Bastó que el gobierno de Rajoy anunciara su idea de proponer una nueva ley de Educación (la enésima de la Democracia), para que la maquinaria de “agit-prop” de la izquierda se pusiera a funcionar de inmediato, pero ha sido ahora, al dar el Consejo de Ministros su aprobación al proyecto presentado por el titular del ramo, José Ignacio Wert, cuando el “frente popular” (el mismo que en 1936: jacobinos, socialistas, comunistas, anarcos y masones) han echado los pies por alto, en principio de boquilla, más tarde ya veremos.
Personalmente no me he leído todavía el proyecto que irá a las Cortes (Dios me libre de la deliciosa prosa del lenguaje leguleyo), pero hay un dato que nadie puede discutir después de un sinnúmero de leyes educativas socialistas: España es uno de los países del mundo que más gasta en educación y peores resultados obtiene, luego algo había que hacer para enmendar el desastre escolar, tanto más acusado cuanto más parcelas del sistema se hallan en manos “públicas”. Y no por culpa del profesorado, que en teoría tendría que ser el más capaz, dado que pasa una oposiciones rigurosas y es el mejor retribuido. Sin embargo no es el más eficiente, porque las famosas oposiciones, que parecen diseñadas por mentes malévolas, premia a los memoriones –no digo si también a los mejor colocados políticamente- pero no a los más vocacionados y competentes, aparte que la acción sindicalera dificulta la buena labor de los centros “públicos”.
Pero lo que realmente pone de los nervios a toda la izquierda, es la asignatura de Religión, en particular si va a ser evaluable, como propone esta ley, aunque sea optativa, sustituible por otras materias igualmente evaluables. En su obsesión laicista sectaria y rabiosa, el menor indicio religioso los saca de quicio. Para ellos, la Religión, y por lo que hace a España lógicamente la católica, tendría que ser borrada el mapa, incluso perseguible de oficio. Otra cosa sería si hablásemos, por ejemplo, de la musulmana. Recuerden la famosa alianza de civilizaciones que puso a rodar el ínclito Zapatero. Prueba de que eso ya les preocupa menos, aunque algún fanático islamista mate en cuanto pueda al primer “cruzado” que se le ponga a tiro. Como ocurrió, según la sentencia del tribunal que presidió Gómez Bermúdez, en los atentados de los trenes de Madrid del 12-M, aunque yo no me tragué esa píldora. Que no, que no fue como quiere hacernos creer la sentencia, si bien algún morito, pero de altura, pudo estar implicado en la trama criminal. Aquí paso lo mismo que ha sucedido recientemente en Boston, o anteriormente con las torres gemelas de Nueva York, o ahora en las revueltas de Estocolmo, o el soldado degollado en Londres, etc., etc. Es decir, que ciertos sectores del mundo musulmán han declarado la guerra a los cristianos, allí donde se hallen, y a todo occidente, aparte de matarse entre sí.
De cualquier modo, no se entiende la historia de España sin tener en cuanta la impronta que dejó en ella la religión, exactamente católica, desde hace casi dos mil años. Privar a los escolares de conocer las motivaciones fundamentales de la evolución histórica española, es mutilar gravemente los conocimientos de los estudiantes de hoy, es privarles de un segmento básico de su formación. La historia de España, con sus luces y sus sobras, es incomprensible sin conocer una cadena de hechos que le dieron su identidad y manera de ser. Desde los primeros evangelizadores y mártires bajo el Imperio romano hasta nuestros días: la invasión y conversión de los visigodos, los concilios de Toledo, Covadonga y la Reconquista, las órdenes militares, las grandes catedrales y monasterios, el nacimiento en los cenobios de las lenguas peninsulares, la unidad nacional bajo los Reyes Católicos, la inmensa aventura del descubrimiento y colonización de América, la fundación de grandes órdenes religiosas (dominicos, jesuitas, mercedarios, escolapios, claretianos, etc.), el inmenso Impero español en el que no se ponía el sol, el Siglo de Oro de la literatura y la mística españolas, los teólogos humanistas de la escuela de Salamanca, precursores de las teorías políticas modernas, el espíritu de la guerra de la Independencia, la arquitectura modernista y contemplativa de Antonio Gaudí, y no sé cuantos hechos y fenómenos más, imposibles de concentrar en un simple artículo. Esta es la historia y la esencia de España, la intrahistoria que diría Unamuno, cuyo pleno conocimiento solamente puede alcanzarse a través de la religión. Suprimirla en la escuela equivaldría a un suicidio cultural colectivo. Ese sería el resultado de las proclamas “progresistas” del “frentepopulismo”.