El cuadro de Goya La última comunión de San José de Calasanz, que se exhibe hasta finales de 2020 en el madrileño Museo del Prado, evoca un suceso acaecido en la iglesia romana de San Pantaleón el 2 de agosto de 1648. El fundador escolapio, de 92 años, está muy enfermo y fallecerá a finales de ese mes. En un oratorio, muy cerca de su habitación, Calasanz asiste a Misa y recibe la Comunión. Le acompañan varios sacerdotes y alumnos del colegio. En realidad no fue la última Comunión del santo, aunque sí la última en compañía de sus queridos alumnos. Entre estos sacerdotes y alumnos, los expertos han identificado, además de un autorretrato del pintor, a Camilo Goya, hermano de Francisco y capellán de Chinchón, y a Mariano, nieto del artista.
En esta obra se puede encontrar un agudo contraste, el de la palidez cadavérica del rostro de Calasanz con su expresión fervorosa y gesto de recogimiento. Los ojos están entreabiertos, pero la imagen refleja la serenidad de un creyente. Es la actitud de gran devoto de la Eucaristía, a la que consideraba salud para el alma y el cuerpo, según refleja un párrafo de su carta del 18 de enero de 1631: «Tenga por cuenta que toda la virtud que tienen las medicinas la reciben de la mano del Señor, quien puede y suele dar con frecuencia en la Santa Comunión salud más perfecta que todas las mejores medicinas del mundo».
Por lo demás, en un lienzo en el que imperan los tonos oscuros –que anuncian las pinturas negras–, cabe resaltar que la Eucaristía es un símbolo de la luz, y tanto los rostros del celebrante, el padre Vicente Berro, y de los asistentes, tienen un fervor inusual. Destacan especialmente las facciones de los niños, que combinan a la vez inocencia y recogimiento. Se diría que Calasanz supo vivir plenamente este consejo dado a sus maestros escolapios: «Procura hacer que los alumnos se acerquen a ti, mostrándote más como su propio padre que como juez riguroso».
Esta pintura, con la Comunión como tema central, debería servir para no minusvalorar la obra religiosa de Goya. Si el artista defiende los ideales de la Ilustración y arremete contra inquisidores y un clero mimetizado con el poder político, no se infiere por ello su increencia. Antes bien, sus obras religiosas presentan una gran originalidad, ajena a efectismos teatrales barrocos.
Sin embargo, la visión negra sobre Goya y la religión perdura. Recuerdo un programa de TVE, Mirar un cuadro, en que uno de los entrevistados decía, quizás sin pensarlo demasiado, que el cuadro del santo escolapio reflejaba las dudas religiosas del pintor. Con dudas o sin ellas, Goya estipuló con los escolapios la cantidad de 16.000 reales para una obra realizada en menos de tres meses. El pintor percibió la mitad por adelantado, pero cuando le iban a entregar el resto, solo quiso percibir 1200 y regaló lo sobrante a los escolapios, junto con una nueva pintura, La oración del huerto.
Solo podía tratarse de un gesto de agradecimiento de alguien que debió de ser alumno escolapio en Zaragoza, y que admiraba a San José de Calasanz, del que uno de sus biógrafos cuenta que escuchó en su interior, paseando por las calles de Roma, esta cita del salmo 10, 14: «A ti se acoge el desvalido, tú eres el amparo del huérfano». En respuesta, Calasanz creó escuelas populares, al ser consciente de que el mejor regalo que se puede hacer a un niño es la educación, y su propósito quedó bien expresado en el lema escolapio, Piedad y letras.
Publicado en Alfa y Omega.