Podría afirmarse sobre Evangelium vitae de San Juan Pablo II (25 de marzo de 1995) lo mismo que se dijo sobre Humanae vitae de San Pablo VI (25 de julio de 1968), se trata de un documento profético por varios motivos: anuncia, denuncia y anticipa. Si reparamos en la tarea de anticipo, la Evangelium vitae resulta actualísima, en particular, para la Argentina 2020.
La encíclica se ocupa del valor y del carácter inviolable de la vida humana. Su anuncio "es particularmente urgente ante la impresionante multiplicación y agudización de las amenazas a la vida de las personas y de los pueblos, especialmente cuando ésta es débil e indefensa" (EV, 3). El alarmante panorama que atenta contra la vida humana y de los pueblos "en vez de disminuir, se va más bien agrandando". San Juan Pablo II resalta "una nueva situación cultural, que confiere a los atentados contra la vida un aspecto inédito y -podría decirse- aún más inicuo ocasionando ulteriores y graves preocupaciones: amplios sectores de la opinión pública justifican algunos atentados contra la vida en nombre de los derechos de la libertad individual, y sobre este presupuesto pretenden no sólo la impunidad, sino incluso la autorización por parte del Estado, con el fin de practicarlos con absoluta libertad y además con la intervención gratuita de las estructuras sanitarias".
"En la actualidad -agrega San Juan Pablo II-, todo esto provoca un cambio profundo en el modo de entender la vida y las relaciones entre los hombres. El hecho de que las legislaciones de muchos países, alejándose tal vez de los mismos principios fundamentales de sus Constituciones, hayan consentido no penar o incluso reconocer la plena legitimidad de estas prácticas contra la vida es, al mismo tiempo, un síntoma preocupante y causa no marginal de un grave deterioro moral. Opciones, antes consideradas unánimemente como delictivas y rechazadas por el común sentido moral, llegan a ser poco a poco socialmente respetables" (EV, 4).
Aplicar estas palabras a la Argentina kirchnerista, macrista y, en estos momentos, "albertista" es casi una obviedad. El proyecto de ley "por el aborto seguro, libre y gratuito" resulta un ejemplo lamentablemente elocuente.
Una vez más, Evangelium vitae parece escrita para nuestro país a la vista de la promoción de una Educación integral (ESI) por parte de los gobiernos que, no obstante las diferencias de maquillaje, coinciden en este punto cuando, con frecuencia, se afirma que "la anticoncepción, segura y asequible a todos, es el remedio más eficaz contra el aborto" y se acusa a la Iglesia católica "de favorecer de hecho el aborto al continuar obstinadamente enseñando la ilicitud moral de la anticoncepción".
Pero se trata de una objeción falaz porque "los contravalores inherentes a la [mentalidad anticonceptiva] -bien diversa del ejercicio responsable de la paternidad y maternidad, respetando el significado pleno del acto conyugal- son tales que hacen precisamente más fuerte esta tentación, ante la eventual concepción de una vida no deseada. De hecho, la cultura abortista está particularmente desarrollada justo en los ambientes que rechazan la enseñanza de la Iglesia sobre la anticoncepción" (EV, 13). Aborto y contracepción son "como frutos de una misma planta".
A la luz de la Evangelium vitae, una reflexión particular merece la calidad institucional de la "democracia argentina" a partir de 1983 en la que "la convivencia social se deteriora profundamente" y se intenta "cualquier forma de compromiso, si se quiere garantizar a cada uno el máximo posible de libertad en la sociedad". En ella "desaparece toda referencia a valores comunes y a una verdad absoluta para todos; la vida social se adentra en las arenas movedizas de un relativismo absoluto. Entonces todo es pactable, todo es negociable: incluso el primero de los derechos fundamentales, el de la vida". De esta manera "el derecho originario e inalienable a la vida se pone en discusión o se niega sobre la base de un voto parlamentario o de la voluntad de una parte -aunque sea mayoritaria- de la población". Así es como "la democracia, a pesar de sus reglas, va por un camino de totalitarismo fundamental".
"Parece que todo acontece en el más firme respeto de la legalidad" cuando las leyes "son votadas según las, así llamadas, reglas democráticas. Pero en realidad estamos sólo ante una trágica apariencia de legalidad, donde el ideal democrático, que es verdaderamente tal cuando reconoce y tutela la dignidad de toda persona humana, es traicionado en sus mismas bases" (EV, 20).
Responsabilidad política
En el mismo sentido, la responsabilidad de los políticos es gravísima e indelegable. Algunos de ellos consideran que "en el ejercicio de las funciones públicas y profesionales, el respeto de la libertad de elección de los demás obliga a cada uno a prescindir de sus propias convicciones para ponerse al servicio de cualquier petición de los ciudadanos, que las leyes reconocen y tutelan, aceptando como único criterio moral para el ejercicio de las propias funciones lo establecido por las mismas leyes. De este modo, la responsabilidad de la persona se delega a la ley civil, abdicando de la propia conciencia moral al menos en el ámbito de la acción pública" (EV, 69).
En realidad "la democracia no puede mitificarse convirtiéndola en un sustitutivo de la moralidad o en una panacea de la inmoralidad. Fundamentalmente, es un 'ordenamiento' y, como tal, un instrumento y no un fin. Su carácter 'moral' no es automático, sino que depende de su conformidad con la ley moral a la que, como cualquier otro comportamiento humano, debe someterse; esto es, depende de la moralidad de los fines que persigue y de los medios de que se sirve" (EV, 70).
Celebremos, entonces, los 25 años de la Evangelium vitae. Debemos hacerlo con la mirada puesta en el bien común de nuestra querida Patria para la felicidad de todos los que quieran habitar en nuestro suelo.
Publicado en La Prensa.