La erosión del modelo matrimonial “clásico” El modelo de matrimonio que hace unos dos mil años comenzó a vivir Occidente se basa en las siguientes notas: monogamia, heterosexualidad, estabilidad, formalización, orientación hacia la prole (entre otras finalidades) y libertad en la emisión del consentimiento. Según algunos, en materia de matrimonio y familia, sesenta generaciones vivieron en la noche de la ignorancia, hasta que comenzó a clarear gracias a Voltaire y Rousseau y fue saliendo el sol gracias a Marcuse, Morgan y Freud. Así, el matrimonio sufrió los vientos de fronda de una concepción que tiende a separar el derecho de la unión conyugal, convirtiéndolo en un fenómeno exclusivamente sociológico en el que su regulación debería adaptarse no a lo que el matrimonio es en sí mismo sino a cómo dicen que es determinadas visiones sociológicas, conectadas con minorías más o menos estridentes, o a cómo viven determinados casados sus compromisos en concretos ámbitos geográficos. Las causas de esta erosión pueden sintetizarse en la tendencia de las legislaciones a tomar como hipótesis de hecho la de la pareja en crisis, inestable e incompleta. Esta representación ha desarrollado en torno al matrimonio y la familia una “legislación de remedios” más que de “modelos” que trata de adaptarse a todas las vicisitudes de la pareja. Una legislación que ya no presenta la sustancia del matrimonio, sino sus accidentes. A su vez, esta normativa, más “de gestión que de convicción” dibuja a su vez una familia “incierta”, cuya legitimación no bascula exclusivamente sobre el matrimonio, sino sobre una legitimación organizada por la propia ley a través de esa unión “a la carta” de la que habla la sociología. En ella se combinan cohabitación y matrimonio, heterosexualidad y homosexualidad, formalización por imperio de la ley y, al tiempo, intensa contractualización, que deja a las partes la determinación de sus efectos, de su duración y de su fin. El derecho matrimonial pierde así sus antiguos puntos de referencia, sin haber encontrado otros firmemente estables. Estos cambios han ido llevando, poco a poco, a que la monogamia y la estabilidad sean erosionadas por lo que técnicamente se denomina “poligamia sucesiva”, a través de los divorcios “al vapor”; la heterosexualidad se debilitó por las uniones homosexuales; los matrimonios “formales” se difuminó por las uniones de hecho; la “medicalización de la sexualidad”, a través de la píldora, alteró la finalidad procreativa del matrimonio, etc. Sin embargo, recientes encuestas sobre el tema, parecen apuntar a un “retorno” del matrimonio clásico. Limitándome a España, uno de los países donde la legislación ha incidido de manera muy notable en el hábito de los ciudadanos, un riguroso estudio muy reciente concluye que “tanto los estudios más recientes del Centro de Investigaciones Sociológicas como los estudios de valores o de juventud asignan a la familia la máxima importancia en la vida, por encima de los amigos, el trabajo…o la competencia profesional”. Y en una valoración de 1 a 10, la familia basada en el matrimonio y con hijos de ambos cónyuges alcanza más de un 9 de puntuación, siendo el más próximo al “modelo ideal de familia”. El lento retorno de la estabilidad Hablar de retorno de la estabilidad matrimonial parece un sarcasmo. En España se observa un llamativo aumento del divorcio. En el año 2004 el número de rupturas matrimoniales fue de 134.931, lo que supone un incremento del 6.5% con respecto al año 2003 y del 17.3% con respecto al 2002. Por su parte, desde 1996 al año 2000 el ritmo de crecimiento de matrimonios ha sido del 7% y el de rupturas matrimoniales del 26%. A pesar de estos datos, el retorno de la estabilidad se manifiesta en ciertas líneas legislativas orientadas a fortalecer el matrimonio. En Estados Unidos, el habitat geográfico líder en roturas matrimoniales se comienza lentamente a proteger la estabilidad matrimonial con el llamado «matrimonio a la carta u opcional». Concretamente, varios Estados de la Unión (Luisiana, Arizona y Arkansas) han establecido, junto al matrimonio fácilmente disoluble, otro