Más de un mes de reflexión personal ha necesitado Peces Barba para referirse a la sentencia del Tribunal Superior de Justicia de Andalucía, que reconoce el derecho a la objeción a Educación para la Ciudadanía (EpC). La sentencia la califica Don Gregorio de arriesgada, imprudente y extravagante, aprovechando el hombre de la triste mirada su artículo, como siempre lo hace, para denostar públicamente a la Iglesia católica, así como para expulsar al infame mundo de los avernos cualquier ética personal y eliminar por arbitrario, fundamentalista y frívolo el derecho natural. Todo cuanto escribe Peces Barba debe entenderse únicamente desde la obsesión, el resentimiento y la misteriosa inquina hacia la Iglesia católica. Para Peces Barba no es relevante el derecho de los padres a educar a sus hijos, ni la voluntad personal, sino lo que dicten las mayorías, las leyes elaboradas a través del procedimiento democrático de las mayorías socialistas. Todo debe girar en torno a una enseñanza basada en una ética pública. La sentencia, sin embargo, según el ideólogo de EpC, no hace sino defender el derecho a adoctrinar de la Iglesia católica. Peces Barba enfatiza y yuxtapone la distinción entre ética pública y privada con el fin de defender la laicidad del Estado. Sin embargo, olvida que para la laicidad de la sociedad civil y para la ética pública, es muy importante la interacción entre ambos tipos de moralidad. La ética pública se gesta en la ética privada. Ésta no se esconde en la interioridad del hombre o de la comunidad, sino que propone una vida buena y feliz. El problema mayor de Peces Barba consiste en no aceptar esto: la ética pública no debe quedar cerrada a las aportaciones de la ética religiosa a la hora de la construcción de un universalismo ético, en la elaboración de un orden moral público, que no es asunto sólo de Estado. No puede el Estado legislar obviando a cualquier comunidad moral que exista en la sociedad. El positivismo jurídico que rechaza el discernimiento moral de la ley constituye una visión antropológica deficiente, con visos notorios de totalitarismo. No comprendo por qué Peces Barba cita al “filósofo de la democracia” Bobbio, cuando su pensamiento está lejos de él. Para el jurista Bobbio, las éticas religiosas (privadas, para Don Gregorio), tienen una autoridad mayor que las éticas laicas. Además, Peces Barba debería asimilar su pensamiento, cuando en Elogio de la templanza, afirma “he aprendido a respetar las ideas ajenas, a detenerme ante el secreto de cualquier conciencia, a intentar comprender antes de discutir, a discutir antes de condenar”. Una sociedad necesita comunidades que produzcan socialización moral. No se puede aspirar a una ética pública sin activar ética personal y ética comunitaria. Para producir moral vivida no basta, como insinúa Peces Barba, con la fundamentación filosófica de la ética, ni con el aprendizaje escolar de EpC. Estos conocimientos son importantes para formar deliberaciones morales, pero lo más decisivo es crear una vida moral real y practicar en la vida cotidiana virtudes éticas. Para ello es necesaria la religación racional y emocional con un valor absoluto para la persona y la comunidad, que sea el que reactive la vida personal y comunitaria. EpC no produce ética pública ni moral vivida. Tampoco crea los sistemas de motivación moral y los sentimientos morales imprescindibles para la formación de la personalidad ética. EpC sólo puede formar juicios morales relativos, anomía ética, pero no convicciones éticas, es decir, un relativismo ajeno a cualquier convicción ética, metafísica o religiosa. Para la laicidad de la sociedad civil es necesario fortalecer cualquier institución (incluida la Iglesia católica) que engendre ética personal y comunitaria. No sólo el Estado genera ética pública, como pretende hacernos creer la hemiplejía moral que padece el cansino de Don Gregorio. Roberto Esteban Duque es sacerdote y doctor en teología