El 4 de octubre de 2021, la Comisión Episcopal para la Educación y la Cultura de la Conferencia Episcopal Española ha puesto a disposición de familias, profesorado, entidades titulares, asociaciones, sindicatos, etc. la propuesta de lo que serán las competencias específicas, criterios de evaluación y saberes básicos de la asignatura de religión adaptada a la Lomloe (más conocida como Ley Celaá).
Los borradores están disponibles para su consulta pinchando aquí, y nuestros obispos desean contar con las aportaciones de toda la comunidad educativa, animando a remitir aportaciones a través de los formularios establecidos al efecto. Sin embargo, considero que la repercusión de esta asignatura y el calado de las modificaciones que se proponen hacen inviable ajustar mi aportación a la brevedad de los formularios que se facilitan. Por ello, sin pretender dar lecciones a ninguno de los expertos, técnicos, pedagogos, entidades titulares, sindicatos, profesores, etc. que han participado en la elaboración de los textos, y sin entrar, de momento, en el detalle de los contenidos, pretendo simplemente con este artículo dar mi opinión, a quien pudiera interesar, no tanto sobre los aspectos más concretos, sino sobre el fundamento y planteamiento de base del currículo. Trato de sugerir, con todo respeto, la retirada de la propuesta para empezar desde cero sobre un fundamento verdaderamente religioso, según las ideas que expondré en los próximos apartados.
Algunos antecedentes
Hugo van Groot (conocido entre nosotros como Hugo Grocio) nació en Holanda en 1583, por lo que su vida se desarrolla en el marco de las guerras de religión que asolaron Europa durante 170 años, tras la ruptura de la Cristiandad a partir de la Reforma Protestante.
La división religiosa de Europa al inicio de la Edad Moderna había afectado profundamente al fundamento de la concepción del hombre, de la sociedad y del derecho, que, durante la Edad Media, habían tenido el denominador común de una única fe. Por este motivo, el jurista Grocio trató de argumentar su teoría del derecho natural evitando expresamente hacer cualquier referencia a Dios, ya que entendía que esa referencia podía generar polémicas entre católicos y protestantes y, por lo tanto, echar más leña al fuego del enfrentamiento y la violencia imperantes.
Con esta loable intención, Hugo van Groot pretendió fundamentar su doctrina más allá de la Revelación, en la pura y recta razón, afirmando para ello, en los Prolegómenos de su obra Del Derecho de la Guerra y de la Paz, que el derecho natural subsistiría aunque Dios no existiera, «aunque concediéramos -cosa que no se puede conceder sin cometer el mayor delito- que Dios no existe o que no se preocupa de los negocios humanos».
No es preciso que nos detengamos a detallar la historia del pensamiento y de la política en nuestra Europa a lo largo de la Edad Moderna y hasta nuestros días, pasando por la Ilustración, la Revolución Francesa, Kant, Hegel, Marx, Nietzsche… Baste constatar aquí que aquella formulación enunciada por Grocio a principios del siglo XVII con temor y temblor, como pidiendo perdón a Dios por el atrevimiento de afirmar su inexistencia siquiera retóricamente, se ha venido introduciendo y fortaleciendo en la cultura y el pensamiento occidentales. Se pasó del «incluso aunque Dios no existiera» al «como si Dios no existiera», hasta penetrar también en una parte (quizá hoy mayoritaria en Occidente) de la Iglesia católica la idea de que es mejor plantear la cosas como si Dios no existiese, pero no solo en el plano retórico, sino que se tiene el convencimiento de que es realmente bueno para la concordia humana, la amistad social y la fraternidad universal prescindir de hacer referencia a Dios en las relaciones humanas, en la concepción del hombre y del mundo.
Pero es necesario advertir que de un planteamiento que afirme que Dios -y, por tanto, la religión- no es necesario a un planteamiento que considera que Dios y la religión son más bien un estorbo, hay solo un pequeño paso. En realidad, afirmar la existencia de Dios, según esta postura, solo nos ha traído problemas a la humanidad. Un estudio realizado recientemente en Alemania por YouGov, a solicitud de la Fundación Diálogo para la Paz de las Religiones Mundiales, en torno a la fe, la justicia y la sostenibilidad revela que tan solo el 12% de los encuestados (de todas las religiones) considera que las religiones contribuyen positivamente a un mundo justo. Podríamos concluir, pues, que en la actualidad el 88% de los alemanes están a un paso de considerar las religiones como un obstáculo para conseguir un mundo más justo.
