepten…). Los clérigos decimos desear que los laicos pasen de “colaboradores” a “corresponsables”, y hay muchos laicos que aspirarían a eso, y sería justo y positivo para todos. Pero llevamos años (¿siglos?) de una Iglesia y una pastoral muy “clericalizada” (por necesidad o por inercia), y hay que aceptar que queda mucho camino por hacer y no siempre sabemos cómo hacerlo. Quizá hemos de ser todos más capaces de acoger y valorar las diferencias, que pueden favorecer la complementariedad y el mutuo enriquecimiento, afrontando juntos los problemas, sin evitar la discusión recurriendo a la ‘obediencia’ o a la imposición. Porque la inmensa mayoría compartimos las adquisiciones conciliares sobre el deber y el derecho de los laicos al apostolado, derivados de su unión sacramental con Cristo Cabeza. Podríamos decir que nos sabemos la letra, pero falta “la música”… Aun así, damos gracias a Dios porque sigue importando mucho hallar formas de verdadera “participación” laical y experiencias de complementariedad eclesial entre grupos y sectores. De todos modos, en niveles menos intraeclesiales, también parece muy escasa la voz significativa de los laicos. No faltan testimonios aislados, pero la voz que más suena para iluminar y/o regenerar a la luz del Evangelio los problemas sociales, culturales…, no es laical. Sin negar que los Pastores podemos y debemos intervenir a veces, los seglares –la mayoría del cuerpo eclesial– no llevan la voz cantante. Espero y deseo que la ‘distancia’ que parece reflejar la pregunta sea cada vez menos sentida y tenga el mínimo fundamento objetivable. El hecho de contraponer ‘laico’ e ‘Iglesia‘, solicitando señalar qué espera uno de otra y viceversa, me resulta doloroso (aunque, por desgracia, existe esa mentalidad y lenguaje). Lo que todos esperamos es acogernos con benevolencia, aceptando con gozo las diferencias, porque el Espíritu ha repartido muchos dones a todos. Se trata de que estos dones y carismas de todos tengan su lugar y se realicen plenamente en bien de todo el cuerpo, subordinando todo y a todos al bien común y a los intereses del conjunto. La unidad en la Iglesia es un don que hay que pedir cada día, pero contribuiría a ello poder manifestar más nuestros pareceres, aun a costa discutir. Tenemos mucho miedo al “disenso” porque puede provocar divisiones que nadie quiere, pero nos molestan los silencios que tratan de evitar posibles enfrentamientos. Será preciso tener la valentía de hablar, aun a riesgo de “pasarse” en algo. Para eso está el discernimiento comunitario. Quizás haya muchas explicaciones para el alejamiento práctico de muchos laicos o el cansancio de otros que han decidido mirar a otro lado desistiendo de esperar una renovación que no acaba de llegar. Bastantes cristianos están “de vuelta” y son más críticos… Tienen derecho a esperar y a hallar en la Iglesia lo que a todos nos gustaría: vivir más y mejor el gozo de la fe y el amor compartido… También ellos son llamados a procurarlo (desde dentro) junto a quienes tratamos, con infidelidades, de seguir a Jesús. Todos hemos de tener (y promover) más conciencia de pertenencia a la Iglesia Particular, a la Diócesis presidida por el Obispo, sucesor de los Apóstoles, en comunión con el sucesor de Pedro. Por tanto, con conciencia de “miembros vivos” de esa parte de Iglesia próxima a nuestra vida de cada día, en cuya vida comunitaria nuestra Fe nace, crece, se alimenta… acompañados y presididos por pastores que actúan en nombre del Obispo diocesano y en comunión con él. Pasa por una vida cristiana más ‘vigorosa’ y lo más coherente posible: hay que insistir en la radicalidad evangélica del seguimiento de Jesús. Los valores evangélicos que parecen patrimonio de “los consagrados” son comunes, y todos estamos llamados a vivirlos en las circunstancias propias. Todos los cristianos debemos sentirnos invitados a conocer a Jesucristo, a creer en Él, a descubrir la Iglesia como Cuerpo y Signo de Cristo, a conocer y adorar al Dios de la salvación y vivir según su voluntad. Y esto es, además, inseparable de la ‘misión’, ya que todo cristiano es ‘enviado’ al mundo a anunciar de palabra y de obra el Reino. La vocación cristiana es esencial y radicalmente apostólica, y su fuente es Jesucristo. Presencia y coherencia en ámbitos concretos: familia y amigos, medios, ejercicio de la responsabilidad política y profesional, educación y enseñanza, trabajo, mundo de la pobreza… Presencia que hoy ha de ser confesional y sin ambigüedades (preferentemente ‘eclesial’, comunitaria…), encarnada con mediaciones estructurales o no, siempre como levadura en la masa, creando espacios donde sea posible intervenir como ciudadanos y creyentes para opinar y actuar desde la fe en “todos” los ámbitos de la vida eclesial y social. Todo esto hace necesaria una renovación espiritual y eclesial de cristianos, comunidades y parroquias. Hace años que hablamos de parroquia misionera, de pastoral evangelizadora, pero apenas han variado los métodos y aspiraciones. Es básico cuidar la dimensión orante y celebrativa de la vida cristiana junto con la necesidad de formación, la presencia visible y el servicio testimonial. Y recuperar la esperanza, testimoniando la fe con más gozo, entusiasmo y determinación. Una fe que se propone y se asocien y constituyan verdaderos movimientos de evangelización en la diócesis con adecuada formación y fuerte espiritualidad. Sólo así se podrá responder a la tan debatida cuestión de la presencia pública, que siempre hay que ir planteando y realizando convenientemente. Escuchar siempre la voz de Dios y el clamor del tiempo y de las distintas realidades. Sólo un laico con coherencia entre su fe y su vida y guiado por el amor de Dios contribuirá a hacer una Iglesia más santa y más evangelizadora. (
Vida Nueva -Pliego-) +
Joan Piris Frígola, obispo de Menorca Director del Secretariado de la Comisión Episcopal de Apostolado Seglar