Durante el último año ha desaparecido de España toda la población de la provincia de Sevilla, o Alicante. El dato nos sorprendería, y al menos por unos minutos, dejaríamos de pensar en el monotema de la semana: Bárcenas y sus papeles. Si cambiamos los habitantes de España por el número de cristianos en el mundo, y Sevilla o Alicante por el número de cristianos que mueren por su fe a lo largo del año, la cifra quizás nos impresione menos; pero la proporción y el reclamo a la reflexión son iguales. Cada cinco minutos, y es un dato que he oídovarias veces y de varias fuentes, muere un cristiano fruto de la persecución religiosa.
¿Hemos progresado en derechos y libertades? La respuesta parece tristemente evidente: estamos peor que ayer, y tal vez mejor que mañana, si hacemos una proyección del crecimiento de la persecución religiosa.
Las cifras pueden resultar datos fríos, descarnados. Pero así, a vuelapluma, pensemos en Asia Bibi, mujer pakistaní condenada a muerte por decir, en la fuente junto al campo donde trabajaba, que Jesucristo era su redentor. O en el ministro de minorías cristianas de ese mismo país, Shahbaz Bhatti, quien declaró que no tenía miedo de entregar su vida por Jesucristo poco antes de ser ejecutado. O en el sacerdote sirio Rayid fue secuestrado y asesinado en su país por no querer cerrar su parroquia. Un caso de esta semana: el joven pakistaní condenado por un supuesto SMS blasfemo contra Mahoma, Sajjad Masih Gill. O multitud de casos en China, Siria, países árabes... Cifras encarnadas, granitos de arena de la provincia de España que ha desaparecido, según algunos sin pena ni gloria.
Los cristianos representamos, más o menos, una tercera parte de los habitantes de este planeta. Y sin embargo, concentramos la inmensa mayoría de ataques y ejecuciones contra la libertad religiosa. ¿Por qué esta desproporción? ¿Qué hay, en eso que llaman “subconsciente colectivo” para aceptar tan poco a los cristianos y perseguirles tanto? No soy un experto del tema, pero haciendo un análisis humano de la situación, podemos encontrar algunas causas.
La Iglesia sigue siendo una amenaza para cualquier poder absolutista. La esencia de una dictadura radica en el control total de sus ciudadanos, y en eso coinciden las dictaduras de izquierdas, de derechas, anárquicas, tribales o de cualquier otra categoría. Si alguien no se deja controlar, no reconoce el poder absoluto del Estado, constituye un peligro. Fue el razonamiento del sanedrín, hace casi dos mil años. Lo mismo pensaron los emperadores romanos. Y desde entonces, todo gobierno absolutista ha seguido sus pasos.
Un claro ejemplo lo encontramos en una de las mayores potencias económicas, a la par que una de las mayores dictaduras: China. El partido de Mao Tse Tung se dio cuenta de la amenaza de la Iglesia católica; y buscó una solución a medida: crear “su iglesia”, la iglesia patriótica, una iglesia que deja el lugar supremo al Estado, por encima de Dios y de la Iglesia universal. Lograría controlar a los católicos y hacerles decrecer y morir lentamente. Pero la fuerza de Dios y de los católicos sinceros, amantes de su fe y del Papa por encima del Estado, mantiene viva y pujante esa Iglesia clandestina.
De la amenaza al estado dictatorial surge la segunda causa: la Iglesia, los cristianos auténticos, no se 3dejan manipular por el dinero y el poder. No somos una Iglesia de hombres perfectos, santos, y encontramos también muchas cesiones, componendas, ajustes encendiendo una vela a Dios y otra al poder terrenal. Pero algunos, el “resto de Israel”, la luz que nos anima y conforta a los demás en la lucha, se han mantenido fieles incluso por encima de su vida.
Un sistema dictatorial tolera todo (lo que quiere), pero nunca tolera a las personas, esas piezas del Estado carentes de significado. La Iglesia, en cambio, no tolera todo (existe bien y mal, un bien a cumplir y un mal a evitar) pero tolera a todos, respeta a la persona, su libertad, su decisión. Cuando ve que una persona tiene ideas falsas le propondrá la verdad, el bien, pero respetando su decisión libre, siempre dentro de la justicia y los derechos humanos.
Una última reflexión, que se hacían cuatro periodistas de los cuatro periódicos generalistas de mayor tirada en España (el Pía, el mundo, ABC y la Razón). ¿Por qué se conocen tan poco las noticias de la gran persecución religiosa que hay en muchos lugares? ¿No habría historias y noticias en abundancia? Por una parte, los medios de comunicación tienen un prejuicio ideológico ante cualquier noticia con tintes religiosos; como si la religión no fuera una parte tan importante como el deporte, el ocio, la cultura o la economía, también para los no creyentes. Y por otra, hemos de continuar mejorando en la profesionalidad y la calidad de los comunicadores de la Iglesia. La sociedad, y muchas veces lo experimentamos en carne propia, lee y se alimenta de las noticias que le den, y la opinión pública se crea hablando, escribiendo.