El 18 de febrero último publiqué un artículo en estas mismas páginas bajo el título de las “Las quinielas de los papables”. En él recogía la teoría del periodista italiano de “Il Corriere de la Sera”, Vittorio Messori, expuestas días antes en “Religión en Libertad”, según la cual los vaticanistas “nunca han acertado en el nombre” del nuevo papa. Una vez más se ha confirmado este supuesto. Nada extraño, porque Messori sí es ciertamente un gran vaticanólogo, y por ello se guardó mucho de hacer ninguna profecía.
Sin embargo, como yo no soy vaticanista, ni futurólogo, ni tengo necesidad de ser cauto en asuntos perfectamente opinables, me tomé la libertar de escribir, en dicho artículo, lo que sigue: “Tengo la corazonada que en esta ocasión el viento del Espíritu va a soplar en dirección a la otra orilla del charco”, como así ha ocurrido. Y añadía: “Como tengo genes baturros, insisto en mi teoría: ha llegado la hora de América para hacerse cargo de la barca del pescador. ¿América del Norte, del Centro o del Sur? Pienso en el Norte”. O sea, que al final terminé metiendo la gamba. Lógico. Si yerran los que están muy pendientes del trajín del Vaticano, ¿cómo iba a acertar plenamente yo?, “un plumilla lego, fuera de circulación, autoexiliado en un rincón de la sierra de Madrid, como dicen mis amigos”, etc., según decía en el artículo citado.
El papa Francisco ha traído, desde el primer momento, no pocas novedades, empezando por el nombre que ha adoptado, ajeno al nomenclátor habitual de la serie pontificia, si bien en esto no ha sido el primero en romper moldes. El efímero papa Luchani, ya se hizo llamar Juan Pablo, nombre compuesto enteramente novedoso en las costumbres de los papas. Es también, como han repetido de modo insistente los medios informativos, el primer papa iberoamericano de la historia de la Iglesia, saltando el eurocentrismo ejerciente en Roma desde hace muchos siglos. Nada más natural que haya sucedido de este modo. La Iglesia se ha hecho realmente católica, universal, extendida hasta los más recónditos lugares del planeta. Si la expansión católica continúa, como es de esperar, el eurocentismo de la Iglesia romana habrá que darlo por liquidado.
El papa Bergoglio también ha roto el tabú que pesaba sobre los jesuitas de que no podían llegar a papas. Pues bien, ya tenemos un jesuita papa, el primero de la historia. Este hombre parece llamado a derribar muchas viejas reglas que nada tienen que ver con la fe. Cierto que no había ningún obstáculo canónico para la promoción de un hijo de San Ignacio a la cátedra de Pedro, pero la Compañía se mostraba reacia a que sus miembros aceptaran cargos y dignidades eclesiales. Empero, desde hace algún tiempo parece que estas limitaciones han sido abolidas o marginadas, si bien, hay que recordar, que en la primera época de la orden, San Roberto Belarmino (15421621) fue nombrado arzobispo de Capua y luego cardenal.
Bergoglio igualmente parece dispuesto a adelgazar el boato pontificio que ya inició Juan XXIII, “un papa de transición” que armó la parda al convocar el Concilio Vaticano II, tan mal interpretado por muchos de una y otra orilla. Desde luego, de aquel hieratismo de Pío XII, con la silla gestatoria y la tiara que recordamos perfectamente los viejos, a la simplicidad de que ha dado muestra el papa Francisco en los pocos días que lleva de pontificado, media un abismo. Y esto no ha hecho más que empezar.
¿Va a durar mucho el papado de Francisco? Salvo que Dios disponga lo contrario, yo le calculo unos diez años, el tiempo necesario para poner orden en la Curia vaticana, frenar y corregir las embestidas marxistas-masónicas-populistas-evangelistas que ha sufrido la Iglesia en la América “latina”, es decir, iberoamericana, afianzar su expansión por Asia, en particular por China, un gran país con mucho futuro por delante, proteger a los católicos de África acosados por los islamistas, y darle una buena sacudida a la amodorrada y secularizada Europa. Bueno, dicho así de pasada y modo muy superficial. Observando que Bergoglio tiene casi la misma edad que Ratzinger cuando fue elegido papa, y que va a estar sometido al mismo o mayor desgaste que el bávaro por la inmensa tarea que tiene por delante, es presumible que cuando se sienta viejo y achacoso, tome la misma determinación que su predecesor, que sentó el precedente insólito de la renuncia. Los años no perdonan, ni siquiera al Vicario de Cristo en la Tierra.
Pasada la década, habrán cuajado del todo los jóvenes cardenales actuales de Asia, así como los que nombre este papa. La Iglesia se ha hecho enorme, universal, emergente en muchas partes, de forma que la vieja Europa, a menos que espabile y se quite de encima la losa laicista que la asfixia, va a quedar reducida, a efectos religiosos, poco más que a un geriátrico de viejas glorias.