HBO ha retirado de su catálogo Lo que el viento se llevó por razones políticas y el escritor Mario Crespo ha recuperado una idea de negocio. Una sala de cine dedicada a los clásicos, que tal vez tuviese que ser clandestina y usar de tapadera una verdulería vegana.

Hace años soñé con escribir un relato que no hice porque la narrativa es otra gracia que no quiso darme el Cielo. Ya es tarde: el tiempo me pisa los talones y lo que en principio iba a ser una distopía, sería ahora casi un reportaje de actualidad.

Iba a tratar de la sospecha de la Policía de la Corrección Política de que existían grupúsculos reaccionarios rebeldes, extrañamente ocultos en nuestra postmoderna sociedad transparente. Comisionan a un joven policía de inteligencia despierta que poco a poco va descubriendo que, en efecto, existen. Han sabido pasar desapercibidos gracias a su camaleónica capacidad de confundirse con el paisaje. Lo que más les cuesta esconder es su alegría.

Fingen divorcios y relaciones de todo tipo, pero siguen con sus matrimonios de siempre, escondidos, tal la carta de Poe, como escandalosas infidelidades y, por tanto, aplaudidas por la sociedad. (Esto ya ha dejado de ser ficción, y en Suecia hay toda una sección de la policía encargada de detectar divorcios en fraude de ley de parejas que necesitan aprovechar las múltiples ventajas que el poder dispensa a los divorciados y a sus hijos.) Los niños de los rebeldes van muy dóciles al colegio obligatorio, y aprovechan mejor que nadie las clases. Les motiva que todo sea exactamente al revés de lo que les enseñan. Una sencilla inversión conceptual y la vieja sabiduría de Occidente sigue, intacta, a su alcance. Los rebeldes no han abandonado ni la poesía: la cuelan en tediosos artículos sobre el cambio climático. Si unes las primeras letras de cada frase, sale un soneto. Para la práctica de su criptocatolicismo están entrenados desde el confinamiento del coranavirus.

El policía lo desentrañaría todo, pero enamorándose de paso de una chica muy malota que iba por su tercera relación de pareja o tríos; aunque todo era un impúdico disfraz de su pudorosa doncellez. (Imaginad la alegría del joven al descubrirlo.) En el último momento entrega un informe anodino sobre la obvia inexistencia de esos grupúsculos; mientras, contra el crepúsculo, jura por la Tierra azul de todos que nunca volverá a pasar hambre ni sed de verdad ni de belleza.

Publicado en Diario de Cádiz.