Sabíamos que había fecha de clausura en este año intenso y tan especial. Hay una magia en los números cuando éstos nos concitan al festejo agradecido por cumplirse la fecha de algo importante en la que hacemos memoria de lo que nos ha sucedido. Es fácil acercar el soplo asombrado a unas velas con las que miramos un tiempo pasado que agradecemos, un tiempo presente tan lleno de sonrisas y de llantos, un tiempo en que barruntamos la esperanza que poco a poco nos irá llegando. Todo eso se zambulle en el misterio de la vida con todos sus tiempos verbales de presentes, futuros y pretéritos que han ido poniendo la fecha de cada época vivida en la edad de nuestros años y en el domicilio que puso un mapa a las andanzas de nuestros pasos. Viene a ser un amable e inocente pretexto para sacar al sol nuestra gratitud más agradecida, nuestra pasión más enamorada y nuestra osada esperanza al hacer las cuentas de cómo y cuánto hemos sido bendecidos a través de la vida que Dios nos sostiene y con la que María nos acompaña.

Este es el tema que nos mete de bruces en ese lugar de referencia bendita para todos los cristianos asturianos y de tantas otras latitudes que hasta la Santa Cueva van y vienen, vamos y llegamos. La celebración, profundamente sentida y gozosamente esperada. Nada menos que un cumplesiglo es lo que nos ha movido a tanta alegría agradecida. Hace ya cien años que nuestra querida Santina, la Virgen de Covadonga, recibió oficialmente la coronación. Sabemos que una corona sobre la cabeza siempre ha sido signo de distinción, de nobleza reconocida y compromiso por parte de quien la llevaba con dignidad responsable. Hemos visto a través de la historia tantas coronaciones de hombres y mujeres que nos mostraban así su realeza y sellaban la entrega que les implicaba ser coronados para bien de un pueblo y no simplemente como imparable sucesión de una dinastía.

María coronada como reina de nuestro bien y de nuestra paz. No es una extraña y pagada princesa de un cuento de hadas lejano que nada tiene que ver con nuestras lágrimas y nuestras sonrisas, nuestros mejores sueños o nuestras más temidas pesadillas, sino que tal realeza así coronada está a favor de la vida y del destino al que nos ha llamado el Señor para nuestra humilde felicidad y eterna dicha.

Son ya cien años, los que caben en un siglo, para reconocer cómo Nuestra Señora ejerce su maternidad hacia nosotros sus hijos, acompañándonos de tantos modos en los mil vericuetos en que una buena madre siempre nos acompaña. Por eso Ella es la Virgen bendita en su Santa Cueva de Covadonga, que por su mediación llegamos a quien nos alumbró con el sí de su “hágase en mí según tu palabra”, que le dijo al arcángel Gabriel al proponerle nada menos ser la Madre del Mesías.

Subimos tantas veces a ese rincón querido, verdadero corazón espiritual de Asturias, y allí vertemos nuestras plegarias que dan gracias por tantas cosas recibidas o que para tantas cosas piden gracia. Le pedimos con un “avemaría” a la Reina y Madre que ruegue “por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte”. Y Ella ruega, y nos indica el camino de vuelta tras los desvaríos que zarandean nuestra vida vulnerable, esa que tiene mi nombre, mi edad y la circunstancia que la domicilia.

Todo un programa de celebraciones litúrgicas, peregrinaciones populares, acontecimientos culturales, proyecciones misioneras y compromisos sociales han llenado este año jubilar de gracia. No pocas instituciones han escogido Covadonga para llevar a cabo sus encuentros y certámenes. Estamos agradecidos por esta elección en este lugar tan especialmente significativo como uno de los primeros y más importantes santuarios dedicados a la Virgen María en nuestro suelo patrio y eclesial.

La belleza de un escenario que enmarca este rincón de nuestros Picos de Europa, y brilla en Covadonga como cuna de un pueblo cristiano que tuvo aquí su comienzo, corazón espiritual de Asturias en donde como hijos de tan tierna Madre todos nos sentimos hermanos.