Pasaron las elecciones con un resultado enrevesado ciertamente preocupante, pues deja a España en manos de comunistas, separatistas y terroristas.
¿Por qué ha pasado esto? Lo fácil es echar la culpa a los políticos, que ciertamente la tienen, pero que la comparten con el pueblo. Abandonar a Dios no sale gratis y es lo que han hecho los políticos cuando en su inmensa mayoría tan solo prometen y no juran, y lo mismo la gente corriente, cuando, según algunas estadísticas, tan solo un 14% se casan por la Iglesia y bastante más de la mitad de los niños no son bautizados, lo que significa claramente un abandono de las virtudes y valores cristianos.
Hoy la ideología triunfante e imperante es la ideología de género. En ella el aborto, a pesar del gravísimo trauma que suele originar el síndrome postaborto, en vez de ser un crimen pasa a ser un derecho, cosa que igualmente sucede con la eutanasia. Pero desde el punto de vista de destrucción de la sociedad, lo peor seguramente es la solapada, aunque a veces descarada, lucha para destruir la familia. Para ello se utiliza el pretexto, en apariencia plausible, de dar educación sexual a los niños, cuando en realidad lo que se hace es corromperles.
Hace pocos días me decía una señora: “Tenemos una sociedad seriamente enferma, están pasando cosas muy graves y la gente no reacciona”. Y me comentaba que, hablando con un señor culto y preparado, le había dicho que le parecía estupendo que se diese educación sexual en las aulas. Pero el problema no es que haya o no educación sexual, sino que, bajo capa de esta educación, que por cierto corresponde ante todo a los padres, y que la Iglesia defiende cuando pide en el Concilio que conviene que los niños y jóvenes “reciban una prudente y positiva educación sexual” (Gravissimum Educationis, nº 1), lo que se da, en nombre de esa nefasta ideología, es simplemente corrupción, al enseñarles que la sexualidad está al servicio del placer y no del amor y que conviene que utilicen sus órganos sexuales desde la más tierna infancia en solitario o con otro u otros.
Como decía mi padre: “Por los hijos hay que sacrificarse”, y no estar en la inopia o en la higuera, como está ese señor y muchísimos otros padres.
Ante esta situación debo preguntarme: ¿qué es lo que Dios me pide y cómo debo actuar?
En la vida de cualquiera, la oración diaria ha de tener un lugar importante, y a ser posible, debe ser también plegaria familiar, es decir oración hecha en común, marido y mujer juntos, padres e hijos juntos. Un conocido proverbio dice: “Familia que reza unida, permanece unida”. Y es que ponernos en manos de Dios, confiando en Él, es un modo muy eficaz de proteger la vida familiar, porque Dios es la fuente del amor. Pero hoy muchas familias han olvidado los valores cristianos, y en concreto la oración, con resultados desastrosos.
La familia se basa en la unión conyugal y en el amor procreador y estable del matrimonio, y constituye la mejor estructura de acogida para los niños, pues tiene una vocación de permanencia que es la que da a los hijos esa convivencia duradera que necesitan.
Dios nos pide también que actuemos haciendo el bien. Para ello hagamos caso a San Pablo cuando nos dice: “Estad siempre alegres” (1 Tes 5,16; Filipenses 4,4), pues indudablemente cuando estamos contentos y de buen humor, nos es mucho más fácil hacer el bien que cuando estamos malhumorados o deprimidos. Pero tampoco desaprovechemos por respeto humano o vergüenza las ocasiones de manifestar lo que creemos, pues hemos de ser apóstoles que transmitimos la buena noticia del evangelio ante tantísima gente que carece de ideas claras y que, sin embargo, desearía tenerlas. En pocas palabras, que Dios pueda servirse de nosotros.
No puedo terminar sin hacer una referencia y pedir oraciones por la JMJ de Lisboa, que tiene lugar estos días. Para saber lo que es una JMJ no puedo sino recomendar el artículo de monseñor Jose Ignacio Munilla, en InfoCatólica y en Religión en Libertad, titulado Evangelizar desde la JMJ. Personalmente recuerdo la JMJ de Madrid como una de las mejores experiencias de mi vida.