opcional. Para las nuevas leyes, este último será «el contraído por un hombre y una mujer, que entienden y acuerdan que el matrimonio entre ellos es una relación para toda la vida». Quienes desean celebrar este matrimonio «blindado», han de suscribir libremente una declaración previa en la que manifiestan que «si en el futuro tuviéramos especiales dificultades en nuestra unión, nos comprometemos a realizar todos los esfuerzos razonables para mantener el matrimonio, incluido el asesoramiento de expertos». Con lo cual, los ciudadanos de esos Estados -y el ejemplo comienza a cundir- tienen un abanico de posibilidades a elegir a la hora de contraer matrimonio. La defensa legal de la heterosexualidad Como es sabido, unas cuantas leyes han introducido en varios estados (España, Bélgica, Holanda Canadá, y algún estado de Australia) el llamado “matrimonio entre personas del mismo sexo”. Esta inicial “marea” se pronosticaba que produciría un torrencial efecto “dominó” que arrastraría , a su vez, hacia una “cascada” de legislaciones similares. Pero si se examina detenidamente el universo legislativo mundial, más bien parece que han desatado un “efecto blindaje”. La verdad es que el “efecto blindaje” ha sido más potente que el “efecto dominó”. Un claro ejemplo es la serie de medidas legales orientadas a defender internacionalmente el matrimonio heterosexual, que tiende a “globalizar” una especie de “cordón sanitario” defensivo frente al minoritario modelo de matrimonio homosexual. El Senado de los Estados Unidos acaba de debatir una enmienda a la Constitución federal orientada a definir heterosexualmente el matrimonio: “El matrimonio en los Estados Unidos consistirá únicamente en la unión de un hombre y una mujer. Ni esta Constitución ni la Constitución de cualquier estado, ni la ley estatal o federal, podrá ser interpretada en el sentido de que el estatus matrimonial o sus consecuencias legales puedan ser conferidas a las parejas no casadas o grupos“. En los propios EE.UU, treinta y nueve estados han promulgado leyes definiendo expresamente el matrimonio como “unión legal de un hombre y una mujer”. Diecinueve de estas leyes han sido aprobadas por referéndum. La media de los referendos populares en esos estados arroja una mayoría entre el 60-70% de votantes favorables al modelo de matrimonio heterosexual. Australia acaba de anular las nuevas leyes del Territorio de la Capital Australiana (Canberra), que permitían las uniones homosexuales . El Fiscal general al impulsar esta anulación ha dicho que la ley federal australiana deja claro que el matrimonio es sólo válido entre un hombre y una mujer. A su vez, el nuevo gobierno canadiense ha declarado su intención de presentar un proyecto de ley al Parlamento que derogue las vigentes leyes de matrimonio entre personas del mismo sexo . Latinoamérica ha reaccionado también mostrando su oposición al matrimonio homosexual. Por ejemplo, Honduras ha modificado su Constitución para definir el matrimonio como “unión legal de hombre y mujer”. Guatemala ha iniciado un rumbo similar. El Tribunal Constitucional de Costa Rica hace unos días ha declarado inconstitucional el matrimonio entre personas del mismo sexo Varios partidos del El Salvador han presentado una enmienda para elevar a rango constitucional la definición del matrimonio como la unión entre personas de sexo distinto. Personalmente he podido comprobar la reticencia latinoamericana a los matrimonios homosexuales. En Europa, Letonia ha aprobado una enmienda constitucional el pasado mes de diciembre para definir explícitamente el matrimonio como la unión entre un hombre y una mujer. Por su parte, en Filipinas se han presentado enmiendas en el Congreso y en el Senado para “vetar” el matrimonio homosexual. El hecho de que en España el Tribunal Constitucional estudie la posible inconstitucionalidad de la aprobada ley de matrimonio homosexual no debe verse, pues, como algo excepcional. Probablemente es un reflejo interno de ese “efecto blindaje” que se observa externamente. Conferencia pronunciada ayer, 4 de abril, en la ciudad de Burgos por D. Rafael Navarro Valls