A efectos económicos, la Iglesia es como un inmensa cooperativa, donde no hay accionistas mayores o menores, sino que todos los socios tienen los mismos derechos y obligaciones, es decir, un socio, un voto en las asambleas económicas, supuesto que se celebrara alguna en algún nivel, aunque sólo fuese parroquial o diocesano. Sin embargo, no todos tenemos, dentro de la respectiva comunidad, las mismas funciones o responsabilidades. No obstante, se trata de un terreno confuso, en el cual la acción pastoral no se halla debidamente delimitada de la meramente administrativa, como sería de desear para la buena imagen y trasparencia de la Iglesia.
Como socio en activo de esa imaginaria cooperativa, no demando tener un conocimiento exhaustivo de las cuentas centrales de esa inmensa sociedad llamada Iglesia católica, entre otras causas porque no las entendería ni remotamente, a pesar de mi formación contable. Ni yo ni la generalidad de los fieles. O sea, que las entendería tanto como las de la ONU, de las que no tengo ni repajolera idea, aunque me malicio, en este último caso, que deben de ser como las del Gran Capitán: “y el resto de los millones en palas y azadones”.
Pero sin llegar a lo más alto de la pirámide eclesial, sería necesario que las parroquias, y aún las diócesis, hicieran un pequeño esfuerzo para tenernos a los parroquianos mejor informados. Parece que no, pero estos detalles ayudan eficazmente a hacer comunidad y, por consiguiente, Iglesia. Hacer comunidad y tapar la boca a más de una malintencionado que está siempre al acecho de cualquier nimiedad para atacar al hecho religioso.
Vivo en una parroquia de la diócesis de Madrid de no más de 6.600 parroquianos si cuento a todos los habitantes del municipio. Tenemos un párroco algo mayor muy generoso, que no tiene nada suyo, ni ejerce de pedigüeño, con una Cáritas que funciona estupendamente y no descuida ninguna colecta extraordinaria, sea para lo que sea, pero..., pero eso dar cuenta pública de los ingresos y gastos de la parroquia no entra en absoluto dentro de sus afanes pastorales. Pese a sus bondades personales, tiene un sentido muy patrimonial de la parroquia, que la considera enteramente suya, aunque económicamente no se beneficie en nada de ella. Lo justo para vivir y basta. De ahí que no se moleste en dar cuentas a nadie de la marcha económica de nuestra pequeña comunidad eclesial. Hace como Juan Palomo, “yo me lo guiso, yo me lo como”.
No sé si la gran mayoría de las parroquias de España se rigen por la misma pauta que la mía. Sospecho que sí y tal vez me quede corto. Y quien dice parroquias, dice diócesis y hasta Conferencia Episcopal. De vez en cuando, el secretario general de este último organismo, monseñor Martínez Camino –otro jesuita que puede llegar lejos- da algún dato o referencia económica, por ejemplo, la aportación de los españoles, a través de la declaración de la renta a la Iglesia, pero eso es todo o casi todo. Los “socios” de la “cooperativa”, seguimos in albis respecto a todo lo demás.
Pero no sólo parroquias, diócesis y Conferencia son poco claros en el manejo de los cuartos, sino que las grandes instituciones benéficas de la Iglesia, como Cáritas y Manos Unidas, tampoco se pasan de explícitas. Publican, sí, cuando llega el tiempo de las colectas, unos pasquines que se fijan en las cancelas de los templos, con las grandes cifras de sus ingresos y gastos, incluido el capítulo de administración o personal. Pero al peso, sin mayor detalle. Y ahí queda todo. En cambio, eso no basta.
Esas instituciones ejercen su caridad (caridad que es algo mucho mayor que solidaridad) básicamente merced a la generosidad de los feligreses, y los feligreses nos merecemos un respeto y una información detallada de lo que se hace con nuestras donaciones, grandes o pequeñas, la del potentado o la de la viuda del Evangelio, que a los ojos de Dios son aún más meritorias las segundas que las primeras. Sería necesario conocer cuántos empleados tienen, cuál es su salario medio, cuánto cobran los dirigentes, etc. Y en lo que se refiere a Manos Unidas, cuánto gastan en viajes, y quienes viajan a cargo de los recursos de la entidad, y en qué clase, y dónde se hospedan, etc.
Los “socios” de la “cooperativas” sería justo y necesario estar al corriente del trajín económico de nuestras asociaciones, benéficas o no, en tanto que dependen de las aportaciones de sus miembros, que somos todos. La Iglesia, ha dicho el Papa, no es una ONG, entre otras razones porque muchas, pero muchas ONGs, seguramente si se investigaran a fondo, no quedarían muy bien paradas. El dinero es pringoso, y por donde pasa mancha, a menos que se administre con gran escrúpulo y trasparencia.