No sé si la pena de muerte está vigente en el Estado de Ohio –creo que sí-, al que pertenece la ciudad de Cleveland, donde han ocurrido los terribles sucesos del monstruo que ha tenido secuestradas, esclavizadas, torturadas, violadas, vejadas y no sé cuantos tormentos más, a tres inocentes muchachas tal vez cazadas al azar en plena calle, durante la friolera de diez años ¡DIEZ AÑOS!, que se dice muy pronto.
No conozco, digo, la legislación penal de Ohio aplicable a estos casos tan insólitos como espantosos, pero sí estoy seguro que a los ojos de muchas personas indignadas por la crueldad de los hechos, no opondrían ningún reparo a la aplicación de la pena de muerte, plenamente justificada desde un punto de vista meramente humano. Sin embargo, desde la perspectiva de la moral cristiana, a la altura de los tiempos que vivimos, la pena de muerte legal, no digamos ya la muerte violenta por el motivo que sea, y con mayor razón el aborto o la eutanasia, resultan totalmente inadmisibles. Hoy tenemos plena conciencia que la vida y la muerte son prerrogativas exclusivas del Dios Padre que invocamos en el Credo. Cualquiera que se arrogue la potestad de suplantar al Creador en sus funciones intransferibles, no solamente comete un crimen, sino que peca gravemente contra el Cielo, que es el caso de los médicos abortistas y los legisladores que autorizan o consienten la muerte cruel de seres absolutamente indefensos e inocentes.
Ahora bien, si la pena de muerte no puede moralmente ser aplicada a nadie, la cadena perpetua estaría plenamente justificada en el caso de individuos que han hecho un uso perverso de la libertad que Dios concede a todo ser humano por el mero hecho de nacer. Sujetos que no saben vivir en libertad sin hacer daño a otros, razón por la cual existen la cárceles, y en los casos extremos, como puede ser el de los terroristas y los desalmados del tipo del monstruo de Cleveland, es necesario mantenerlos encerrados de por vida para la debida defensa de la sociedad, que es una de las obligaciones, y no la última, de la autoridad civil.
Lo que ignoro es si habrá alguna terapia que pueda rehacer las vidas de estas tres muchachas, después de tan largo calvario. Lo veo complicado. El trauma sufrido ha tenido que ser tan horrible y ha sido tan prolongado, que no imagino que las víctimas puedan fácilmente reinsertarse en una vida familiar y social más o menos normalizada. Tienen que llevar el terror pegado a sus entrañas, como un apéndice más de su personalidad. Seguro que ya nunca más se atreverán a salir solas a la calle, ni quedarse sin compañía en sus propios hogares. Las pesadillas nocturnas tendrán que ser terribles, o les resultará imposible conciliar el sueño sin que se haga presente el fantasma de su torturador y carcelero. No, no veo nada sencillo que estas pobres chicas vuelvan a ser personas normales. Dios quiera que me equivoque, lo celebraría infinito, pero es tan enorme el daño que les han hecho, que no sé que pena hay que aplicar al autor de tanto mal para repara sus atrocidades y que no tenga ocasión de reincidir.
Sin embargo, aún es mayor el daño de los abortistas. Su acción no tiene vuelta atrás, es un asesinato definitivo. Cada aborto provocado es un homicidio, es la muerte violenta de un ser humano vivo, y no de un vegetal, señora Aido. Lo que no entiendo es que políticos que se tienen por cristianos y aún pertenecientes a asociaciones de Iglesia, vivan tan tranquilos su supuesta fe consintiendo semejante genocidio. Que lo promuevan y lo hagan los “otros”, tiene su explicación, aunque nunca su justificación moral. Como dicen que no creen en nada, y eso ya es una pura contradicción, porque creen en que no creen, pues no les remuerde la conciencia. No obstante, su falta de humanidad, no les exime de los pecados inhumanos que cometan, tal es el caso del aborto, y tanto si creen como si no, llegada que sea su hora tendrán que cuentas ante el alto tribunal divino, que si es infinitamente misericordioso, también es totalmente justo. De ello se infiera que se crea o no en el poder del Altísimo, la muerte asesina de tantísimo ser humano inocente, no quedará impune, por muy laxas o criminales que sean las leyes humanas.