Desde que me ocupo y escribo de historia, es decir, desde hace veinte años, siempre he ido contracorriente. La radicalidad que me llevó siendo muy joven a adherirme al 68 ya no me abandonó. Y, lanza en ristre, aunque tenga que combatir contra un ejército de periodistas, historiadores y lugares comunes con la fortaleza de los documentos y de los hechos, siempre he defendido a la Iglesia católica romana a la que pertenezco de la avalancha de mentiras que se vierten contra ella, con particular intensidad y violencia a partir del siglo XVI.
Y así, partiendo del Risorgimento y de la masonería, auténtica alma del Risorgimento, yendo hacia atrás llegué hasta Martín Lutero. También he escrito un texto sobre historia de la Iglesia en el que no he sentido la necesidad de polemizar, ni siquiera de forma encubierta. En ese caso el esplendor y el heroísmo de las cosas que contaba, unidos al poder de la ayuda divina, hablaban por sí solos.
Últimamente he empezado a dedicarme a la historia de España y de Hispanoamérica. ¿Por qué? Porque, por motivos personales, las cosas de España me interesan mucho. Y también porque con la “leyenda negra” sobre la conquista española comienza el ataque en toda regla lanzado en la época moderna por las potencias protestantes contra todo lo que lleve el nombre de católico.
Del mismo modo que a los italianos nos han llevado a despreciar nuestra historia (¡extraordinaria y única!) con el mito y la justificación del Risorgimento ([resurgimiento]... del paganismo), resurgimiento que nos ha transformado en un pueblo de descastados, también a los españoles se les ha conducido a despreciar la gigantesca empresa, casi imposible para las fuerzas humanas, que les dispuso para civilizar un continente entero, inmenso y lejano, llevando a América la espléndida cultura romana y la fe en el hombre-Dios Jesucristo, vencedor de la muerte por amor.
La historia de España y de su extraordinaria trayectoria fue posible por la fuerza de la fe, que nunca abandonó a los españoles, a pesar de todo. Un ejemplo para entender a qué me refiero: el reino romano-visigodo fue invadido por los moros en 711, y la conquista tuvo lugar de un tirón. Al Andalus tiene muy claro lo que hay que hacer: hay que destruir todo vestigio de la tradición romana y de la fe católica. Alá tiene que triunfar. ¿Cómo? Como siempre. Con la violencia indiscriminada. Con el terror.
Resistió un puñado de hombres, que se refugiaron en las montañas de Asturias. Su caudillo es Don Pelayo, que se convertirá en el primer rey del Reino de Asturias. Para convencer a Don Pelayo de la inutilidad de su resistencia, los moros pidieron la intervención de Don Opas, el herético obispo de Toledo que se había pasado al bando del islam triunfante.
Don Opas se dirige así a Don Pelayo: “Si todo el ejército godo no ha podido resistir al empuje de los musulmanes, ¿cómo puedes resistir tú en estos montes? Sigue mi consejo, abandona tu empeño y vivirás feliz con los muchos beneficios que te concederán los moros”. Según la crónica redactada un siglo y medio después, Don Pelayo habría respondido a Don Opas en estos términos: “¿No has leído en las Sagradas Escrituras que la Iglesia del Señor es como el grano de mostaza que, siendo tan pequeña como es, por la gracia de Dios se convierte en el árbol más grande? Cristo es nuestra esperanza. Estas montañas serán la salvación de España y del pueblo visigodo. La gracia de Cristo nos liberará de esta muchedumbre”.
Estamos en 722 en Covadonga [cueva de Nuestra Señora]. La Reconquista comienza con una batalla librada en una gruta perdida en los Picos de Europa. La supervivencia de España dependía de la fe de Don Pelayo y de los suyos, quienes, esperando contra toda esperanza, no se resignaron a perder su libertad, su civilización ni su religión, y presentaron batalla.
La crónica árabe, más tardía que la cristiana, cuenta el episodio de Covadonga como si fuese un hecho insignificante, y ridiculiza a Don Pelayo y sus “asnos salvajes”, como los define. Don Pelayo, el asno salvaje, fundó el Reino de Asutiras, un reino cristiano, baluarte de la religión y de la cultura española.
La batalla que se ganó en Covadonga nos da también hoy esperanza, en una época en que parece haberse perdido toda chispa de humanidad.
Publicado en La Nuova Bussola Quotidiana.
Traducción de Carmelo López-Arias.