Abundando en la tesis que exponíamos en un artículo anterior, leo en estos días un libro donde vuelve a probarse que con frecuencia el ateo tiene intuiciones teológicas formidables. Se trata de Una crítica marxista al derecho de autodeterminación, de Santiago Armesilla (Almuzara), una perspicaz diatriba contra el "concepto idealista" de autodeterminación, de raigambre protestante y liberal, que la izquierda ha hecho suyo, siguiendo a Lenin. Aunque Armesilla se centra sobre todo en refutar los fundamentos filosóficos de una idea política que, a la postre, signaría el ocaso del comunismo, dedica también unas páginas a rebatir la "fantasiosa creencia" de la llamada "autodeterminación de género", una de las banderas más ondeadas por lo que Armesilla llama –siguiendo a Gustavo Bueno– "izquierda indefinida" (y nosotros más expeditivamente, izquierda caniche).

Armesilla considera lúcidamente que la ideología queer no es otra cosa sino una exacerbación del individualismo hegemónico propio de las democracias liberales, que desemboca en el sentimentalismo más radical. La "autodeterminación de género" no sería otra cosa, a la postre, sino la afirmación de un individuo soberano que se yergue contra la propia biología, en su búsqueda narcisista de felicidad personal. Del mismo modo que la "autodeterminación de los pueblos" destruye el cuerpo social, la "autodeterminación de género" destruye el cuerpo humano, hormonándolo y mutilándolo de forma irreversible, o bien lo niega irracionalmente, como pretende la llamada 'ley trans', que considera mujeres a los hombres que así se declaran ante el registro civil. Esta pretensión desquiciada se fundamenta en un "sentimiento egocéntrico", que nos dicta que habitamos un cuerpo que no nos corresponde. Para Armesilla, la distinción sexo/género no es otra cosa sino "la reformulación de la distinción cuerpo/alma, pero secularizada", que afirma "un fantasma, el género, como algo más ‘auténtico’ que el sexo biológico, que debe ser desechado, instrumentalizado o puesto en un segundo plano".

Esta identificación del 'género' como una versión secularizada del alma se nos antoja una gran intuición teológica; y prueba que la ideología queer no es otra cosa sino una 'actualización' del viejo error gnóstico. Una vez más, se prueba que las ideas que se nos presentan como nuevas no son sino regurgitaciones de las herejías antañonas. El gnosticismo antañón creía que nuestro cuerpo, expuesto a los achaques y a las flaquezas propias de su naturaleza, era una cárcel de la que sólo escapábamos al morir, para alcanzar una vida más plena en la que nuestra alma, liberada al fin y para siempre de su jaula, alcanzaba la perfección. El gnosticismo de hogaño, cristalizado en la ideología queer, niega o prescinde de la vida de ultratumba y traslada esa liberación que predicaban los gnósticos a nuestra vida terrenal, negando la biología para que el alma (secularizada a través de la noción de 'género') se imponga sobre el cuerpo. Sometiendo el cuerpo a mutilaciones, o simplemente renegando de él, el "género oprimido" lograría liberarse fantasiosamente e imponer sus designios.

Se trata de una quimera grotesca, pues la realidad biológica sigue presente y actuante, aunque sometida morbosamente; y a la postre acaba imponiéndose, provocando en quien trata de negarla mayores desarreglos y tormentos físicos y psicológicos que los que pretendía evitar, mediante la liberación del 'género'. Y es que alma y cuerpo (o sexo y género, según la versión secularizada de la ideología queer) son realidades indisolubles en esta vida, no pueden "autodeterminarse" ni emanciparse ni negarse mutuamente; y todo intento de negación sólo conduce a la destrucción personal. Desde luego, la convivencia entre alma y cuerpo nunca ha sido pacífica, porque sus tendencias son contrarias; y se requieren grandes esfuerzos para conciliarlas, se requieren arduas y humildes contenciones (lo que la vieja moral denominaba "mortificaciones") que hagan posible esa convivencia. Pero el narcisismo propio de la ideología queer (que no es sino exacerbación del individualismo típicamente liberal) pretende ilusoriamente tomar un atajo, como hizo Alejandro Magno cortando de un tajo el nudo gordiano; pretende resolver mediante soluciones tajantes un problema que exige mucha paciencia amorosa y sabiduría vital. Pero esa solución tajante, que se vende como "autodeterminación de género", no es más que aniquilación de la persona, es traer el infierno a la vida.

Publicado en XL Semanal.