Reconocidos anticlericales admitieron estar conmovidos por el simple “buonasera” en la primera aparición tras terminar el Cónclave, por el “buon pranzo” en el Angelus dominical, por los zapatos de párroco de montaña, por la cruz plateada en lugar de la de oro, por el recuerdo particular enviado a los pobres, por la decisión de permanecer en la habitación de Santa Marta. Por esto – y por cuanto se ha sabido de su pasado como arzobispo de Buenos Aires, con predilección por la zona de Villa Miseria que rodea a la capital – por esto, por tanto, coreaban a un Papa por fin “de izquierdas”, por decirlo al modo romano.
Pero quien sonreía por tanto entusiasmo, previendo una rápida desilusión, sabía bien lo que la historia atestigua: el “catolicismo social” nace y florece en el siglo XIX y después en los primeros decenios del XX a manos de sacerdotes y de laicos marcados por los “progresistas” como “intransigentes”, “papistas”, “reaccionarios”. El compromiso extraordinario a favor de toda miseria humana que mueve a la Iglesia a partir del pontificado de Pío IX y continúa después hasta Pío XII, señala precisamente a los secuaces de la ortodoxia más rigurosa, los creyentes que se profesan fieles a la más estricta obediencia a la Jerarquía y, sobre todo, al papado. Por limitarnos a un ejemplo impresionante, el de la ciudad de Turín que, entre el siglo XIX y el XX conoció una explosión de santidad, aquí va un elenco sólo de los más conocidos, que ya son santos o beatos: Cottolengo acoge a la escoria de la sociedad, a la que todos rechazan; Bosco se da totalmente a favor de los hijos de los “proletarios”; Murialdo compite con él para transformar a los jóvenes ignorantes y hambrientos en buenos artesanos y ciudadanos; Faà di Bruno sigue sus pasos para proteger a los últimos entre los últimos, las criadas explotadas, enfermas, despedidas porque ya son ancianas; Cafasso gasta tesoros de caridad para aliviar la suerte de los más olvidados y despreciados, los presos; Allamano se preocupa de los miserables más allá de Europa y envía a sus Misioneros de la Consolata; Orione no pone límites al alivio de los más necesitados. Solamente algunos nombres, decíamos, y limitándonos a la región del Piamonte; pero de todos las zonas de Italia, más aún, de todas las esquinas del mundo católico surgió una multitud de protagonistas que no escatimaban la ayuda social, incluso a costa de su vida. Diversos en su origen, historia, en su carisma, pero todos unidos por la obediencia rigurosa a la fe y a la moral tal y como la predicaba la Iglesia. Mientras los gobiernos liberales, a menudo inspirados por la masonería, no sólo se ocupan poco de los pobres, sino que les gravan incluso el pan (el “macinato”) y secuestran a los hijos durante años y años de servicio militar, mientras el naciente socialismo distribuye palabras y opúsculos, preocupándose más de la ideología que de la miseria concreta, he aquí que los católicos “papistas”, los despreciados “clericales reaccionarios” descienden al campo a ayudar en persona a los hambrientos, enfermos, ignorantes, abandonados. No sólo trabajando, sino levantando la voz contra tanta necesidsad que los ricos quieren ignorar.
Pues bien, el Papa Francisco está entre los herederos de esta larga y admirable tradición del catolicismo llamado social. Por una serie de equivocaciones y de deformaciones propagandísticas se ha impuesto y está aún en vigor un esquematismo según el cual el compromiso a favor de los últimos estaría acompañado necesariamente de una perspectiva denominada “progresista”. Y, en el caso católico, “contestataria”, heterodoxa, polémica con relación a los dogmas y a las jerarquías. La historia dice lo contrario. Es significativa la confrontación entre el padre Bergoglio y sus propios hermanos jesuitas atraídos por las ideologías de la Teología de la Liberación, inspirada en el marx-leninismo. Su acción entre los marginados argentinos estaba guiada, al igual que para muchos santos, por la caridad evagélica, no necesitaba responder a la Iglesia y a los Papas, no necesitaba proponer nuevas teologías y nuevas morales para poner en práctica la exhortación de Jesús animándose a hacerse pobre entre los pobres.
Esiste otra “marca católica” que señala a los sacerdotes y a los laicos del compromiso social que comentábamos: la devoción mariana. En las perspectivas cristianas “adultas” y “abiertas” se rechaza la devoción tradicional a la Virgen, con santuarios, peregrinaciones, rosarios; María, cuando es recordada, es a lo sumo una combatiente, una inspiradora para la lucha de clases, con su Magnificat, al que se le da una lectura política. También en esto el Papa Francisco muestra su continuidad con los hermanos en la fe que han escalado las cimas de la santidad ensuciándose hasta el fondo las manos en los bajos fondos de la sociedad: todos, sin excepción, han sido partidarios ardientes de la que siempre han llamado “Nuestra Señora”. La primera salida, la mañana después de la elección, ha querido que tuviera como meta la basílica de Santa María Maggiore, donde ha rezado delante de la imagen venerada desde siempre por el pueblo romano. En la tarde de ese mismo día ha querido ir a recitar el rosario a la gruta de Lourdes reproducida a tamaño natural en los jardínes vaticanos. Sus discursos espontáneos o leídos no se olvidan jamas de invocar a la Virgen. Precisamente el otro día ha anunciado que en cuanto pueda volará a Cagliari, a venerar al a Virgen de Bonaria que ha dado el nombre a su Buenos Aires.
En cuanto al inédito nombre que ha querido asumir: se ha olvidado a menudo que la singularidad de Francisco – la que no tuvieron muchos otros predicadores medievales o no – es la obediencia dócil a la Jerarquía, la veneración al papado, el horror por la herejía. El hombre de Asís fue un católico obediente, no un revoltoso o incluso solamente un crítico de la Iglesia institucional.
En resumen: habrá tiempo de sobra para observar gestos y palabras de aquel “que ha sido llamado a Roma desde el otro lado del mundo”. Pero será necesario recordar, por encima de todo, quién es realmente Jorge Bergoglio, antes de intentar realizar análisis y juicios erróneos en su raíz, atribuyendo al nuevo Papa ideas que no son suyas.
Traducción: Sara Martín
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