En un mundo que promueve abiertamente el asesinato de los niños por nacer a manos de sus propias madres a través del llamado derecho al aborto y fomenta toda clase de perversiones, aun entre menores -a través, entre otras cosas, de la ideología de género-, gran parte de la sociedad, como lo anunciase San Pablo (2 Timoteo 4, 3) no soporta la sana doctrina.

Por ello, el excelente discurso de graduación del tres veces campeón del Super Tazón (Super Bowl) Harrison Butker en el Benedictine College, el pasado 11 de mayo, en el cual reafirmó varias de las perennes enseñanzas de la Iglesia, ha suscitado toda clase de comentarios. Varios a favor pero muchos en contra, como reflejan las dos peticiones (una de las cuales ya cuenta con más de 200.000 firmas) que exigen, en una clásica muestra de “tolerancia progresista”, su expulsión del equipo de football Kansas City debido a sus comentarios, calificados de dañinos, sexistas, homofóbicos, misóginos, oscurantistas, racistas y demás lindezas.

En el mencionado discurso, Butker animó a los estudiantes a seguir las exigentes y bellas enseñanzas cristianas, especialmente las relacionadas con el matrimonio y la familia, las dos instituciones tan atacadas hoy en día a través de la anticoncepción, el feminismo, la cohabitación, el divorcio, el aborto y la homosexualidad.

El discurso completo de Harrison Butker (puedes leerlo transcrito en inglés y también transcrito en español).

Cabe destacar que estos “controversiales” temas fueron (por siglos y hasta hace algunas décadas) mayoritariamente reprobados por la sociedad occidental y actualmente no son ni siquiera rechazados por la mayoría de los católicos. De ahí que su discurso haya levantado tantas ámpulas y haya sido atacado no solo por innumerables progresistas sino también por varios de los llamados católicos liberales (que manipulan la doctrina a placer) y aun por un par de católicos conservadores que, con un pie en la Iglesia y otro en el mundo, calificaron de falta de “prudencia” su osada defensa por la ortodoxia. Esto demuestra que, como bien señalara Butker, “llamarse católico por sí solo no es suficiente” pues “las ideas heterodoxas abundan incluso dentro de los círculos católicos”.

Puesto que, desde hace varias décadas, los católicos, en lugar de combatir los múltiples errores que rápidamente se fueron extendiendo dentro de la sociedad, optamos por un peligroso irenismo que, centrado en ver lo que nos une y no lo que nos separa de otros credos, ha ido mermando nuestra identidad. Así, poco a poco, a fin de “congraciarnos” con el mundo, empezamos a adoptar sus modas y sus modos, su lenguaje y su pensamiento, dando pie a un catolicismo aguado acorde con los dictados y preocupaciones del mundo (diversidad, inclusión, derechos, cambio climático, inmigración, etc.).

El mundo, “tolerante” con el catolicismo tibio y medroso que prende una vela a Dios y un incienso al “César del momento”, es intolerante con el catolicismo sin reservas, ese de quienes, por defender la Verdad, están dispuestos a perder la fama, la carrera y hasta la vida. Pues saben que Cristo es el Camino, la Verdad y la Vida, y su Iglesia la única barca de salvación y no una oferta más en el mercado de espiritualidades de nuestra consumista y hedonista sociedad.

Por ello existe, desde tiempos de Cristo, un odio feroz hacia Cristo y su Iglesia. Lo experimentaron los apóstoles y los primeros cristianos y todos los santos y mártires que les han sucedido. Además, desde el siglo XX, este odium fidei [odio a la fe] ha aumentado exponencialmente. La Verdad es odiada por el mundo, como Cristo fue odiado por él: “Si el mundo os odia, sabed que a mí me ha odiado primero” (Jn 15, 18). Parafraseando a Fulton Sheen: sólo la iglesia, debido a su carácter divino, puede ser infinitamente odiada e infinitamente amada como lo fue Cristo mismo.

Todo católico está llamado a ser soldado de Cristo, a combatir por Él y a defender a su Iglesia en este combate espiritual en el cual no hay terreno neutral, pues, como afirmase Juan Donoso Cortés: “No hay hombre, lo sepa o no, que no sea combatiente en esta candente contienda; nadie que no tome parte activa en la responsabilidad de la derrota o de la victoria… Cada palabra que se pronuncia está inspirada por Dios o por el mundo, y necesariamente proclama, implícita o explícitamente, pero siempre con claridad, la gloria de uno o el triunfo del otro. En esta guerra singular, todos luchamos mediante el alistamiento forzoso; aquí el sistema de suplentes o voluntarios no encuentra cabida… En esta guerra todos los hombres nacidos de mujer son soldados. Y no me digas que no deseas pelear; pues el momento que me digas eso, ya estás peleando; ni que no sepas de qué lado unirte, porque mientras dices eso, ya te has unido a un bando; ni que desees permanecer neutral; porque mientras piensas serlo, ya no lo eres; ni que quieras ser indiferente; porque me reiré de ti, porque al pronunciar esa palabra has elegido tu partido. No te canses de buscar un lugar seguro contra las posibilidades de la guerra, porque te cansas en vano; esa guerra se extiende hasta el espacio y se prolonga a través de todos los tiempos. Sólo en la eternidad, en el país de los justos, puedes encontrar descanso, porque sólo allí no hay combate. Pero no imaginéis, sin embargo, que se os abrirán las puertas de la eternidad, a menos que mostréis primero las heridas que lleváis; esas puertas sólo están abiertas para aquellos que pelearon gloriosamente aquí las batallas del Señor y fueron, como el Señor, crucificados”.