Decía el Papa emérito Benedicto XVI, en su Mensaje para la Jornada Mundial de las Misiones 2011, que «está en marcha un cambio cultural, alimentado también por la globalización, por movimientos de pensamiento y por el relativismo imperante, un cambio que lleva a una mentalidad y a un estilo de vida que prescinden del Mensaje evangélico, como si Dios no existiese.» Sin duda, ese cambio cultural continúa acelerándose diez años después. Los datos sociológicos resultan significativos: se desploma la práctica religiosa; los bautizados no siguen, en su gran mayoría, un estilo de vida evangélico ni conocen ni aceptan las verdades de la fe católica; tan solo el 10% de los (escasos) matrimonios contraídos en España durante 2020 se celebraron por la Iglesia…
Y en esta situación, inmersos en una sociedad occidental -y en concreto española-completamente secularizada, que considera que Dios y la religión, en el mejor de los casos, resultan indiferentes para conseguir la paz y la justicia, con un estilo de vida que prescinde completamente del evangelio, como si Dios no existiera, en ese hoy y ahora, enfrenta la Iglesia en España la elaboración de un nuevo currículo que defina la asignatura de Religión Católica en la escuela para los próximos años. Una adaptación que debe hacerse a una ley que ha sido calificada desde diversas instancias como partidista e ideológica.
Lo que dicen los borradores
Si nos fijamos en la propuesta para Educación Infantil (3 a 6 años), vemos que las competencias que se pretenden desarrollar en los niños a través de la clase de religión son, por ejemplo, «descubrir, desarrollar y expresar la identidad personal a través del conocimiento de su cuerpo y el desarrollo de sus capacidades afectivas y cualidades» (competencia 1), aclarando en la descripción de la competencia que «se trata de contribuir al bienestar emocional, con seguridad afectiva en las relaciones sociales». Es verdad que también se dice que la adquisición de esa competencia se llevará a cabo «mediante la identificación de modelos de personas significativas y figuras bíblicas».
También se enfoca la asignatura de religión a «reconocer, experimentar y apreciar la socialización en la construcción de una vida en relación con el entorno, desarrollando habilidades sociales y actitudes de respeto» (competencia 2). Posteriormente se nos explica que se están refiriendo en esta competencia a «la autonomía personal del desarrollo emocional y afectivo que se despliega armónicamente en hábitos de cuidado de uno mismo, del entorno, de las relaciones sociales y de convivencia» para lo cual se «propone la valoración de hábitos de vida saludable en el autocuidado y el cuidado del entorno natural, familiar y escolar» y «se descubren así las posibilidades de la vida en común y la fraternidad humana, tanto en la familia como en las relaciones sociales». Y también en este caso, la adquisición de la competencia se realizará «a través de la escucha y comprensión de narraciones bíblicas».
Otra de las competencias que se proponen adquirir con la asignatura de religión es «observar, aceptar y disfrutar la diversidad personal y social descubriendo en sus entornos próximos situaciones en las que pueda cooperar en la construcción de la casa común» (competencia 3). Por supuesto, la competencia se pretende adquirir «desde el reconocimiento de los valores del mensaje y los hechos de Jesús», siempre que nos sirvan «para generar espacios inclusivos y pacíficos de convivencia», lo cual «implica el desarrollo de la afectividad, el reconocimiento de la plena igualdad entre niños y niñas, y la adquisición de hábitos de vida saludables» que, como no podía ser menos, «pueden fortalecerse desde la visión cristiana de la vida».
Por poner algún ejemplo de Educación Primaria, el borrador contempla como competencia específica que se debe adquirir la de «descubrir, reconocer y estimar la dimensión socio-emocional expresada en la participación en diferentes estructuras de pertenencia, desarrollando destrezas y actitudes sociales» (competencia 2). Nuevamente se aclara que esa competencia se adquirirá «teniendo en cuenta algunos principios generales de la ética cristiana», y todo ello «para la mejora de la convivencia y la sostenibilidad del planeta». Y en la descripción de la competencia 3 se nos dice que «el proyecto de Dios anunciado en Jesucristo, la fraternidad universal, proporciona un horizonte transcendente que confirma nuestro compromiso con los ODS [Objetivos de Desarrollo Sostenible de la Agenda 2030] y los DDHH [Derechos Humanos].»
