Allí, en el Santuario mariano de Nossa Senhora da Conceição, el más visitado de Brasil, el primer Papa latinoamericano de la Iglesia encomendará la JMJ y todo su pontificado a la protección de María. Justamente en el mismo lugar, en 2007, se llevó a cabo la última asamblea general del CELAM, es decir del episcopado latinoamericano, y el entonces cardenal Bergoglio dirigió el trabajo para la redacción del documento final.
Un documento fundamental para la misión en ese que fue definido como “el Continente de la esperanza”, pero que, especialmente después de la elección de Francisco, tiene un valor que va mucho más allá de sus fronteras, porque refleja su mirada sobre la evangelización.
Al hablar sobre Aparecida y sobre la redacción del documento final en una entervista con 30Giorni (de noviembre de 2007), Bergoglio definió aquella reunión como «un momento de gracia para la Iglesia latinomaericana». El documento, explicó en esa ocasión, fue el fruto de «un trabajo que se movió desde abajo hacia arriba, y no al contrario». Según el futuro Papa, este era uno de los «pilares» de Aparecida.
«Es, tal vez, la primera vez que nuestra Conferencia general no parte de un texto base preconfeccionado, sino de un dálogo abierto, que ya había comenzado entre el CELAM y las Conferencias episcopales». Bergoglio, en aquella ocasión subrayó la gran libertad que Benedicto XVI había dado a los obispos, y la disposición, frente a la enorme cantidad de material, a «recibir todo lo que venía desde abajo, del pueblo de Dios, y a llevar a cabo no una síntesis, sino una armonía». Armonía hecha por el Espíritu Santo, que solo «puede suscitar la diversidad, la pluralidad, la multiplicidad y, al mismo tiempo hacer unidad. Porque, cuando nosotros somos los que quieren hacer la diversidad, hacemos los cismas; y, cuando somos nosotros los que quieren hacer la unidad, hacemos la uniformidad, la homologación. En Aparecida colaboramos en este trabajo del Espíritu Santo». El segundo «pilar» de Aparecida, también explicó el entonces arzobispo de Buenos Aires, era que, por primera vez la Conferencia del episcopado latinoamericano se reunió en un santuario mariano.
«Y el lugar, de por sí, expresa todo el significado. Cada mañana recitamos laudes, celebramos misa junto a los peregrinos, a los fieles. El sábado o el domingo había dos mil, cinco mil. Celebrar la eucaristía junto al pueblo es diferente que celebrarla solo entre notostros los obispos. Esto nos dio el vivo sentimiento de pertenencia a nuestra gente, de la Iglesia que camina como pueblo de Dios, de nosotros obispos como sus servidores. Y luego, los trabajos de la Conferencia se desarrollaron en un ambiente situado bajo el santuario. Y desde allí se seguian escuchando las oraciones, los cantos de los fieles...».
«En el documento final -añadió Bergoglio- hay un punto sobre la piedad popular. Son páginas muy hermosas. Y yo creo, es más, estoy seguro de que fueron inspiradas justamente por ella. Después de las que contienen los “Evangelii nuntiandi”, son las páginas más hermosas que se hayan escrito sobre la piedad popular en un documento de la Iglesia. Es más, osaría decir que el de Aparecida es el “Evangelii nuntiandi” de América Latina». El futuro Papa, en la entrevista con “30 Giorni”, también habló sobre el tercer «pilar»: la misión. «El documento de Aparecida no se agota en sí mismo, no cierra, no es el último paso, porque la apertura final es sobre la misión. El anuncio y el testimonio de los discípulos. Para permanecer fieles hay que salir. Siendo fieles se sale. Esto es lo que dice en el fondo Aparecida. Que es el corazón de la misión».
Bergoglio explicó también en la entrevista que ser fieles «implica una salida. Se permanece en el Señor justamente si se sale de sí mismo. Paradójicamente, justamente porque se permanece se es fiel, se cambia… La fidelidad siempre es un cambio, un florecimiento, un crecimiento. El señor lleva a cabo un cambio en los que le son fieles. Es la doctrina católica». Al final, Bergoglio, después de haber aludido al tema fundamental de la misericordia, invitó a «ver a nuestra gente no como debería ser, sino cómo es para ver qué es necesario. Sin previsiones o recetas, sino con apertura generosa. Dios habló para las heridas y para las fragilidades. Dejemos que el Señor hable… En un mundo en el que no logramos interesar con las palabras que decimos, solamente Su presencia que nos ama y nos salva puede interesar. El fervor apostólico se renueva porque somos testimonio de Aquel que fue el primero en amarnos».