Acaba de aparecer en Voz de Papel mi libro “¿Puede tener esperanza el homosexual?” en el que trato la problemática de la homosexualidad. Ahora voy a decir qué enseñaba a mis alumnos adolescentes.
Para la Iglesia, según el Vaticano II, hay que iniciar a los niños y adolescentes, en una positiva y prudente educación sexual, adaptándola a cada etapa de su crecimiento. La Iglesia siempre impartió educación sexual, aunque no siempre lo hizo de un modo adecuado. Esta educación se ha hecho hoy más necesaria, ante los disparates de la ideología de género, para la que todo tipo de relación sexual, con la única excepción del matrimonio entre un hombre y una mujer, son buenas.
Pero cuando les hablaba a los chicos de sexualidad, la cuestión que más discusiones originaba, era la de la homosexualidad. ¿En qué consiste?
Se llama homosexual al individuo que de manera exclusiva o predominante desea un socio sexual de su mismo sexo, pero no a aquél que sólo ha deseado o tenido estas relaciones de modo incidental o pasajero, como sucede con frecuencia en la adolescencia. Hay algunas diferencias entre la homosexualidad masculina y femenina, dándose más fidelidad y duración en la relación femenina.
El desarrollo afectivo de un o una joven puede verse bloqueado quedándose en la inclinación hacia el propio sexo. Aunque hay también otras opiniones, su causa principal parece ser los influjos ambientales, especialmente cuando por el motivo que sea no se logra una correcta identificación con el progenitor del propio sexo. También los ambientes educativos demasiado cerrados favorecen la aparición de la homosexualidad, pues todo sistema que tiende a evitar una afectividad normal favorece el surgir de otras salidas. No es raro que en esta época de la adolescencia, se den determinadas prácticas de tipo homosexual, que luego cesan espontáneamente con el paso de los años y el surgir del atractivo heterosexual. Es conveniente a los de esta edad darles alternativas, como relaciones normales con gente del otro sexo, compañía ésta que indiscutiblemente crea problemas, pero problemas susceptibles de evolución dinámica, que bien orientada lleva a la madurez.
Sobre el respeto debido a los homosexuales dice la Iglesia: "Es de deplorar con firmeza que las personas homosexuales hayan sido y sean todavía objeto de expresiones malévolas y de acciones violentas. Tales comportamientos merecen la condena de los pastores de la Iglesia, dondequiera que se verifiquen. Revelan una falta de respeto por los demás, pues lesionan unos principios elementales sobre los que se basa una sana convivencia. La dignidad propia de toda persona siempre debe ser respetada en las palabras, en las acciones y en las legislaciones". Está claro que es nuestro deber comprender y respetar a todas las personas, sea la que sea su orientación sexual. Sepamos también que no hay que confundir algunos juegos relativamente frecuentes de infancia o pubertad, superables con la normal evolución afectivo-sexual, con lo que es propiamente la homosexualidad. No se es culpable del hecho de ser homosexual, pero sí se puede ser de los actos de esta tendencia, pues nuestra actuación sexual, en cuanto personas libres, tanto si somos heterosexuales como homosexuales, está sujeta a responsabilidad moral. Nunca se me olvidará el mal rato que pasé en cierta ocasión, en que yo estaba con una persona de la que sabía era homosexual, llegó otro señor y empezó a contar una serie de chistes sobre los homosexuales. Fue de las ocasiones en que no supe donde meterme ni cómo actuar.
Lo que sí hay que tener muy claro es que una pareja homosexual no es un matrimonio. La definición de éste ha exigido siempre los dos sexos, pues completa biológica y personalmente a ambos. En la pareja homosexual, incluso en aquélla en que hay un compromiso de estabilidad, ni están los dos sexos, ni expresan una unión complementaria, ni pueden transmitir vida. En consecuencia son algo distinto del matrimonio, aunque se les reconozcan derechos civiles.
En cuanto a la adopción de niños por parejas homosexuales, aunque puedan darle afecto, la Asociación Española de Pediatría es contundente: “Un núcleo familiar con dos padres o dos madres es, desde el punto de vista pedagógico y pediátrico, claramente perjudicial para el armónico desarrollo y adaptación social del niño”. Entre una pareja de homosexuales y una familia normal en la que hay un padre y una madre que se quieren y quieren al niño, pienso que preferir ésta es del más elemental sentido común.
El objetivo de la educación cristiana no es sólo formar individuos útiles a la sociedad, sino educar personas que puedan transformarla. La clave de toda la educación está en la superación del egoísmo y poner nuestro esfuerzo educativo al servicio de la realización de valores y del amor, para que el joven alcance así su madurez y realización personal. Hemos de proponernos no sólo transmitir conocimientos, sino formar personas maduras. El trabajo del educador es un servicio a las personas, ya desde la infancia, para que nosotros les ayudemos a ser lo que pueden llegar a ser, fomentando su generosidad y ayudándoles a salir de sí mismos, a la vez que tratamos de quitarles angustias, pero sembrando en ellos la inquietud que no se conformen en ser como son, sino que quieran ser mejores.
Pedro Trevijano