Llevamos varios meses que el movimiento social está subiendo como la espuma. Y no se trata de un movimiento entusiasta, constructivo, con ansias de crecimiento; se acerca más a un movimiento de protesta, queja, rebelión, a veces casi de pataleta de niño pequeño que se siente impotente ante el ímprobo hermano mayor. Al español, siempre se ha dicho, le gusta quejarse y protestar, es uno de sus deportes favoritos, junto con la siesta. Pero hoy ese ambiente está aumentando, y los motivos no faltan: aumenta la corrupción, los “gastos al margen”, sobres y demás. Y a la vez disminuye el dinero para llegar a fin de mes, para pagar los gastos normales, la hipoteca... Conclusión evidente, para algunos grupos: la revolución de los grupos anti-desahucio, las presiones a los políticos (a determinados políticos) y el gobierno de la calle, o de quien manipula la calle.
Quejarse por todo, protestar por todo, todo va mal, todo es negro color oscuro, hay que cambiar todo y todo no funciona, o sea, nada funciona. Con esta perspectiva, ¿hacia dónde vamos? ¿Queremos construir algo o simplemente destruir?
Uno de los grandes doctores de la Iglesia y azote intelectual contra los herejes, Santo Tomás de Aquino, nos da algunas lecciones muy interesantes. Han pasado casi ocho siglos, pero una buena idea no tiene idea. En toda doctrina, incluso en la más errónea, hay alguna semilla de verdad, grande, mediana o pequeña. La mente del hombre no es esencialmente macabra y perversa, aunque tampoco seamos ingenuos, la bondad natural e inmaculada no germina en el corazón por generación espontánea. Ni pesimismo sin luz ni optimismo utópico. En sus obras emplea el método de la questio, la pregunta, para intentar llegar a la verdad. Después de plantear la pregunta enumera las opiniones contra la respuesta evidente, razona y justifica su respuesta, empezando con su famoso “Respondeo dicendum quod” (respondo que debe decirse...) y finalmente muestra los puntos débiles de las opiniones contrarias. Haciendo un humilde y parcial parangón con nuestra España del siglo XXI podríamos decir.
La sociedad actual va a la ruina: corrupción en la política, engaño en la banca, el rico exprime y se aprovecha del pobre, crece el desempleo, se desahucia las pobres familias que no pueden pagar su hipoteca. España vive en una crisis total.
En una aproximación a la respuesta, tendríamos que personalizar esa entidad llamada sociedad: la sociedad, a estos efectos, no existe. Existen personas que configurar esta sociedad, individuos concretos que hacen buenas y malas acciones. Estos individuos, sus corazones y sus acciones, constituyen un conjunto bueno o malo. Y esta bondad o maldad se da en el entorno familiar, de amistad, de compañeros de trabajo, de agrupaciones locales, provinciales, regionales, de vida política, y judicial, etc. Cambiando el corazón de esas personas concretas puede ir cambiando, poco a poco, esa realidad abstracta que llamamos sociedad.
En ese cambio algunas ideas nos pueden ayudar. La búsqueda íntegra del bien común, la justicia, la solidaridad, la subsidiariedad. Palabras que a todos nos suenan; esta última es menos conocida, pero tan importante como las anteriores. Nos puede venir a la mente la palabra subsidio, con su matiz negativo de subvención: que el gobierno o la junta me ayude, me subvencione, y yo mientras tanto me aprovecho, descanso y gasto la subvención. Esta explicación no tiene nada que ver con la subsidiariedad.
Este principio es más elevado y más humano: se trata de dejar a los cuerpos intermedios, organizaciones, fundaciones de buena fe... que realicen su labor de promoción humana y social. Si necesitan ayudas, se puede ayudar, pero el estado no debe, ni puede, pretender ayudar a todos directamente. ¿Por qué no aprovechar lo que ya existe, promoverlo, y eso sí, controlar que si se les ayuda no se quede dinero por el camino? He oído a muchas personas que prefieren ayudar a Caritas antes que a un sindicato (una parte del estado): saben que cada euro entregado allí se exprimirá para ayudar a los más posibles. Gracias a instituciones como ésta, a personas que se toman en serio la búsqueda íntegra del bien común, la sociedad española actual no va a la ruina. Hay mucho por hacer, hay que aumentar estos agentes positivos, pero como dicen los gallegos de las meigas, “haberlas haylas”.
Siguiendo el esquema de la questio de Santo Tomás, tendría que refutar los malos agüeros de quienes quieren derrumbar el actual sistema para implantar uno nuevo. Pero creo que basta con lo dicho. Prefiero quedarme con la imagen de tantas personas que construyen, y dejar que los destructores vean por sí mismos que es mejor construir que destruir.