“Siento viva la gracia de esta llamada, que una vez más, constituye una sorpresa de Dios en mi vida”. Así se expresaba desde Caracas, donde desempeñaba la difícil tarea de representante de la Santa Sede, Mons. Pietro Parolin, el nuevo Secretario de Estado designado por el Papa Francisco. Así pues se ha desvelado ya la primera gran decisión de gobierno del pontificado. Natural de la diócesis de Vicenza, con 58 años y una larga experiencia diplomática, Parolin se ha ganado fama de hombre riguroso, discreto y leal, sagaz y realista pero que no se deja extraviar en los juegos de espejos de las relaciones de poder. Para él no pueden separarse análisis de los problemas y mirada de fe, como demuestra su conmovedor relato del viaje de la Delegación vaticana a Vietnam, que le tocó encabezar en 2007. Conoce bien África, América y Extremo Oriente; por sus manos han pasado algunos de los dossiers más calientes de los últimos años, entre ellos los de China, el propio Vietnam y Venezuela. A este último país lo envió Benedicto XVI como Nuncio en 2009, con la difícil tarea de salvaguardar la libertad de una Iglesia a la que el populismo chavista pretende atemorizar y dividir.
En su primer mensaje tras el nombramiento, el nuevo Secretario de Estado ha mostrado su absoluta disponibilidad a colaborar con el Papa y bajo su guía “para la mayor gloria de Dios, el bien de la Santa Iglesia y la paz de la humanidad, de modo que esta encuentre razones para vivir y para esperar”.
Conviene recordar que de eso se trata, cuando hablamos de nombramientos vaticanos. Este verano me comentaba un sacerdote con años de experiencia en los palacios apostólicos que resulta infantil pensar que el rediseño del organigrama de la Curia es el principal problema de la Iglesia. Desde luego, se necesita una Curia más eficiente y ligera, más adaptada a los tiempos y al desafío que lanzan a la misión. A eso responderán las propuestas del grupo de ocho cardenales formado por el Papa que se reunirá en Roma a primeros de octubre. Pero el verdadero quid de la cuestión no radica en agrupar más o menos dicasterios, sino en que todas las realidades eclesiales (también la Curia romana) vivan exclusivamente de la fe, se apoyen en ella y la comuniquen hasta los confines del mundo.
El mejor retrato de la renovación que desea el Papa Francisco (en continuidad con la inmensa tarea de sus predecesores) lo encontramos en su apasionado discurso a los obispos de Brasil durante la JMJ de Río: “… sólo una Iglesia que alberga en su seno al Misterio puede maravillar y atraer a la gente… la misión nace de ese hechizo divino, de ese estupor del encuentro”. Pues bien, precisamente ese estupor es lo que podemos reconocer en la narración escrita por Mons. Parolin para la revista 30 Giorni, tras su viaje a Vietnam en 2007. “Se veía en sus ojos la alegría de la fe y de la pertenencia a la Iglesia”, escribió entonces el futuro Secretario de Estado sobre los católicos vietnamitas, sin dejarse atrapar por las jugadas rastreras del gobierno de Hanoi.
Aquella mirada es la que va a necesitar cada día Pietro Parolin para desempeñar su nueva carga. El pasado 15 de agosto, fiesta de la Asunción, Francisco hacía notar la actualidad del conocido texto del Apocalipsis sobre el dragón que persigue a la mujer en cinta. Esa mujer representa también a la Iglesia aparentemente inerme y cruelmente golpeada en Siria, Egipto, Nigeria, China, Pakistán y tantos otros lugres de la tierra. Pero no nos engañemos, también en los refinados platós de occidente donde se hace mofa de la fe y se pretende que la Iglesia se doblegue a los dictados de la moda y se contente con ser una ONG piadosa para consuelos privados y algunos servicios humanitarios. Aquí y allá la mujer no se salva del dragón por su astucia, sus cálculos ni sus alianzas, sino por la fe en su Señor que la alimenta y la cuida hasta el último día. Necesitamos hombres y mujeres con esta conciencia, precisamente la que expresaba Pietro Parolin (citando al Papa Francisco) al final de su primer mensaje como Secretario de Estado: “que la Virgen nos de el coraje de caminar en presencia del Señor, con la cruz del Señor; de edificar su Iglesia con la sangre que el Señor ha derramado sobre la cruz; y de confesar como única gloria a Cristo crucificado. Y así la Iglesia irá hacia adelante”.
© PáginasDigital.es