Las primeras palabras del sucesor de Pedro, el primero de los apóstoles, han sido una respuesta, necesaria para aceptar la elección en cónclave como Romano Pontífice. En ese momento ha concluido la sede vacante, período que, en el corazón del medioevo, Pier Damiani describe incluso como momento de terror: en cualquier caso tiempo oportuno (kairòs, en el griego neotestamentario) durante el cual desde siempre la Iglesia tiene la valentía de volver a ponerse en juego. Ahora con la ayuda también de la oración escondida de Benedicto XVI.
He aquí explicado el anuncio de la “gran alegría” (gaudium magnum), en uso al menos desde finales del siglo XV y que repite el del ángel a los pastores en torno a Belén, iluminando con palabras enraizadas en la esperanza evangélica el devenir histórico de las sucesiones papales. En los textos cristianos más antiguos la vicisitud de Pedro se abre en el primer encuentro con Jesús al comienzo del evangelio de Juan, mientras que la conclusión del mismo evangelio alude al testimonio extremo del primero de los apóstoles.
El pescador de Betsaida no dice nada a Jesús, que parece reconocerle (“tú eres Simón, el hijo de Juan; te llamarás Cefas, que quiere decir Pedro”), pero le responde tres veces en el último y conmovedor diálogo, reequilibrando así la triple negación: “Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te amo”.
En la respuesta de Pedro se contiene el destino de sus sucesores, hombres elegidos por hombres, pero sostenidos por la misericordia descrita precisamente por el apóstol en el llamado concilio de Jerusalén: “Nosotros creemos que nos salvamos por la gracia del Señor Jesús”. Y la respuesta de Pedro es la misma que hoy, aceptando la elección, ha repetido el nuevo Papa.