Esta expresión aparecía con inusitada frecuencia en los labios y en la vida del Sr. Cardenal Alfonso López Trujillo. Traducción moderna de lo que el Espíritu Santo dejó escrito en las Sagradas Escrituras “el celo de tu casa me devora”. (Salmo 68) Efectivamente toda la vida de nuestro Presidente fue apasionada. Apasionada por aprovechar el tiempo que como él gustaba repetir era un don de Dios. Su intensa y ajetreada vida tenía como centro la gloria de Dios que en palabras del mártir Ireneo Obispo de Lyon era que el hombre viviese. Que esa gloria y que esa vida del hombre fuera integralmente conocida y amada. Vivir la vida de Dios era encontrar no sólo la fuente de la paz, concordia y bienestar para los pueblos subyugados por ideologías antihumanas y reductivas, por las que combatió en todos los foros nacionales e internacionales, sino era sobre todo, darse a todos como lo hizo el Señor durante su etapa terrena entre nosotros por los caminos de Palestina. Hacer la Caridad en la Verdad señalaba su lema episcopal. La actividad y el deseo de nuestro Cardenal fue que a través de la correspondencia a la gracia divina trabajáramos para que la verdad fuera integralmente conocida. Esa verdad que posee la belleza en sí misma porque proviene de Dios, convenía ahora transmitirla en el amor. Ese amor que es la caridad es sufrida, es benigna; la caridad no tiene envidia, la caridad no hace sin razón, no se ensancha; no es injuriosa, no busca lo suyo, no se irrita, no piensa el mal; no se huelga de la injusticia, mas se huelga de la verdad; Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. (1Cor 13, 4-7). Estas palabras escritas por S. Pablo a los de Corinto las vivió nuestro Presidente con pasión en el deseo de transmitir la verdad que él recibió de Dios y que como apóstol la llevó allá donde sus pies pisaron. Si, nuestro Cardenal no tuvo inconveniente en proclamar la misma verdad revelada y sus inmediatas consecuencias en cualquier punto del planeta. Y esa Caridad en la Verdad fue el motor de su infatigable vida, primero en su amada tierra colombiana y ulteriormente en Roma cerca del Sucesor de Pedro. Ese lema episcopal fue vivido hasta la extenuación, hemos sido testigos directos de ello durante años. Su desbordante ritmo de trabajo no tenía otra mira que la gloria del Señor concretizada en transmitir el Evangelio de la Familia y de la Vida. Al señor Cardenal López Trujillo se deben innumerables acciones en este campo de la Familia y de la Vida que sólo el Señor sabe. Las palabras fundacionales de nuestro Pontificio Consejo y de la Exhortación Apostólica del Siervo de Dios Juan Pablo II Familiaris Consortio eran la plantilla desde donde comenzaba su jornada de trabajo. El trabajo que desempeñaba con solicitud y fidelidad en las Congregaciones vaticanas estaban armonizadas por esa unidad interior que daba sentido a todo lo que hacía. Fundamentar la verdad en el amor y encontrar testigos aptos que la transmitieran eran su desvelo, su solicitud y su gozo el poder ser un instrumento fiel y bueno junto al Santo Padre. Para un cristiano que ama a Jesucristo no existe el tiempo. Nuestro tiempo es de Él, nuestra vida es toda para el Señor. Hasta tal punto era así, de tal literalidad escribimos, que se gastó totalmente hasta la extenuación, a riesgo de su salud, por sembrar y servir la civilización de la vida y del amor. Independientemente de todo lo material que nos enseñó con su pericia y buen saber, nos ha legado un amor infatigable por la verdad y por la vida. Un inestimable sentido del deber y de la obediencia a la Iglesia y al Romano Pontífice. Una generosidad a tiempo y destiempo donde los minutos, los días y las horas son materia de calendarios y no del corazón. Puedo afirmar que nos ha enseñado a ser a todos, clérigos y laicos que hemos trabajado con él, verdaderos sacerdotes, es decir, don sagrado para los demás, don para todos. Y quisiéramos en esta hora fielmente no sólo recordarlo así, sino actualizarlo todos nuestros días para que la Iglesia sea servida como Ella se merece, con toda nuestra vida y con todo nuestro tiempo. No tenemos tiempo, nuestro tiempo es de Dios. Me imagino que el encuentro que haya tenido con el Señor podrá hacer sido del siguiente modo: ¿Y de ti qué?. Nuestro querido Cardenal habrá respondido con su pausa habitual: “tu sabrás Señor, mi vida ha sido sólo para Ti y por Ti para los demás, enseñándoles con todas mis fuerzas que Tú tienes un proyecto de familia, de vida y de amor para todos”. Sí, ese secreto a veces no comprendido en toda su profundidad, el proyecto familiar de Dios para cada hombre y mujer que viene a este mundo, ha llenado su entera existencia y ha procurado que ese secreto fuera no solo el centro de su celo pastoral sino el celo pastoral que quería para todos sus colaboradores. No tengamos tiempo nada más que para Dios. El nos introducirá en el suyo donde reposaremos eternamente en su amor. Así lo creemos y esperamos para tan servidor bueno y fiel. Rev. Carlos Antonio Simón VázquezSub-Secretario del Pontificio Consejo para la Familia