Hice alusión en el día de la Santina: Covadonga no es un Santuario mariano únicamente. Ese rincón asturiano es un referente espiritual de primer orden, pero también un lugar identitario donde nació el pueblo que allí tuvo comienzo. Así reza el himno a la Santina, con la conciencia histórica de nuestras gentes: «Bendita la Reina de nuestra montaña, que tiene por trono la cuna de España». No es un requiebro patriotero, sino la afirmación noble que nace de un sentimiento de pertenencia, que nos permite no sólo nacer, sino también crecer y madurar hasta alcanzar nuestro destino en paz y convivencia.
En Covadonga nace un pueblo con clara denominación de origen, celoso de su forma de ver las cosas, y que no se amilana cuando hay que reconquistar con nobleza lo que nos invade hurtándonos nuestro terruño patrio, lo que se nos usurpa empobreciéndonos, lo que se nos diluye imponiéndonos creencias tan intrusas e ideologías tan ajenas que terminan vaciándonos de lo que somos. Hoy la reconquista pasa por otras lizas, y son otros los retos que nos desafían. Son también diferentes los turbantes de antaño ante las cosas que hogaño nos turban preocupantemente cuando la vida en todas sus fases, la familia y su tutela, la educación intervenida o la libertad cercenada, se malvenden en una almoneda trucada y abaratada. Decía W. J. Durant: «Una gran civilización no es conquistada desde fuera hasta que no se ha destruido a sí misma desde dentro». Esta frase, con una lucidez que espanta, es un diagnóstico de nuestra época y describe algunos de nuestros turbadores males cuando la dictadura del relativismo (Benedicto XVI), las ideologías liberticidas y la confusión líquida calculadamente propagada (Z. Bauman), hacen de la mentira frívola y mediocre el cauce de un ansia de poder que termina en corrupción y violencia. No quisiéramos ser conquistados por nadie, y queremos dialogar con todos (Papa Francisco), pero desde una cultura del encuentro que no traicione ni disuelva la propia identidad, ofreciendo en la vida pública nuestra perspectiva cristiana, lo que se nos dio como herencia cultural y moral, eso que la Iglesia custodia, defiende, celebra y anuncia con apasionada pasión y creativa fidelidad.
Todo esto nació en Covadonga, forjando así una historia con sus luces y sombras, aciertos y contradicciones, pero con la firme certeza e indomable entrega que permitió que se fuera formando una España plural en sus pueblos, muy unida en sus gentes, con un proyecto común que aunó como identidad cultural propia la herencia romana, la fe cristiana y la idiosincrasia de lenguas y lugares que han tejido el rico mapa de nuestra Hispania. Así contribuimos como han hecho pocos pueblos a la construcción de Europa y a la proyección misionera en la América hispana, como recuerdan las banderas que allí ondean junto a las nuestras. En su visita a Asturias, Juan Pablo II nos lo dijo: «Covadonga es una de las primeras piedras de la Europa cuyas raíces cristianas ahondan en su historia y en su cultura. El reino cristiano nacido en estas montañas, puso en movimiento una manera de vivir y de expresar la existencia bajo la inspiración del Evangelio… el proyecto de una Europa sin fronteras, que no renuncia a las raíces cristianas que la hicieron surgir».
La belleza de ese lugar, el relato de su historia y el corazón espiritual que allí palpita, son el marco de una peregrinación continua al hogar de esa Madre. Es la remembranza agradecida, desde el presente que apasionadamente nos embarga, y nos permite mirar al futuro con serena esperanza.