Los cristianos egipcios vienen sufriendo un verdadero calvario a causa de las luchas entre islamistas y militares, que en el fondo ni les van ni les vienen, y en las que no tienen ninguna participación, sino que únicamente se convierten en el chivo expiatorio, ahora del fanatismo religioso de los Hermanos Musulmanes, pero también hubo épocas en que fueron perseguidos por la dictadura militar. Sin embargo, en estos momentos, los cristianos se sienten más seguros bajo el poder de los uniformados que si gobierna la secta integrista de los Hermanos Musulmanes.
Los cristianos egipcios, en especial los que forman la Iglesia copta, son en realidad los verdaderos herederos del ancestral pueblo egipcio. Por lo menos, desde el reino diácodo, helenístico o lágida de los ptolomeos, convertido finalmente en provincia romana en el año 30 a.C. tras la muerte de la famosísima Cleopatra, la última reina egipcia de la dinastía ptolomea. El cristianismo de la “tradición de Marcos”, el evangelista, se estableció en Alejandría ya en el siglo I y permaneció muy floreciente fiel a Roma hasta mediados del siglo V. Entonces, a causa de las disputas cristológicas de ese siglo, la Iglesia de Alejandría optó por las doctrinas menofisitas, dando origen a lo que se llamaría después Iglesia copta o Iglesia ortodoxa egipcia, el principal, con mucho, grupo cristiano egipcio, con siete millones de fieles, la décima parte de la población del país del Nilo. En Etiopía alcanza el 60 por ciento de sus habitantes, con un total de 45 millones de seguidores. En Eritrea tiene 2 millones fieles, y presencia significativa en Sudán y Sudán del sur.
El monofisismo, propagado por el monje Eutiques, archimandrita de un gran monasterio de Constantinopla, sostiene que en Jesús sólo se da la naturaleza divina, porque la humana queda absorbida por la divina.
En Egipto existe también una Iglesia copta católica, minoritaria, adherida a Roma, aparte de una Iglesia católica común y comunidades protestantes, pero son muy reducidas, aunque también sufren las embestidas de los islamistas radicales, igual que sus instituciones educativas, sanitarias o benéficas.
La invasión árabe de Egipto, con la nueva fe de Mahoma como bandera, tuvo lugar en el 642, bajo el califato de Omar (“Señor de los creyentes”), que expulsó a los bizantinos de lo que había sido provincia romana. La musulmanización de todo el Oriente Próximo, norte de África, etc., impuesta a punta de espada, arrasó con el cristianismo allí donde existía, pero la Iglesia copta egipcia, como la mozárabe en España, sobrevivió a las presiones, persecuciones y marginación causadas por los invasores. De modo que puede asegurarse que los egipcios más auténticos desde un punto de vista histórico y étnico, son los que representa la Iglesia copta.
Por su parte, los Hermanos musulmanes fueron creados en 1928, en plena descomposición del Imperio otomano, para recuperar en Egipto la pureza de la fe islámica. Sus relaciones con los militares nunca fueron buenas, hasta el punto que oficiales afines a esta secta asesinaron durante un desfile militar, el 6 de octubre de 1981, al presidente del país, Anwar el-Sadat, al que acusaban de “traidor” por haber hecho las paces con Israel, después de 25 años de guerras siempre perdidas por Egipto con el naciente estado israelí, sostenidas por el anterior presidente, el carismático y pro-soviético Gamal Abdel Nasser.
La guerra entre militares y Hermanos musulmanes, con los cristianos pillados siempre en medio, tiene mala solución. Los primeros pretenden modernizar Egipto, como en su día hizo Kemal Ataturk en Turquía, para hacer frente a las urgentes necesidades de una población siempre creciente, mientras que los segundos aspiran sobre todo a la reimplantación de la pureza de la fe islámica, obviando que el Islam es una barrera prácticamente infranqueable para acometer la reformas que permitan afrontar las necesidades materiales de las personas sin modernizarse a su vez, suponiendo que ello sea posible sin incurrir en herejía. En el Corán, el libro canónico de los mahometanos, no existe la necesaria separación entre política y religión, es decir, aquello evangélico de dar a Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César. De ahí que sus reacciones sean arcaístas y con frecuencia violentas, mientras que los militares, con su estilo de “ordeno y mando”, impiden la evolución y crecimiento de una sociedad civil adulta y dueña de sus destinos, que pueda contraponerse al arcaísmo musulmán.
Pero en cuanto los de uniforme aflojan las riendas para que esta sociedad civil se desarrolle, los islamistas, libres de ataduras, se envalentonan y asaltan el poder, con elecciones o sin ellas, y arruinan las fuentes principales de la débil economía egipcia, como el turismo. Es la pescadilla que se muerde la cola. ¿Hay quien pueda romper este círculo vicioso sin causar más destrozos, como pasó en el Líbano, ha pasado en Irak y pasará seguramente en Siria, con los cristianos siempre como principales perdedores? He aquí el resultado de las luminosas soluciones que aportan o imponen los grandes cerebros con frecuencia masónicos que nos gobiernan en Occidente y pretenden dirigir el mundo.