Benedicto XVI parecía alimentar una natural idiosincrasia respecto a la diplomacia vaticana. De hecho, nombró como su secretario de Estado a un no-diplomático como el cardenal salesiano Tarcisio Bertone. Y redujo al mínimo las audiencias a los nuncios apostólicos.
Este giro fue acogido con placer por no pocos dirigentes y funcionarios de la curia romana, quienes veían – y ven – en los eclesiásticos del servicio diplomático una especie de “casta” que además de tener un tratamiento económico y de seguridad social privilegiado, tiende a promover el "cursus honorum" de los propios adscritos, yendo inclusive más allá de los reales méritos personales.
Por el contrario, el papa Francesco muestra que tiene un enfoque diferente.
Ciertamente, al encontrarse el pasado 6 de junio con los alumnos de la Pontificia Academia Eclesiástica, la alta escuela de la diplomacia vaticana, el Papa jesuita no se anduvo con vueltas:
Dijo que para un sacerdote embarcado en la vida diplomática “hay muchos peligros para su vida espiritual".
Explicó que "cuando en la nunciatura hay un secretario o un nuncio que no transita el camino de la santidad y se deja envolver en tantas formas y en tantas maneras de mundanidad espiritual, se torna ridículo y todos se ríen de él".
Y los intimó: "Por favor, no sean ridículos. Sean santos o vuelvan a una diócesis para ser párrocos".
Pero un par de semanas después, al encontrarse el 21 de junio con los nuncios en actividad, durante las “Jornadas de los representantes pontificios”, programadas en el Año de la Fe, Francisco les dirigió un discurso cálido y atractivo, que parece haber conquistado el corazón de los participantes, también los de quienes no tienen una sensibilidad propiamente “bergogliana”:
El papa Francisco dijo a los nuncios que considera “más que importante” su trabajo y “esencial” el “vínculo personal entre el obispo de Roma y ustedes”, un vínculo personal que “debemos forjar por ambas partes”, más allá de la mediación de la Secretaría de Estado, “que nos ayuda”.
En síntesis, Jorge Mario Bergoglio considera que en la “casta” diplomática los riesgos de mundanidad espiritual son mayores que en otras “castas” eclesiásticas, pero quizás justamente por ello, a diferencia del papa Ratzinger, parece que tiene la intención de establecer un vínculo más frecuente y directo con sus representantes.
Será interesante ahora ver si se volverá a la vieja praxis, en la que todos los nuncios eran recibidos por el Papa al menos una vez al año y si esto implicará también el retorno a un rol preponderante de los nuncios en la maquinaria curial (o en lo que quedará de esa maquinaria luego del tratamiento que le brinde Bergoglio).
Que el papa Francisco no tiene de por sí un prejuicio negativo respecto a los nuncios en cuanto tales es evidente por no pocos indicios.
Una muestra de ello son las palabras de profundo aprecio mencionadas en su libro entrevista "El Jesuita" respecto al cardenal Agostino Casaroli, “ministro de relaciones exteriores” del Vaticano con Pablo VI y secretario de Estado con Juan Pablo II.
Siempre en "El Jesuita", el entonces cardenal Bergoglio habla con aprecio también del arzobispo Ubaldo Calabresi, el nuncio apostólico en Argentina "que me llamaba" a comienzos de los años Noventa "para consultarme acerca de algunos sacerdotes que, seguramente, eran candidatos a obispo".
Fue con Calabresi como nuncio que en mayo de 1992 Bergoglio se convirtió en obispo auxiliar y cinco años después en obispo coadjutor de Buenos Aires. Un acontecimiento, éste último, que le fue anunciado – cuenta en "El Jesuita" – por el mismo Calabresi al terminar un almuerzo, con la llegada de "una torta y una botella de champagne".
Es cierto también que Bergoglio tuvo una buena relación con el sucesor de Calabresi en la nunciatura de Buenos Aires, el arzobispo Santos Abril y Castelló, creado cardenal por Benedicto XVI y arcipreste de la basílica romana de Santa María Mayor.
Pero este prelado español permaneció en Argentina solamente tres años, desde el 2000 al 2003, cuando fue enviado a la menos prestigiosa sede de Liubliana, en Eslovenia. Uno de los motivos de este traslado parece haber sido la actitud crítica de Abril – respaldado por Bergoglio – frente a la familia religiosa del Verbo Encarnado, la cual tenía como gran protector vaticano a Angelo Sodano, en ese entonces cardenal secretario de Estado,.
Más frías, por diversas circunstancias vividas en la elección de los candidatos al episcopado, parecen haber sido las relaciones del actual pontífice con Adriano Bernardini, nuncio en Argentina desde el 2003 al 2011 y ahora su representante en Italia.
Pero la no idiosincrasia del papa Francisco frente a los diplomáticos con clergyman esta atestiguada también por el hecho de haber incluido a un ex nuncio entre los ocho cardenales elegidos como sus consejeros: Giuseppe Bertello, actual gobernador del Estado de la Ciudad del Vaticano, a quien Bergoglio conoce desde hace mucho tiempo como “alumno” de Calabresi. En efecto, al comienzo de su carrera diplomática Bertello fue colaborador de Calabresi en Venezuela y en Sudán, las dos nunciaturas cubiertas antes de la experiencia argentina.
