Irak primero, Siria, después, ¿ha tocado el turno al Líbano? La principal diferencia de Líbano con los anteriores es la presencia de una minoría cristiana potente, visible y, todavía, con capacidad de movimiento y decisión; lo que le convierte en la principal baza de la paz, por no decir, la única. Veámoslo.
No pocas cosas han cambiado desde que Benedicto XVI visitó Líbano, los días 14 a 16 de septiembre de 2012, en unas jornadas tan memorables como añoradas. Así, uno de los efectos colaterales de la dramática guerra civil que se viene desarrollando en Siria, desde hace más de dos años, es la exacerbación de los problemas internos que padece Líbano desde hace décadas y que le está arrastrando a la catástrofe.
En primer lugar: la consolidación del salafismo como una nueva fuerza social y política ascendente en Líbano y con enorme capacidad de desestabilización interna. El salafismo más extremo, próximo a Al Qaeda, había cuajado inicialmente en los campamentos de refugiados palestinos de Trípoli. Así, el grupo palestino Fatah Al-Islam mantuvo en 2007 incidentes armados de extrema dureza con el Ejército regular libanés en un conflicto, de varios meses de duración, que ocasionó cientos de muertos. Y a principios de este mes de mayo, nuevos grupos salafistas palestinos, escisiones del anterior, se enfrentaron a los fieles de Al Fatah; en esta ocasión en campamentos del sur del país, bajo la atenta mirada de Hamás, el partido de los Hermanos Musulmanes palestinos que controla la franja de Gaza y que poco a poco gana posiciones en los citados.
Como competidores de las salafistas en estos momentos, existe desde hace décadas el brazo político libanés de los Hermanos Musulmanes: Jamaa Islamiya. En la guerra civil de 1975 contaron con milicias propias en Trípoli, Beirut y Sidón. Su secretario general es Faysal Mawlawi. Cuentan con un único representante en el parlamento nacional, en el seno de la coalición anti-siria 14 de Marzo. Aspiran a aumentar su representación en las próximas elecciones legislativas, en el contexto de la recomposición de las fuerzas políticas suníes. Espoleados desde su “derecha” por el salafismo de diversos grupos, y por la “izquierda” desde el clan Hariri, dirigente de la anti-siria Corriente Futuro, aparenta renovar su atónico vigor. En ese salafismo radical de nuevo cuño debemos destacar al movimiento impulsado por el cheikh Ahmed el-Assir, quien se ha enfrentado a Hezbolá dialécticamente y en las calles, desde un año atrás, en Sidón, fundamentalmente; si bien viene recorriendo todo el país azuzando a los sunís libaneses para que se incorporen a las guerrillas sirias y planten cara al dominante chiismo de Hezbolá y sus aliados. A tal efecto, ha informado que está organizando su propia milicia, las Brigadas de Resistencia Libres.
Por otra parte, numerosos libaneses radicales se han incorporado a las guerrillas salafistas sirias, particularmente al cruel -hasta lo inaudito- Frente al-Nusra; habiendo muerto en combate no pocos de ellos, entre ellos, los hijos de dos de los más altos dirigentes sunís de Trípoli.
En este contexto, el sunismo libanés se encuentra muy fragmentando, si bien comparte su aversión al régimen baasista sirio y a sus aliados chiís libaneses de Hezbolá, aspirando a plasmar en futuras elecciones su avance en la calle y en el seno del conflicto sirio.
En segundo lugar, el enconamiento entre chiís y sus parientes alauitas con sus eternos enemigos los sunís de todas las tendencias. Ello se ha traducido, especialmente, en los enfrentamientos armados en grandes barrios tripolitanos: el de Jabal Mohsen, controlado por el Partido Árabe Democrático de Rifaat Eid, alauita (la minoritaria facción chií del presidente sirio Bashar al Assad, afín al gubernamental Baas) y los controlado por los sunís radicales, fundamentalmente el de Bab al Tabbaneh. Además de más de 40 muertos en las últimas semanas, ha provocado un repliegue parcial del ejército libanés en la zona, habiendo sufrido diversos ataques y unadecena de bajas mortales. Los enfrentamientos también se han sucedido en diversas localidades próximas a Trípoli: Arsal, Hermel (ciudad chií del norte bombardeada por los rebeldes sirios), etc. Por otra parte, la porosa frontera sirio-libanesa es causa de enfrentamientos e incursiones a ambos lados, de diverso calado, con la excusa de la persecución de los enemigos de diverso signo y los intentos de interferir en el contrabando de armas y combustibles; especialmente en el norte y valle de la Bekaa.
