En una entrevista realizada no hace mucho en televisión a una persona muy conocida, le preguntaron por Jesucristo. Su respuesta fue típica y tópica de una moda muy extendida actualmente: “Yo a Jesús, le quiero y le respeto muchísimo. Naturalmente, hablo del Jesús verdadero, no del que nos ha falsificado la Iglesia Católica”. Cuando oigo una contestación así, como me ha sucedido muchas veces en boca de mis alumnos, tengo ya preparada una pregunta para mi interlocutor: “¿en qué falla o ha fallado la Iglesia en su presentación de Jesús?”. Se trata ante todo de hacer pensar a quien o a quienes tengo delante. Normalmente la contestación, cuando la hay, porque con frecuencia la respuesta es el silencio, no tiene nada que ver con la pregunta planteada, pues quien así habla suele tener una aceptación ciega y no reflexionada de una serie de tópicos, y va en la línea de los fallos históricos de la Iglesia, Cruzadas, Inquisición, riquezas de la Iglesia, pero que no tiene nada que ver con el problema planteado, que es de tipo doctrinal, porque lo que está en juego aquí y en lo que consiste el meollo de la cuestión, se puede expresar en estos interrogantes. “¿Quién es Jesús, es de verdad a la vez Dios y hombre verdadero, resucitó realmente y cuál es su relación con la Iglesia?”. Para un no creyente, especialmente si se es adversario de la Iglesia, estas preguntas no tienen fácil respuesta. En cambio desde la fe la respuesta es clara y segura: Jesucristo es Dios verdadero, se ha hecho hombre para salvarnos, ha resucitado realmente y su resurrección es señal de nuestra propia resurrección. Pero tenemos además un testigo excepcional que desmonta la acusación que la Iglesia ha falsificado a Jesucristo: el propio Cristo. En el evangelio de Mateo afirma Jesús: “Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré yo mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella”(16,18), así como la frase final del mismo evangelio: “Yo estaré con vosotros siempre hasta la consumación del mundo”(28,20). Por la sucesión apostólica tenemos conciencia que somos la misma Iglesia que fundó Jesús apoyándose en Pedro y en los apóstoles y de las afirmaciones del evangelio se deduce claramente que Cristo permanece en y con su Iglesia, de tal modo que es imposible una separación radical entre Él y su Iglesia, pues la Teología nos enseña que Ella es su Cuerpo y Esposa, aparte de la clara promesa de Cristo que el mal no prevalecerá y que Él estará siempre con la Iglesia. En pocas palabras, procuremos reflexionar para tener ideas claras y no descuidemos nuestra formación religiosa a fin que haya cada vez más cristianos preparados y que además no se avergüenzan de Cristo ni tienen complejos a la hora de defender su fe y su Iglesia. Pedro Trevijano