Hace pocos días, además, Francisco ha "aprobado" – en realidad ha hecho nombrar – como "prelado" del Instituto para las Obras de Religión, IOR, a un monseñor del servicio diplomático, el bresciano Battista Mario Salvatore Ricca, a quien conocía desde el 2006, cuando Ricca se convirtió en director del internado sacerdotal “Residencia Internacional de Pablo VI”, situado en la via della Scrofa, donde el cardenal Bergoglio residía habitualmente durante sus permanencias en Roma, y a quien ha conocido y apreciado todavía más en su actual residencia como Papa, la "Residencia de Santa Marta", de la que Ricca es director desde el año 2011.
Ningún prejuicio contra los nuncios, entonces, por parte del papa Bergoglio, pero siempre que – les ha recordado el 21 de junio – por una parte eviten la “mundanidad espiritual” y cultiven “la familiaridad con Jesucristo en la oración, en la celebración eucarística que no debe abandonarse nunca, en el servicio de la caridad”, y por otra parte desempeñen su misión “siempre con profesionalidad”, porque "la Iglesia lo quiere así", y "cuando un representante pontificio no hace las cosas en forma profesional, también pierde autoridad".
Para ayudar a los nuncios en su "profesionalidad", el papa Bergoglio ha dictado también algunas directivas concretas, referidas a su labor de "colaboración para los nombramientos episcopales".
He aquí las características de los candidatos a obispos que los nuncios están invitados a buscar, según el actual Papa:
- deben ser "mansos, pacientes y misericordiosos";
- deben amar "la pobreza, interior como libertad para el Señor y también exterior como simplicidad y austeridad de vida", en consecuencia no deben tener “una psicología de ‘príncipes’”;
- no deben ser “ambiciosos” y no deben “buscar el episcopado” ("Nolentes volumus" era "el primer criterio" de Juan Pablo II, ha recordado Bergoglio);
- deben ser "esposos de una Iglesia sin estar en búsqueda constante de otra".
En este último caso la referencia parece ser a lo que dijeron en 1999 los cardenales Bernardin Gantin y Joseph Ratzinger contra las promociones en cadena de una diócesis menor a otra más importante:
> Diario Vaticano / La plaga del divorcio entre obispos y diócesis
En todo caso, el "primer criterio" del papa Francisco para discernir buenos candidatos obispos es el de buscar "pastores cercanos a la gente".
Hablando en forma improvisada, el pontífice agregó: "[Si] es un gran teólogo, una gran cabeza, ¡que vaya a la universidad, donde hará mucho bien!", mostrando en consecuencia que no le agrada mucho la promoción a obispos de aquellos que serían “grandes” teólogos (como hizo Pablo VI con Ratzinger en Munich o Juan Pablo II con Karl Lehmann en Maguncia, Walter Kasper en Rotenburgo y Bruno Forte en Chieti-Vasto).
"Pastores cercanos a la gente" – ha reiterado Bergoglio – que "sean capaces de vigilar la grey que les será confiada, de cuidar todo lo que la mantiene unida, de ´vigilar´ sobre ella, de prestar atención a los peligros que la amenazan, pero sobre todo que sean capaces de ´velar´ por la grey, de hacer vigilia, de cuidar la esperanza, que haya sol y luz en los corazones, de sostener con amor y con paciencia los designios que Dios lleva a cabo en su pueblo".
El programa parece claro. Ahora será necesario ver cómo se lo aplicará. Por los nuncios, pero no sólo por ellos.
Hasta ahora han sido dos los nombramientos episcopales más “personales” del papa Francisco.
El primero es el de su sucesor en Buenos Aires, en la persona de Mario Aurelio Poli.
Un nombramiento que de hecho responde fielmente a la imagen de pastor delineada por Bergoglio en su discurso a los nuncios.
El segundo nombramiento es la promoción a arzobispo titular de Tiburnia – una diócesis inexistente, desaparecida hace siglos – de Víctor Manuel Fernández, de 51 años de edad, rector de la Universidad Católica de Buenos Aires y su estrechísimo colaborador en la redacción del documento final de la Conferencia de obispos latinoamericanos de Aparecida, en el año 2007.
Éste ha sido un nombramiento que más bien parece asemejarse a la concesión de un título honorífico, en este sentido contrario a la visión eclesiológica del obispo promovida por el Concilio Vaticano II.
En nombre de esta visión, en el transcurso de los últimos pontificados se han levantado críticas más o menos larvadas hacia algunos nombramientos episcopales efectuados por Juan Pablo II y por Benedicto XVI.
Por ejemplo, Alberto Melloni, un historiador de la Iglesia, en la edición del 12 de febrero pasado del "Corriere della Sera" definió como una "enormidad eclesiológica" la decisión de Benedicto XVI de nombrar obispo a su secretario Georg Gänswein, que sin embargo fue promovido a un cargo curial que prevé el episcopado, el de prefecto de la Casa Pontificia.
Pero de Melloni y de otros paladines del Vaticano II no han llegado hasta ahora comentarios críticos a este nombramiento efectuado por Bergoglio.
Quizás también porque ser amplio en la concesión de anillos episcopales fue justamente su querido Juan XXIII, convocante del Concilio, el Papa que el papa Francisco ha señalado como ejemplo en su discurso a los nuncios.