La expresión del título de este artículo, como aquella otra de “vaya con Dios”, eran corrientes entre los antiguos labriegos españoles, al cruzarse en la calle o los caminos con otras personas. Ciertamente era lo mejor que podían desearlas, pues no había mejor compañía y amparo que la que viene de lo alto. Así quiero despedirme yo también del entrañable amigo y colega, desde hace casi sesenta años, Alejandro Fernández Pombo, hombre de bien donde los hubo, excelente persona y modelo de periodista católico. Otros dirán, para establecer distancias, que es mejor ser católico periodista. Me han echado en cara alguna vez, como un reproche, este matiz. Bueno, allá ellos con sus tiquismiquis. Yo lo digo como pienso que fue: un gran periodista católico con todas las de la ley.
Alejandro falleció a última hora del viernes, 12 de este mes, en su domicilio de la Ciudad de los Periodistas de Madrid. Acababa de cumplir 83 años. Últimamente arrastraba graves problemas respiratorios, y a causa de ellos, arrastraba también el inseparable carrito de la bombona de oxígeno. Deja viuda, María Teresa del Vado, y cinco hijos. Ha sido enterrado en Mora de Toledo, donde había nacido, donde tenía segunda vivienda y a cuya matriz se sintió siempre estrechamente unido
Alejandro y yo éramos de la misma edad. Tan de la misma, que apenas le llevaba 24 días de ventaja. Y tan parejos en otras cosas, que los dos hicimos la “mili” en tierras más o menos morunas. Él, por reemplazo, en Sanidad de Melilla, y yo, voluntario, en Regulares también de Melilla con cuartel en Nador, 14 kilómetros al sur de la plaza de soberanía, aunque entonces no nos conocimos. Ambos procedíamos, igualmente, de la Juventud de Acción Católica, que imprimía carácter. Pombo era maestro nacional y luego estudió en la Escuela Oficial de Periodismo, con sede central en Madrid y sucursal en Barcelona. Entonces no había otra. Fue el número uno de su promoción, la de 1958 de esa Escuela, y no de la Escuela de Periodismo de la Iglesia, que todavía no existía, como se ha dicho erróneamente en casi todos los medios. De la Escuela de la Iglesia fue, posteriormente, profesor, pero nunca alumno.
Yo pertenezco a la promoción de 1959, o sea a la siguiente de Alejandro, pero ambos nos incorporamos en cuanto llegamos a los madriles a la redacción de “Signo”, semanario de los Jóvenes de Acción Católica, nuestra raíz. Allí nos conocimos y allí fraguamos una amistad tan estrecha, que, como los matrimonios bien avenidos ha durado toda la vida. Además sin altibajos, aunque cada cual siguiéramos un camino distinto en la profesión.
El principal problema de Alejandro fue que no supo hacerse enemigos, al menos que yo sepa, y en este mundo puñetero, parece que el que no tiene enemigos, no es nadie. En cambio, Pombo, lo fue todo dentro de la profesión, acaso sin pretenderlo, porque no tenía vocación de trepa. Simplemente porque inspiraba gran confianza a cuantos se fijaban en él. Director de “Signo”, llegó a serlo también del diario “Ya”, entonces el más vendido en Madrid, luego de Prensa Asociada, la agencia informativa de la Iglesia, de varias publicaciones menores también confesionales, etc. Normalmente siempre estuvo vinculado a la prensa católica, que llevaba en el corazón, aunque, al margen de ella, ocupó otras responsabilidades profesionales, como presidente de la Asociación de la Prensa de Madrid, elegido por votación de los asociados (junio de 1999-nov. de 2003) y presidente de la FAPE (Federación de Asociaciones de la Prensa Española), de 2000 a 2004.
Pombo tenía más condición de director de orquesta, que de solista. Cierto que escribió multitud de artículos y comentarios allí por donde pasó, y sobre todo reportajes de los muchos viajes que hizo, unas veces con toda su familia, otras solo con Mari Tere, su esposa, y, finalmente, los que requerían su trabajo. También escribió libros de diversas materias. Yo recuerdo el primero que dio a la luz, sobre los 25 años de historia del centro de los Jóvenes de Acción Católica de Mora, cuya portada la dibujé yo. Pero a pesar de su abundante producción escrita, lo que distinguía a Fernández Pombo era su capacidad para dirigir equipos de profesionales en este endiablado mundo del periodismo. Su conocimiento del oficio, su talante, su bondad personal, hicieron de él paradigma del periodista católico y director competente sin alharacas, bien distinto de ciertos pavos reales de nuestros días. Por todas sus cualidades, fue distinguido con numerosos premios y distinciones, tanto profesionales como ajenos al oficio.
Gran aficionado a la filatelia, ha debido de dejar a su hijos una excepcional colección de sellos, que no sé si ahora tendrán mucho o poco valor. Internet lo ha trastocado todo, pero en cualquier caso, el mérito de ello queda en su haber
Querido y siempre recordado Alejandro, como he dicho, “queda con Dios”, que bien merecido lo tienes.