No quiero cansar con más ejemplos, ya que los textos están disponibles en la dirección web indicada al principio y creo que, sin necesidad de descripciones más prolijas, se capta perfectamente cuál es el planteamiento del currículo. Para bien y para mal. En mi opinión, para mal.
¿Cuál es el problema?
A mi juicio, el problema de estos borradores radica en que parten de un enfoque que no es religioso. Es decir, estamos ante un planteamiento de la asignatura de religión en la que esta pierde su propio fundamento. Hasta hace no tanto, se ha venido definiendo la asignatura de religión diciendo que «en otras asignaturas profundizamos en partes de la Creación. La religión tiene por objeto “al Creador mismo”». Puede buscarse la frase en cualquier buscador de Internet para comprobar su inclusión en múltiples páginas y documentos en los que se explica lo que es y no es la clase de religión.
Pero en esta nueva asignatura, que se pretende de religión, el objeto no es el Creador sino lo creado. Y lo creado exclusivamente desde el punto de vista de lo que hay que hacer para conseguir determinados objetivos personales, ambientales y sociales. Se abandonan las grandes preguntas sobre Dios y su relación con el hombre para pasar a tratar de dar respuestas para solucionar problemas coyunturales.
Y se abandona, en la práctica, la referencia a la verdad. Lo importante es qué hacer, no el ser de las cosas. Lo importante es el desarrollo de las propias capacidades afectivas, generar espacios seguros e inclusivos, adquirir hábitos de vida saludable, el autocuidado y el cuidado del entorno, comprometerse con los Objetivos de Desarrollo Sostenible y los Derechos Humanos… Y para ello, para conseguir esos objetivos y deseos que compartimos con todos y para lo cual estamos en este mundo, si eres católico, pueden servirte de ayuda algunas figuras bíblicas y algunos relatos. Si no eres católico, no te ayudarán esas figuras y relatos, simplemente. No se estudia y venera la Sagrada Escritura porque, como dice el Catecismo en el punto 107, «Los libros inspirados enseñan la verdad. “Como todo lo que afirman los hagiógrafos, o autores inspirados, lo afirma el Espíritu Santo, se sigue que los libros sagrados enseñan sólidamente, fielmente y sin error la verdad que Dios hizo consignar en dichos libros para salvación nuestra” (Dei Verbum 11)». Da igual que lo que aparece en la Biblia sea verdad o mentira; sino que lo importante es que a ti todos esos relatos y figuras te ayuden para hacer lo que todos estamos llamados a hacer en este mundo: preservar la fraternidad universal, la amistad social y la sostenibilidad del planeta.
No se trata tanto de si Dios existe realmente o no. Ni de si es un ser personal que te ama personalmente. O de saber si verdaderamente el Hijo se encarnó, murió y resucitó por ti. Lo importante es que a ti, personalmente, algunos principios de la ética cristiana te ayuden, para llevar a cabo lo verdaderamente importante: los Objetivos de Desarrollo Sostenible y los Derechos Humanos. Pero si a otro le ayudan otras creencias, otras convicciones, da lo mismo en realidad: adelante. Se trata simplemente de que todo funcione como tiene que funcionar, como hemos decidido ¿democráticamente? a través de la ONU, la OMS, el Parlamento…
Es la postura de Joseph Campbell en el libro-entrevista El poder del mito: «Toda religión es verdadera de un modo u otro. Es verdadera cuando se la comprende metafóricamente. Pero cuando se atasca en sus propias metáforas, cuando empieza a interpretarlas como hechos, entonces aparecen los problemas». Eso es lo que, quizá sin buscarlo directamente, se transmite con el enfoque que se pretende dar a los nuevos currículos de la asignatura de religión: evitemos los problemas de tomarnos la religión como fuente de hechos verdaderos, ya que eso solo trae conflictos a la humanidad; veamos la religión como una explicación metafórica del mundo, que puede ayudarnos si no nos la tomamos demasiado en serio y si nos resulta útil para mantener un esquema de valores compartidos por todos y conformes con los Objetivos de Desarrollo Sostenible.
