El 27 de Mayo doña Esperanza Aguirre publicó en ABC un artículo titulado “El Mal”, en el que cita tres textos, que son tres oportunas reflexiones en la lucha contra el Mal. El primero es Efesios 6,1012: “Por lo demás, buscad vuestra fuerza en el Señor y en su invencible poder. Poneos las armas de Dios, para poder afrontar las asechanzas del diablo, porque nuestra lucha no es contra hombres de carne y hueso, sino contra los principados, contra las potestades, contra los dominadores de este mundo de tinieblas, contra los espíritus malignos”.
Los otros dos textos son de autores británicos. Uno, de Edmund Burke: “lo único necesario para el triunfo del mal es que los buenos no hagan nada”; el otro de W.B. Yeats: “los mejores están carentes de toda convicción, mientras los peores están llenos de apasionada intensidad”. No puedo por menos de reconocer que estos textos encierran grandes verdades; mientras los creyentes con frecuencia parece ser nos avergonzamos o por respeto humano no sabemos defender nuestras convicciones, los otros, y cuidado que son indefendibles sus ideas: todo termina con la muerte, la vida no tiene sentido y, como nos advierte San Pablo: “si los muertos no resucitan, comamos y bebamos, que mañana moriremos” ( 1 Corintios 15,32). Estoy de acuerdo también con doña Esperanza que los totalitarismos son ese “mal” contra el que hay que luchar, pero no son todo el “mal”, porque hay en su artículo una frase muy desafortunada con la que estoy en total desacuerdo. Dice la expresidenta de la Comunidad de Madrid: “Es evidente que para determinar ese “mal” un político debe olvidarse de cualquier perspectiva estrictamente moral porque la moral es asunto que concierne al interior de cada individuo”.
Doña Esperanza, usted se olvida que el ser humano es una unidad de cuerpo y espíritu, y que lo que hay en nuestro interior repercute generalmente también en el exterior. Esto nos lo dice el propio Jesucristo, cuando en el evangelio de San Mateo 15,18-20 nos enseña: “lo que sale de la boca brota del corazón; y esto es lo que hace impuro al hombre, porque del corazón salen pensamientos perversos, homicidios, adulterios, fornicaciones, robos, difamaciones, blasfemias. Éstas cosas son las que hacen impuro al hombre”.
Si el político quiere ser íntegro, no puede aparcar sus convicciones personales, sino que debe luchar por ellas. Sólo así conseguirá el respeto de sus conciudadanos, o ¿no les parece que uno de los motivos de los malos resultados que está teniendo el PP en las encuestas, se debe a que muchos de sus votantes ven que está incumpliendo descaradamente su programa electoral, no derogando nada de la legislación antifamiliar del PSOE o, en la cuestión del aborto, intentando meternos una ley tal vez un poquito más light, pero sustancialmente proabortista? Lo que está haciendo el PP me recuerda la famosa frase de la novela “El Gatopardo”: “conviene que todo cambie, para que todo siga igual”. Muchos recordamos cuando Giscard D´Estaing, sobre el que no tengo una opinión precisamente buena, intentó convencernos que las raíces de Europa eran sólo la Ilustración y la civilización grecorromana, pero no el Cristianismo, y todavía tenía la desfachatez de decir que él personalmente consideraba que Europa tenía unas raíces cristianas, pero en aras del consenso, no lo ponía en la Constitución afortunadamente fracasada.
En pocas palabras, el considerar que la Moral va aparte de la Política, es una de las causas de la crisis económica actual, porque deja vía libre a la corrupción. Nuestros pensamientos repercuten, vaya si repercuten, en nuestras acciones, y, de hecho, cuando me encuentro en el confesionario con tantísimos pecados, no me queda más remedio que intentar ir al corazón del hombre, a su interior, para que lo modifique, transforme y lo haga apto para el bien. De un corazón bueno salen buenas acciones; de un corazón malo, salen malas acciones. Esto nos lo dijo Jesucristo con la metáfora del árbol bueno y del árbol dañado (Mt 7,17-20), y, sobre todo, con la Bienaventuranza: “Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios” (Mt 5,8). Pero cuidado, no separemos Moral y Política, ni aparquemos la conciencia en Política, porque las consecuencias son desastrosas.
Pedro Trevijano