Benedicto XVI ha dicho cosas muy importantes en este viaje a Estados Unidos que los medios de información generalistas apenas han rozado o, simplemente, han omitido. A muchos de estos medios, especialmente a los hostiles, únicamente les interesa de la Iglesia católica las noticias morbosas, las que parecen o puedan ser escandalosas, pero no lo acción benefactora de esta misma Iglesia. De ahí que el grueso de la información se haya centrado en el problema de los curas pederastas, que ciertamente los hubo y por lo cual el Papa ha perdido perdón, pero que ya es agua pasada y en cierto modo nautralizada, porque no todos los casos fueron lo que dijeron ser, sino que algunos padres desaprensivos quisieron aprovecharse del río revuelto y chantajear a la Iglesia para arrancar fuertes indemnizaciones por supuestos abusos que no pudieron probar. Pero esta es otra historia. Ahora quisiera centrarme en algunas de las muchas cosas trascendentes que ha expresado el Papa alemán en esta visita. En un simple artículo es imposible condensar ni siquiera lo dicho y propuesto por Benedicto XVI al mundo entero a través de su discurso ante la asamblea general de la ONU, una de cuyas frases vale por todo un tratado de política global. "Si los Estados -expuso- no son capaces de garantizar los derechos humanos, la comunidad internacional ha de intervenir". Eso manifestó en un foro donde la mayoría de los estados miembros son, desde la misma Declaración de los Derechos Humanos en 1948, o tiranías o dictaduras, que oprimen a sus súbditos, que no ciudadanos. A lo largo del viaje alogió la libertad religiosa que se respira en este gran país de Norteamérica, paradigma de lo que debe ser la verdadera libertad religiosa en la que tendríamos que mirarnos todos los que amamos la libertd. El Estado americano no es laico, ni mucho menos ateo, sino aconfesional, o sea, que no tiene confesión estatal, pero en modo alguno es antirreligioso (como otros que bien conocemos y padecemos y que en materia religiosa actúan como las termitas). Lo deja muy claramente expuesto la Primera enmienda de su Constitución, la primera realmente democrática de la era moderna. Dice así esta enmienda: "El Congreso no podrá aprobar ninguna ley conducente al establecimiento de religión alguna, ni a prohibir el libre ejercicio de ninguna de ellas. Tampoco aprobará ley alguna que coarte la libertad de palabra y de prensa, o el derecho del pueblo a reunirse pacíficamente, y a solicitar reparación de cualquier agravio". O sea, que el respeto a la libertad religiosa se coloca en primer término de las libertades individuales de sus ciudadanos. A ver si vamos aprendiendo en otras latitudes. Para poner de relieve el aprecio a esta libertad, Benedicto XVI mantuno un encuentro en el Centro Cultural Juan Pablo II de Washington, con unos doscientos representantes de distintas comunidades religiosa (judíos, musulmanes, hindúes, budistas y jainitas) con el objeto de estimular el diálogo interreligioso y aumentar la comprensión mutua. La libertad religiosa tiene estos efectos benéficos: incrementa el respeto y la comprensión recíproca, al servicio de la paz, la tolerancia y la acción del Espíritu, de la misma manera que las libertades civiles, a pesar de las controversias políticas, son básicas para la convivencia pacífica y la prosperidad de las personas. Asimismo elogió el Papa la religiosidad de esta nación, probablemente una de las más religiosas, en estos momentos, del mundo occidental. "América es un tierra de gran fe", dijo. Libre y, sin embargo, religiosa, muy superior a la de muchos territorios de la vieja Europa, decrépita y cansada de ser ella misma, bajo el dominio de un laicismo esterilizador y sin alma ni sentimientos. La Iglesia católica americana, pese a los problemas sufridos, entre otros la corrosión progresista, es, al amparo de tal libertad, una Iglesia sólida y vigorosa, firme esperanza del catolicismo occidental. Basta verlo en las eucaristías dominicales: las iglesias a rebosar, especialmente de familias enteras, la solemnidad y participación de los fieles en la celebración, la generosidad de la colecta, el énfasis de las lecturas y preces, la intervención de coros intrumentales y corales, el orden en la recepción de la comunión, generalmente en las dos especies y, al final, la acogida en el atrio del celebrante a los asistentes. Si el clero español no estuviera, en general, tan poseido de sí mismo, se plantearía la necesidad de hacer un "master" de pastoral parroquial y litúrgica en ese país de los odiados gringos, que el Papa ha exaltado como se merece, sin ocultar los peligros del secularismo y materialismo, que también allí acecha a la fe. Vicente Alejandro Guillamón