El Antiguo Testamento cuenta la historia de varios reyes judíos que demostraron su mayor o menor fe en Yavhé, en su confianza al momento de enfrentar a sus enemigos en batalla, en sus prácticas religiosas y en el combate -o la tolerancia- de la idolatría. Cuando esos reyes demostraron tener auténtica fe, cuando confiaron sólo en Dios y nada más que en Dios, sus ejércitos obtuvieron victorias memorables, aunque fueran pequeños y enfrentaran a enemigos terribles. Un caso paradigmático, es el de David y Goliat.
Pero a los que tuvieron una fe débil, no combatieron la idolatría e hicieron censos antes de ir a la guerra, el Señor los castigó por su excesiva confianza en los medios humanos… y su falta de fe en Dios. Estos perdieron batalla tras batalla.
Si bien el cristianismo nos enseña que Dios es justo y misericordioso, que comprende los defectos humanos y que siempre está dispuesto a perdonar, Dios siempre es el mismo. No cambia. Y sigue valorando nuestra fe en Él. Es algo para pensar. Sobre todo por quienes venimos militando desde hace décadas en la lucha por la vida y la familia. Me explico…
Desde el día en que con mi esposa nos sumamos a esta batalla, en 1998, adherimos a la idea de que en estos temas es necesario argumentar desde la ciencia, desde la razón, desde la ley natural. Obviamente, nunca se nos dijo que debíamos renegar de nuestra fe; pero sí que no era conveniente argumentar desde lo religioso. Que lo razonable era hablar en un lenguaje que pudiéramos compartir con otros cristianos, con no cristianos y con no creyentes. La fe, en todo caso, podíamos manifestarla en público durante la Misa del 25 de Marzo, Fiesta de la Anunciación y Día del Niño por Nacer.
A tal punto ha llegado la convicción de que debemos defender la vida y la familia con argumentos “naturales”, que hace poco una conferencia episcopal publicó un comunicado en contra de una ley antivida en el que apenas se menciona a Dios… Un comunicado que ni siquiera atinó a recordar que el hombre es un ser creado por Dios para conocerlo, amarlo y servirlo en esta vida y en la vida eterna.
Cabe preguntarse si ha sido exitoso en la lucha provida y profamilia el uso de estos argumentos científicos, racionales y naturales… En algunos casos puede que sí, pero en general, parecería que no. Por supuesto que no negamos la verdad contenida en esos argumentos y su auténtica necesidad en muchos casos. Pero ya San Juan Pablo II Magno decía que “la fe y la razón son las dos alas del conocimiento humano”. ¿Nosotros, los provida y profamilia, hemos volado con las dos alas, o hemos intentado volar con una sola ante la opinión pública? En vista de los resultados, ¿es razonable seguir empeñados en aplicar una receta más bien fallida? ¿Por qué, luego de usar todos los argumentos “naturales”, no completamos nuestra argumentación sin complejos -como quien pone la cereza de la torta-, desde lo sobrenatural, desde el inmenso Amor que nos tiene Aquel que nos ha creado a su imagen y semejanza? Quizá sea una buena estrategia…
Es cierto que lo que puede haber fallado es nuestra forma de comunicar. Y es cierto que hay gente que no está dispuesta a ser convencida de que el agua moja, aunque se esté ahogando. Lo cierto y lo concreto es que los argumentos que no contemplan a Dios no parecen haber servido de mucho en la batalla cultural por la vida y la familia. Quizá porque cuando el corazón está roto, la cabeza no funciona.
Para muestra basta un botón: si bien sabemos que los hombres tienen cromosomas XY, nuez y próstata, y que las mujeres tienen cromosomas XX, carecen de nuez y de próstata, la ideología de género ha sentado sus reales en la mayoría de las universidades del mundo. Y esto, cuando esta ideología es al sexo lo que el terraplanismo a la astronomía…
¿No convendrá entonces acompañar nuestros argumentos “naturales” con otros sobrenaturales “a tiempo y a destiempo”, como dice San Pablo? Quizá si mencionamos a Dios, Él mismo se encargue de conquistar los corazones y las cabezas de quienes defienden y difunden graves errores antropológicos, biológicos, etc.
De hecho, es Dios quien convirtió los corazones del doctor Bernard Nathanson y de Norma McCorvey, de Amparo Medina y de Abby Johnson, de Sara Winter y Kristin Turner… No sé quien les habló de Dios... Pero “dio resultado”. ¿Y si nos animamos a incorporarlo en nuestra argumentación? Al fin y al cabo, no se trata sólo de frenar la aprobación de leyes nefastas o de promover su derogación: se trata de irnos al Cielo… ¡y de llevarnos a muchos con nosotros!