Esta pregunta se la hacía Darío Menor desde Roma, en un amplio reportaje sobre la pérdida de fe de las mujeres publicado en la revista “Vida Nueva” de fecha 612 de abril último, sin darle una respuesta concreta. A mi entender, sin embargo, veo complicado compaginar ambas pertenencias, casi tan complicado como ser masón y católico, o marxista y católico.
El feminismo beligerante –no sé si hay otro más asumible- es la otra cara de la ideología de género, manifestaciones ambas de una misma moneda: la “sublevación” femenina contra un mundo que consideran machista, expresada en términos de “lucha de clases” marxista.
Vayamos por partes: desde cualquier perspectiva ética que parta de la dignidad de las personas –mujeres y hombres-, no puede haber diferencias ni privilegios a favor de uno u otro sexo, en toda actividad o profesión para las que cada cual –o “cuala”, recuérdese, jóvenes y “jóvenas”- esté preparado/preparada, a menos que lo impida la fisiología de cada género. Por ejemplo, un hombre nunca podrá ejercer la función de nodriza, del mismo modo que nunca podrá concebir ni la mujer engendrar, operaciones quirúrgicas monstruosas aparte.
Pero si la equiparación de mujeres y hombres ante cualquier tipo de funciones o papeles –los bobos llaman “roles”- es una cuestión de sentido común, sin cuotas ni reserva de plazas por razones de sexo, la imposición de esto último, al margen de la preparación profesional o humana de los/las aspirantes, pertenece al espíritu totalitario de ciertas filosofías políticas, generalmente de izquierdas.
Como he apuntado antes, la ideología de género, feminismo incluido, es una variante o derivación de la lucha de clases, instrumento fundamental del marxismo. Primero fueron los obreros contra los patronos, luego la guerra fría (oriente contra occidente), más tarde la lucha de generaciones (los jóvenes contra los maestros y los padres, o sea, la revolución cultural del 68) y ahora mujeres contra hombres. El marxismo siempre está en lucha contra alguien, es maniqueo. Siempre busca a quién odiar y combatir. Su fundamento existencial es el odio, el carburante que mueve todas sus acciones. Exactamente al revés que el cristianismo, fundado en el amor fraterno y la misericordia divina. “Amaos como yo os he amado”, hemos oído repetidamente en este tiempo pascual. De ahí la incompatibilidad de ciertas ideologías, entre ellas el feminismo, con el espíritu cristiano.
Y en cuanto a la pérdida de fe de las mujeres, especialmente las “jóvenas”, no hay que buscarle tres pies al gato ni atribuirlo a un rechazo de las estructuras supuestamente machistas de la Iglesia católica, sino al fenómeno laicista que sufrimos, atizado por fuerzas cristófobas, es decir, que odian al cristianismo –otra vez el odio en la raíz del problema-. ¿Cómo hacer frente a esta ofensiva promovida desde la trastienda por masones y marxistas? No lo sé, no soy arbitrista, ni mi inteligencia ni mi fe alcanzan a tanto, pero doctores tiene la Iglesia, siempre que no se pierdan en fabulaciones actualistas, es decir, en ideologías de moda, como hacen los anglicanos-epoiscopalianos, y así les va. Dios no es canjeable por los vendavales que periódicamente provocan sus enemigos.