El enfrentamiento ha llegado hasta el punto de que el cuartel general de Hezbolá en el barrio de Shiyah, Beirut sur, ha sido bombardeado con cohetes de origen ruso. Este enconamiento alcanza incluso el más alto simbolismo. Es el caso de Saleh Sabbagh, militante de Hezbolá, fallecido en combate en Siria, hijo de padre suní y madre chií, que tuvo que ser enterrado el pasado 22 de mayo en un cementerio chií de Sidón ante la oposición de los ulemas sunís de serlo en el cementerio paterno.
En tercer lugar, los intentos de modificación legal de la ley electoral. Ante los cambios de población –aumento de la chií y disminución del electorado cristiano-, se ha intentado modificar la todavía vigente ley electoral de 1960 por un denominado “proyecto ortodoxo” que garantizara un nuevo porcentaje estable a los cristianos. De este modo, cada votante lo haría a candidatos de su propia confesión. Manteniéndose la representación cristiana, de manera estable, sería un factor de moderación y juego de alianzas alternativos al enfrentamiento final al que parecen fatalmente destinados chiís y sunís.
En cuarto lugar, la progresiva paralización del Estado y del ejército libanés. Se ha nombrado un nuevo primer ministro el pasado 6 de abril de 2012, Tamam Salam, en lugar del dimitido Najib Mikati. La alternativa al anterior, controlado por Hezbolá, era un gobierno de concentración nacional o de técnicos. No obstante, apenas se ha avanzado en la constitución de ese gobierno de transición cuyo objetivo principal sería mantener la paz y la celebración de elecciones el próximo 16 de junio; agenda que se presenta muy difícil, pues la situación global se enrarece día a día particularmente a causa de las consecuencias en suelo libanés del devenir del conflicto sirio.
En quinto lugar, acaso el más peligroso, la plena implicación de Hezbolá en el conflicto sirio. Inicialmente, fueron algunos altos asesores del brazo militar quienes participaron a modo de consejeros, falleciendo algunos de ellos en ataques de drones israelíes y en incursiones de los rebeldes. Posteriormente, en febrero, apoyaron sin reservas a los llamados Comités Populares, formados en las 40 aldeas chiís -pobladas en su mayoría por unos 30.000 chiís que mantienen la doble nacionalidad siria y libanesa- colindantes con Líbano, en defensa de los ataques de la insurgencia salafista siria. Por último, son varios miles los combatientes de Hezbolá que han liderado el estratégico contraataque de las fuerzas gubernamentales en Qusair, en un intento de volcar el curso de la guerra o, al menos, fortalece al régimen en unas hipotéticas conversaciones de paz. Son ya varias decenas los mártires de Hezbolá enterrados multitudinariamente en suelo libanés con tal motivo.
Por último, el papel de Israel en el contexto regional; siempre atento observador del papel de Hezbolá como cabeza de la “resistencia” libanesa. El temor a que Hezbolá llegara a controlar los Altos del Golán sirios, desde los que atacar a Israel, se suma a la sospecha de un rearme de la milicia/partido mediante nuevas armas de mayor alcance y capacidad logística procedentes de los arsenales sirios. Por ello, Israel ha intervenido directamente en varias ocasiones. Ha mantenido enfrentamientos aéreos con drones no tripulados procedentes del sur de Líbano. Bombardeó objetivos de Hezbolá en territorio libanés. Y ha protagonizado otras “operaciones encubiertas” de alto calado. Así el pasado 30 de enero, el general de brigada iraní Hassan Shateri, alias Hessam Khoshnevis, falleció en combate. Anunciada como fruto de un enfrentamiento con rebeldes sirios, al parecer sucedió en el ataque aéreo israelí contra el complejo militar sirio de Jamraya (norte de Damasco) y un convoy de armas destinado a Hezbolá. Shateri sería uno de los máximos responsables del cuerpo de élite Al-Quds Force, encargado de operaciones encubiertas fuera de Irán, siendo el encargado de colaborar con el régimen sirio y de la supervisión del rearme de Hezbolá.