Como sigue diciendo Campbell en la obra citada: «Si tienes una mitología donde la metáfora para el misterio es el padre, tendrás un conjunto de signos diferente del que tendrías si la metáfora para la sabiduría y el misterio del mundo fuera la madre. Y son dos metáforas perfectamente buenas. ¡Ninguna es un hecho! Son metáforas. Es como si el universo fuera mi padre. Es como si el universo fuera mi madre. Jesús dice: “Nadie llega al padre sino por mi intercesión”. El padre del que hablaba era el bíblico. Es posible que tú puedas llegar al padre sólo por el camino de Jesús. Por otra parte, supón que vas por el camino de la madre. En ese caso puedes preferir a Kali y los himnos a la diosa, y todo eso. Es simplemente otro camino para llegar al misterio de tu vida. Debes comprender que cada religión es una especie de programa de software con su propio conjunto de signos, y funcionará.»
Eso es exactamente lo que se desprende del enfoque de los nuevos currículos para la asignatura de religión. Cada uno puede tener su propio sistema de valores para interpretar la realidad, todos igualmente válidos. Pero eso queda en el interior de cada uno. No se trataría entonces de conocer la verdad (que, en realidad solo ocasiona problemas de convivencia), sino de apostar por la mejora de la convivencia y la sostenibilidad del planeta. Después, que cada uno le dé el barniz de sus propias creencias o convicciones; eso es lo de menos. A los católicos nos puede ayudar conocer figuras y relatos bíblicos, o mensajes de «Jesús de Nazaret», pero como un añadido, algo opcional. A otros les ayudarán otras cosas; lo importante es que todos vivamos en concordia, aunque para ello tengamos que renunciar a expresar la verdad.
Pero entonces, ¿cómo vamos a explicar a los alumnos que Jesucristo diga de sí mismo que es el camino, la verdad y la vida? ¿O que afirme que la verdad nos hará libres? ¿Y cómo es que Jesucristo afirma ante Pilato que Él ha venido para ser testigo de la verdad? ¿Todo eso forma simplemente parte de una metáfora, son solo mensajes bonitos que nos pueden ayudar para que las cosas funcionen como determinan la ONU o la OMS?
Por supuesto, mejor no entremos a analizar con sentido crítico, desde la verdad que custodia la Iglesia, las metas de los ODS número 3 (salud y bienestar) y 5 (igualdad de género). Olvidemos lo que, en lenguaje de la ONU o la OMS significa «asegurar el acceso universal a la salud sexual y reproductiva y los derechos reproductivos» y «la integración de la salud reproductiva en las estrategias y los programas nacionales». Olvidemos también con qué medios se controlará la natalidad o se promoverá la igualdad de género. No vaya a ser que veamos abortos, esterilizaciones, anticonceptivos, medidas antinatalistas, «nuevos derechos humanos» e ideología de género incompatible con la antropología cristiana por todas partes. Y así, cerrando los ojos, soñemos juntos y caminemos alegres, de la mano de nuestros hijos, por la senda del pleno compromiso con los ODS y los DDHH.
Me parece que, en un mundo secularizado, la religión católica tiene mucho más sentido que nunca. Pero siempre desde el planteamiento, sin complejos, de la verdad. Convertir la asignatura de religión en una especie de educación para la ciudadanía mundial, en la que se transmiten unos valores y unos hábitos saludables que cualquiera puede transmitir, es una estafa a Dios, a los padres y a los alumnos. Y tan solo contribuye a incrementar la secularización y diluir la asignatura hasta su completa (y probablemente cercana) desaparición.
Si en la Alta Edad Media, la Iglesia Católica fue la guardiana del saber, en esta época poscristiana y de posverdad, le corresponde sin duda ser custodia de la verdad.
Se que habrá quien me tilde de exagerado. Y quien diga, como en tantas otras ocasiones anteriores, que «nuestros profesores van a dar bien la asignatura». Pero ya hemos vivido muchas cosas; ya no podemos engañarnos. Dios quiera que pueda salvarse la asignatura de religión. Pero, si no, nos corresponderá a los padres, a los laicos, organizarnos en defensa de la formación católica de nuestros hijos y no colaborar en que se les inculque una religiosidad vaga y falsa que no tiene nada que ver con la fe católica ni, por tanto, con la verdad.
Quizá una asignatura planteada como verdadera clase de Religión Católica no sea aprobada por el Ministerio. Pues tendrá que ser así. Pero algo tendremos que estar dispuestos a dar o a perder si queremos conservar nuestra fe. Como decía hace casi 15 años un muy querido obispo en una carta pastoral, «si no estamos dispuestos a perder nada, lo perderemos todo».
Santa María, Madre de la Iglesia, ruega por nosotros.
Antonio Espíldora García es director de Cáritas Diocesana de Toledo.