«Todas las fiestas, se dice popularmente, tienen su Octava». También la fiesta de Corpus que celebramos con toda solemnidad el pasado domingo. Cuando era niño, la Octava de Corpus (ausente ahora del calendario) tenía una especial resonancia, como de un «rumiar» y volver a contemplar y reposarse en la adoración y en la mirada puesta en el Señor. Algo de eso quisiera hacer hoy con este artículo, que continúa la reflexión de la semana pasada en la que señalaba, en la segunda parte, las exigencias de caridad que se derivan de la participación en el Misterio Eucarístico del Cuerpo y de la Sangre de Cristo. Adoración y caridad son dos necesidades fundamentales e inseparables. En la Eucaristía se nos muestran ambas totalmente en unidad. Tenemos necesidad de la Eucaristía. ¡Cómo necesitamos de la Eucaristía siempre y especialmente en los momentos cruciales que estamos viviendo! Necesitamos avivar nuestra fe y nuestra participación en la Eucaristía, necesitamos del Sacramento Eucarístico para que nuestro amor a Dios y a los hermanos tome verdadera fuerza y vigor y nos haga avanzar en el camino que siembra de vida y amor este mundo nuestro.
Quienes participamos en verdad en la Eucaristía, sacramento de piedad y vínculo de unidad, habremos de esforzarnos por aunar voluntades, trabajar por la unidad de los diferentes pueblos e impulsar un trabajo creador para afrontar juntos los retos con que se enfrenta España. No podemos sentirnos tranquilos y satisfechos ante la situación de tantos hermanos nuestros que no cuentan con lo necesario para una vida digna. No podemos cerrar los ojos ante los graves problemas sociales de hoy, como el fenómeno del paro, que está sumiendo a muchas familias en situaciones angustiosas y que plantea una problemática que va más allá de los procesos y mecanismos estrictamente económicos para situarse en una perspectiva ética y moral.
Necesitamos que del amor que se nos entrega en la Eucaristía brote un gran movimiento de solidaridad efectiva impulsado por los cristianos que nos llama a hacer todo lo que esté en nuestras manos para luchar contra la pobreza y el paro, humanizando cada día más las relaciones laborales y poniendo siempre a la persona humana, su dignidad y sus derechos, por encima de los egoísmos e intereses de grupo. En esta hora crucial, la participación en la Eucaristía exige de los cristianos españoles un renovado esfuerzo en favor de la justicia, la libertad y el rearme moral de nuestro pueblo, de fortalecimiento de los valores fundamentales de la convivencia social, como son: la solidaridad real y efectiva, la defensa de la verdad que nos hace libres, el desarrollo de la cultura de la vida mediante la promoción y la defensa de la vida en todas las fases de su existencia, desde su gestación hasta la muerte, la honestidad en nuestras acciones, el diálogo constante y la tolerancia respetuosa de las personas y de las ideas ajenas, la responsable participación de los ciudadanos a todos los niveles en la vida pública, la difusión de una mentalidad que propugne el imperativo ético y la voluntad de servicio como un constante punto de referencia en las relaciones sociales. Creemos firmemente que los principios cristianos que brotan precisamente de la Eucaristía, principios que han informado e inspirado la vida de nuestra Nación, son punto de referencia fundamental en la consecución de metas de mayor progreso integral, e infundirán viva esperanza y nuevo dinamismo en nuestra sociedad. La Iglesia que celebra la Eucaristía y es hecha por la Eucaristía anuncia una civilización nueva y lo hace ofreciendo el memorial del sacrificio redentor bajo el signo de la esperanza en el Señor hasta que vuelva. El creyente que con la Iglesia así permanece no puede desentenderse de sus hermanos, los hombres, de su vida, de su dolor, de sus legítimas aspiraciones..., a ejemplo de Cristo, que en este sacramento da la vida por sus amigos.
La fiesta de Corpus también nos recuerda a los cristianos el alto valor que la Iglesia reconoce al culto eucarístico y a la adoración al Santísimo. Entre nosotros este culto, la adoración eucarística, debería intensificarse, ponerse más en el centro de la vida cristiana y fortalecerse allí donde se hubiese debilitado, fomentarse en todas las parroquias y comunidades e instaurarse en ellas, de modo habitual, alguna forma de adoración a la Santísima Eucaristía. No podemos olvidar que la adoración a la Eucaristía «es la contemplación y el reconocimiento de la presencia real de Cristo, en las sagradas especies, fuera de la celebración de la Misa. Es un verdadero encuentro dialogal por el que nos abrimos a la experiencia de Dios. Igualmente, un gesto de solidaridad con las necesidades y los necesitados del mundo entero. Y esta adoración eucarística, por su propia dinámica espiritual, debe llevar al servicio de amor y de justicia para con los hermanos».
La presencia real del Señor en la Eucaristía es el centro de nuestro culto. Necesitamos redescubrir la presencia real de Jesucristo en el sagrario, acercarnos al sagrario con frecuencia, orar ante él y adorar a Jesús allí presente. Sin el reconocimiento, el respeto, el silencio, la adoración y la contemplación que reclama la presencia real de Jesús sacramentado, nuestro culto y nuestra caridad se quedan sin fundamento. Urge reavivar y fortalecer nuestra fe en la presencia real. Cuidemos, cultivemos y eduquemos, pues, el sentido de la presencia real del Señor; y con ello, esmeremos nuestra actitud religiosa ante el sagrario de cada iglesia, donde tenemos un faro de luz, en contacto con el cual nuestras vidas pueden iluminarse y transformarse.
© La Razón