Escribo estas líneas en el día de Santo Tomás Moro, patrono de los políticos y conocido por mucha gente gracias a una gran película, ganadora de muchos Oscar, “Un hombre para la eternidad”.
Tomás era el primer ministro del rey de Inglaterra, Enrique VIII. Pero ve que éste, casado con Catalina de Aragón, se enamora de Ana Bolena, y por ello intenta alejarse de la tormenta y se retira. No se pronuncia sobre la boda real, pero como sale en cierto momento de la película, le dicen: “Es cierto que no te has pronunciado sobre la boda real, pero tienes fama de ser el único político honrado que hay en Europa (la corrupción se ve que es un problema de todos los tiempos) y tu silencio atruena”. Intenta salvar su vida, pero siempre permaneciendo fiel a su conciencia, por lo que termina siendo decapitado en 1535. Juan Pablo II lo nombrará patrono de los políticos.
En España la preocupación por la clase política crece continuamente, hasta el punto que las encuestas del CIS lo sitúa ya como el cuarto problema de la nación. Y es que hay que reconocer que muchos de nuestros políticos se están empleando a fondo para desacreditarse ante la ciudadanía. No son sólo los problemas de la corrupción, sino por ejemplo esta misma semana, el miércoles diecinueve de Junio, el Parlamento catalán se llenaba de oprobio al negarse a honrar a las víctimas del terrorismo, oponiéndose a una declaración institucional en el aniversario del atentado de Hipercor de Barcelona, donde murieron ventiuna personas y muchas más resultaron heridas. La propuesta la presentó Ciudadanos y fue apoyada por el PP. Los Partidos que se opusieron a ella fueron CIU, PSC, ERC, ICV y CUP. Que el Parlamento catalán se niegue a honrar a las víctimas del terrorismo en Cataluña, tiene narices.
Como no puedo por menos de pensar que muchos políticos en su fuero interno conservan el sentido común y tienen que pensar que esa negativa es sencillamente disparatada, me pregunto por qué se comportan tan indignamente. Para mí la razón es clara: son incapaces de oponerse a la disciplina de Partido. Ante la obediencia a Dios, como nos manda el libro de Hechos (Hch 4,19 y 5,29), y la obediencia al Partido han escogido el camino de la injusticia, el de la obediencia al Partido. Y como uno no puede por menos de preguntarse porqué lo hacen, voy a contar dos anécdotas que me parecen reveladoras. En una un político enseña a lo lejos a un amigo a su jefe y le dice: “Mira, esos son mis electores. Lo que opinen mis votantes no me importa, que ése me ponga en las listas, me importa muchísimo”. Y la otra, ante la proximidad de las elecciones, un senador fue a despedirse de una funcionaria: “vengo a despedirme, porque no estoy en la lista”. Y se le echó a llorar diciéndole: “tenía un despacho de abogados y me defendía. Ahora no tengo ni fuerza ni ganas de volver a empezar”.
Sigo pensando sin embargo que ser político es una profesión nobilísima y que es una vocación que hay que apoyar. Pero para que no suceda que tengan que tragar sapos y carretas porque no tienen otro modo de vida, desaconsejo una dedicación tan exclusiva que les impida ganarse la vida de otra manera. No puedo por menos de recordar que los nazis llegaron al poder, porque mucha gente honrada les dejó el paso libre, y, por otra parte quien no recuerda a esos grandes políticos profundamente católicos, como Adenauer, Schumann y De Gasperi, que en una Europa recién salida de una guerra feroz, sobre esas ruinas, lograron edificar Europa. Pero la clave está en conservar la propia libertad y tener muy claro cuáles son mis ideales irrenunciables. El primero que no debe ser un esclavo, sino una persona libre, es el propio político.
Pedro Trevijano