En este explosivo contexto, el papel de los cristianos puede ser decisivo.
Un factor previo a considerar en cuenta: suponiendo un 40% de la población, se encuentran divididos en numerosas confesiones (católicos maronitas, latinos, greco-ortodoxos, greco-católicos, armenios, protestantes, caldeos, asirios). Y lo están, igualmente, entre diversos partidos políticos mayoritariamente cristianos: el Kataeb (Falanges Libanesas), Fuerzas Libanesas, Partido Nacional Liberal (alineados los tres en la coalición anti-siria 14 de Marzo); Corriente Patriótica Libre, Marada, Partido Sirio Social Nacionalista (coaligados en la pro-siria 8 de Marzo, actualmente mayoritaria en el gobierno); además de un puñado de parlamentarios cristianos independientes y pequeños partidos “centristas” de carácter extraparlamentario. No obstante sus diversas posiciones, mantienen diálogo entre sí, gracias a la buena labor de los pastores de las iglesias cristianas, particularmente del maronita Cardenal Béchara Boutros Raï. Y no cuentan con milicias armadas ni han protagonizado -desde su derrota en la guerra civil- enfrentamiento armado alguno. Pero la autoridad de Raï trasciende la ejercida en su propia comunidad, siendo una personalidad consultada por líderes de todas las facciones libanesas; incluidos los chiís de Amal y Hezbolá. Así, declaró, el pasado 18 de mayo en Bogotá, al término de su visita pastoral a las comunidades maronitas de la diáspora en Hispanoamérica, que «La guerra en Siria ha dividido a los libaneses en dos facciones, una del lado de la oposición y la otra con el gobierno de Assad. Pero yo os digo en voz alta que esto no es asunto nuestro, nosotros no debemos interferir en los asuntos internos de ningún país. Yo digo a los políticos y funcionarios libaneses: pensad en construir vuestro país deteriorado, en lugar de tomar parte en la guerra en Siria. Dejad de jugar con el destino de nuestro país que ha dado tanto al mundo». Aseguró, igualmente, con una notable lucidez, que ante el actual estancamiento político, fruto ante todo del freno a la reforma electoral y la dificultad en la formación de un nuevo gobierno, confirman que la clase política libanesa «es indigna e incapaz de asumir el liderazgo del país».
Los musulmanes moderados, o no tanto, de todas las facciones, y que no quieren ver a su país de nuevo sumido en una guerra sectaria de “todos contra todos” -por lo que entienden que el Estado libanés debe prevalecer- han declarado, en privado y en público, que únicamente la presencia cristiana puede permitir a la democracia sobrevivir y salvaguardar la paz. Sin su papel “bisagra” y moderador, sunitas y chiís se enfrentarían, al igual que en el resto de Oriente Próximo, en una guerra total con el objetivo último de una “limpieza étnica” de carácter religiosa, tal y como ocurrió en Irak y actualmente en Siria.
A lo largo de un viaje que este autor realizó en junio pasado por Líbano, un maronita, de origen venezolano, le mencionó en varias ocasiones que sus amigos musulmanes le pedían que no emigrara; pues sin cristianos, Líbano estaría encaminado a la guerra. Y, también entonces, un anciano armenio de la localidad de Anjar, apenas a tres kilómetros de la frontera con Siria, reflexionaba que armenios y turcos (¡!) pueden hablar; cristianos y musulmanes, también. Pero que el odio secular entre sunís y chiís no tendría remedio jamás…
Por todo ello, las invocaciones al diálogo, al cese de las hostilidades y al respeto de las minorías religiosas y nacionales, en Siria y el resto de la región, reclamado constantemente y casi en solitario por la Santa Sede, es la única posibilidad de paz efectiva frente a unos intereses internacionales en juego para los que las personas son un mero fin insignificante... siempre que pervivan los cristianos en esas tierras en las que su fe arraigó antes que en Europa y el Nuevo Mundo.
Fernando José Vaquero Oroquieta